En peligro de objetividad
El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad
Martín querido:
Mientras tus emociones corren por la cancha, las mías hacen la calistenia de quien espera de una oportunidad. Envidio el agotamiento que sientes al ver a los tuyos. ¡Yo he perdido el derecho a quejarme de los míos! Tradicionalmente, la orfandad de los mexicanos comenzaba en el cuarto partido; ahora ni siquiera llegamos a esta instancia. “¿Qué hacer?”, diría el entrenador de los soviets.
Desde que Brasil alzó la Copa en México 70, nuestro Plan B consiste en apoyar a la canarinha. “El verde se alimenta de amarillo”, escribió Carlos Pellicer. El poeta se refería a los coloridos cambios de la naturaleza, pero tal vez anticipó nuestra voluble pasión por las camisetas.
Me gusta Brasil, pero no lo veo como mi equipo. De hecho, he caído en una condición cuestionable para el aficionado: la imparcialidad. ¿Puede el fútbol ser solo un espectáculo? Mientras tú te sometes a una guerrilla de nervios, yo remojo mi corazón en agua tibia. Añoro el sufrimiento, forma suprema del amor en un país donde no hay nada más romántico que cantar “Hoy quiero celebrar mi dolor”.
No solo hablo por mí, sino por los millones de fanáticos sin causa. Con el silbatazo inicial asumo la parda neutralidad de un ombudsman. Pero soy incapaz de mantener esta postura: empiezo celebrando el buen toque de Portugal y acabo entusiasmado con el enjundioso triunfo de Corea del Sur. ¡He caído en peligro de objetividad!
Debuto en octavos de final con un análisis fácil: Polonia fue a Qatar a ejercer el tedio. Contra Francia, tuvo destellos en el primer tiempo y en los últimos minutos, pero demostró del peor modo que el fútbol es un deporte de conjunto y contagió de apatía al temible Lewandowski, que no hizo nada más vistoso en el Mundial que fallar dos penaltis (uno de ellos repetido, para su fortuna). Por su parte, Francia volvió a mostrar fibra de campeón. Griezmann dio un partido imperial, recuperando balones en todo el terreno y brindando pases de alta trigonometría, Dembelé corrigió su adicción a errar la última jugada, Giroud patrulló la zona donde se puede anotar con un rebote en la nariz y Mbappé fue un genio. ¿Cómo describirlo? Si Romario y Ronaldo estuvieran muertos, el enigma tendría una solución complicada, pero más o menos lógica: dos almas brasileñas habrían transmigrado a un solo cuerpo. Como esos jubilados siguen vivos, se dificulta la ansiada explicación paranormal. A los 24 años, Mbappé combina en forma inaudita la habilidad con la potencia. Ronaldo fue el ídolo que decoró su habitación adolescente; absorbió las virtudes de El Fenómeno y agregó la desconcertante gracia de Romario, capaz de fintar a un rival con el hombro.
En cartas anteriores criticamos la justicia artificial del VAR. El fútbol mejora por los errores del árbitro, que recibe nuestra furia. Ese mártir pone la honra de su madre a consideración de la Aldea Global. Pero hay casos clínicos en los que el silbante se equivoca en forma compulsiva. El venezolano Jesús Valenzuela no cobró un claro penal a Mbappé por un presunto fuera de lugar previo, que el ojo desnudo no vio y el VAR no revisó. Otra jugada polémica ocurrió cuando Szczesny abandonó el área chica con todas sus consonantes y chocó con el francés Varane; la jugada fue limpia, pero el arquero no se levantó y el árbitro detuvo el lance, invalidando un posterior golazo de tijera de Giroud. ¿Cada vez que un portero choca de manera accidental en el área grande se debe suspender la acción? El tercer agravio ocurrió en una descolgada en la que Mbappé superó a su marcador; enfilaba en soledad rumbo al portero cuando fue jalado de la camiseta. Valenzuela no vio nada.
También el error humano es cuestión de dosis. El VAR es tan desagradable como las inyecciones. Preferiría que no existiera, pero ya que está ahí, ¿por qué no se usó en ninguno de estos casos?
Francia jugará contra Inglaterra, que goleó a Senegal.
La Premier League es el British Museum en movimiento: un despliegue de tesoros ajenos. 99 futbolistas de esa liga están en Qatar. Entre ellos, los ingleses ocupan el sitio modesto que los druidas ocupan en el British. No destacan mucho, pero sacan la espada de la piedra.
A diferencia de la elocuente Francia, Inglaterra oculta sus amenazas. Conviene recordar que el té de las cinco perfeccionó el arte de envenenar y que los rosales florecen tan bien en las novelas de esa tierra porque abajo de ellos hay un cadáver.
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