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TENIS | ROLAND GARROS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un último esfuerzo, Rafael

Estos días he retomado una conversación con mi hijo y le he manifestado lo que verdaderamente pienso: que mi sobrino no va a fallar

Nadal, durante un entrenamiento en Roland Garros.
Nadal, durante un entrenamiento en Roland Garros.Gonzalo Fuentes (REUTERS)
Toni Nadal

Deux mille cinq, deux mille six, deux mille sept... va enumerando el presentador que explica el palmarés de Rafael y sus títulos en París, justo antes de que este salga a la pista. Su voz se escucha por los potentes altavoces orientados hacia el interior de la Philippe Chatrier, pero traspasan sus muros y se escuchan perfectamente por el enorme Stade de Roland Garros. Deux mille douze, deux mille treize, sigue exponiendo con creciente excitación e intensidad, animado por los aplausos y el griterío del público que espera su aparición desde las imponentes gradas. Deux mille dix-huit, deux mille dix-neuf, el festivo enardecimiento y la euforia colectiva alcanzan su apogeo cuando tras escuchar su nombre, Rafael aparece saludando a los aficionados muy concentrado, no obstante, en el partido que va a disputar.

Hace unos meses, antes del inicio de la presente temporada y compartiendo una conversación tenística con mi hijo pequeño y con Rafael, en su academia, le dije a mi sobrino: “Tienes que hacer un último esfuerzo y acabar tu periplo por las pistas saliendo por la puerta grande”. Él se giró hacia su primo y sonriendo abiertamente le dijo: “Tu padre lleva diciéndome lo mismo hace un montón de años”. Y no le faltaba razón, pero cuando a principios de este curso tuvo que regresar de Australia y las repetidas lesiones le impidieron la reincorporación deseada, empezó a vislumbrar su posible retirada y a abrazar la idea de que ese último gran esfuerzo tuviera, como plato fuerte, la temporada de tierra batida, con la culminación en Roland Garros.

Su deseo era poder despedirse del público, sobre todo en las ciudades que han sido especialmente importantes en su carrera, y llegar a ellas con la inercia de un mínimo de partidos en sus espaldas que le permitieran adaptarse de nuevo a la competición. Tampoco eso fue posible. La aparición de distintos problemas que fueron torciendo esos planes previstos provocaron una carrera contrarreloj y una creciente incertidumbre. No pudo competir en Montecarlo, aunque sí llegó in extremis a Barcelona, Madrid y Roma, donde le despidieron muy calurosamente y con inmensas muestras de cariño. En esos torneos su tenis fue algo irregular y alejado, en algunos momentos, de su mejor versión pero, una vez más y como ha hecho siempre, sin excepción, ha ido mostrando una creciente mejora que ha culminado, por lo que sé, en estos días previos de entrenamientos, a un nivel que da pie al optimismo.

Cuando el jueves quiso el azar que su rival en su debut más difícil en la Chatrier sea Alexander Zverev, número cuatro mundial y reciente vencedor en Roma, se sucedió masivamente la idea de que la suerte seguía siéndole esquiva. No negaré que lo deseable hubiera sido que su contendiente hubiera sido otro más atrasado en la tabla. Un más fácil avance a lo largo de la primera semana lo hubiera llevado a encarar la segunda con creciente seguridad y a postularse (según mi opinión) en uno de los candidatos a la final. Pero también manifesté desde el primer momento en que lo supe, y así lo ha admitido su contrincante, el gran jugador alemán, que la suerte tampoco ha estado del lado de Zverev. Nadie quería enfrentarse a Rafael. Ni Novak Djokovic, ni Jannik Sinner, ni Carlos Alcaraz.

El último enfrentamiento entre ambos tenistas en Roland Garros nos mostró la cara más amarga del deporte. Después de una terrible torcedura de tobillo (cuyas imágenes no he soportado volver a ver), Alexander, que estaba desplegando un tenis de altísimo nivel, tuvo que ser retirado de la pista en silla de ruedas con claras muestras de dolor y profunda preocupación. Así que yo espero que este lunes la fatalidad no esté de parte de ninguno de los dos y que veamos un partido que haga vibrar al público en una primera ronda totalmente fuera de lo normal. No me cabe duda que el alemán mostrará, siguiendo su tónica actual, una altísima versión. Pero también lo hará Rafael.

Estos días he retomado aquella conversación con mi hijo y le he manifestado lo que verdaderamente pienso: que Rafael no va a fallar. Espero y confío en que, si esta vez la suerte nos acompaña, mañana no sea el último día en que me emocione al escuchar la voz del magnífico presentador al contar, uno detrás de otro, deux mille vingt, deux mille vingt-deux… todos los años en los que Rafael ha levantado la Copa de los Mosqueteros.

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