Mbappé y marcar distancia con lo clasificable
Hay futbolistas que trascienden épocas porque su talento no admite comparación. Es el caso de la estrella de Francia
En el tiempo del big data y la inteligencia artificial, de la multitud de empresas y especialistas que detallan el fútbol con una obsesión robótica, algunos jugadores se resisten a la creciente deshumanización del juego. No son clasificables. Transmiten tanta superioridad que se salen del catálogo. Ni tan siquiera se les puede calificar de estrellas, porque su rango solo se encuentra en un puñado de elegidos, futbolistas que trascienden épocas porque su talento no admite comparación. Es el caso de Kylian Mbappé.
Por supuesto que se puede analizar a Mbappé con minucia microscópica. Los datos registrarán su inusitada potencia y velocidad, nos informarán de sus zonas preferidas de actuación, revelarán su implicación defensiva (o su falta de implicación), el número de esfuerzos explosivos por partido, su capacidad de resistencia, la variedad de goles que marca y así hasta el infinito. A estas alturas, el volumen de información sobre Mbappé es exhaustivo. Está más que escaneado y, sin embargo, su impacto resulta incontrolable.
¿Cómo se llama y cómo se mide lo que se escapa al gobierno de las cifras? ¿Cómo clasificar a Pelé y Maradona? No hay manera de ingresar a esta gente en un archivo de logaritmos. Vuelan demasiado alto y nos permiten pensar que el fútbol todavía es un territorio mágico. Fascinan porque nos devuelven a un asombro infantil. Está claro que Mbappé pertenece a este reducto de privilegiados.
Es el segundo Mundial de Mbappé, que cumplirá 24 años este mes, señal de su precocidad, otro aspecto común en los grandes fenómenos del fútbol, que no entienden de edades. Llegan y dominan. Era dominante aquel Mbappé que surgió en el Mónaco y destrozó al Manchester City en la Copa de Europa. Y fue el jugador que le cambió el paso a Francia en el Mundial de Rusia. Cuando las cosas se ponían feas, y eso ocurrió en varios partidos, el equipo encontraba refugio en las portentosas cualidades de su jugador más joven. No lo parecía en el campo. Jugaba con la sabiduría y propiedad de los que nacen enseñados.
Cuatro años después, Mbappé ocupa la primera posición en la escala del fútbol, aunque se le resistan los simbólicos galardones individuales. No ha ganado el Balón de Oro y algún día nos preguntaremos por qué tardó tanto en lograrlo, pero en términos objetivos es desde hace tiempo el jugador más cotizado y perseguido del panorama mundial. De hecho, es mucho más que un fabuloso futbolista. Se ha convertido en una cuestión de Estado, como ocurrió con Pelé en Brasil.
De la misma manera que el presidente Sarkozy sugirió a Michel Platini que cambiara su voto y se decidiera por Qatar en la elección de la sede del Mundial 2022, Emmanuel Macron intervino en el proceso negociador de Mbappé que se cerró con la renovación de su contrato por el PSG y el rechazo al Real Madrid. Cuando los políticos dicen que el fútbol debe permanecer al margen de la política y se quedan tan anchos producen risa floja.
Este Mundial propone algo especial. Las principales estrellas de los equipos favoritos responden a las expectativas. Mbappé, Neymar, Kane y Messi, cada uno a su manera, destacan con un brillo especial. No se recuerda una competición de estrellas tan contundente y cerrada. En los octavos de final deslumbraron, pero ninguno ofreció una sensación tan incontestable de autoridad como Mbappé, del que todo se sabe, excepto la mágica distancia que separa a los grandes futbolistas de los fenómenos inexplicables.
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