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Un empate socialdemócrata

El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad

Martín Caparrós
El alemán Musiala se escapa de Rodri, en el España contra Alemania, este domingo.
El alemán Musiala se escapa de Rodri, en el España contra Alemania, este domingo.Alberto Estevez (EFE)

Pase muy largo a Villoro:

Imagino que en este momento de derrota, Tu Excelencia, no debe resultarte fácil mirar de nuevo un verde lleno de muñecos. Y te imagino incluso diciéndote que el fútbol, al fin y al cabo, no es lo que importa de tu México, y pasando un plácido domingo empeñado en disfrutar de lo que sí, desde un buen mole de gallina hasta un cuento de Rulfo o un ensayo de Carlos Monsiváis, pasando por un paseo por las calles empedradas de tu pueblo con la sonriente S. o una canción de tus amigos los Caifanes. Y, sin embargo, tu pasado germano te condena –aunque no mucho– y me habilita para contarte lo que pasó esta noche entre los tuyos y los nuestros.

Los tuyos, está claro, son los alemanes, los que te educaron; los nuestros, los españoles, los que nos engendraron. España es una entidad rara en nuestras vidas, Tu Excelencia. Entre tantas cosas compartidas, no son menores haber vivido aquí por años y haber tenido un padre –uno tú, otro yo– que nació en estas tierras. El tuyo en Barcelona, el mío en Madrid, pero ambos dos en este reino que, para patear pelotas, se disfraza de rojo.

El partido tenía, antes de ser, un morbo que después no tuvo: la victoria temprana de Costa Rica sobre los japoneses hizo que Alemania no tuviera que jugar a todo o nada; aún perdiendo tendría una segunda chance. Cuando empezó el partido se notaba: se ve que tus germanos primos habían festejado tanto la victoria tica que ya andaban cansados. España, al principio, controlaba.

Era un partido extraño, como si no fuera del todo lo que era. Jugaban dos equipos jovencitos con camisetas consagradas pero sin estrellas conocidas. Uno de ellos, Alemania, es la quintaesencia del triunfo sin más razones que el triunfo: gana porque gana, porque es lo que es, porque el mundo es así. Y, acostumbrados a esa banalidad –”el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, donde juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania”, decía Lineker–, nada pudo sorprendernos más, a ellos y nosotros, que verlos perder el otro día con sus viejos aliados japoneses. Por lo cual hoy se jugaban más que lo que suelen. Estas “fases de grupos” son más aburridas que los partidos de eliminación, pero las calienta el hecho de que, a veces, uno se juegue tanto más que el otro. En un octavo o una semi, los dos juegan por lo mismo: por su vida. En un partido como el de hoy, los alemanes se jugaban casi todo, los españoles tanto menos. Se les notaba la sonrisa socarrona.

Sus formaciones ya eran declaraciones: en Alemania, de los seis de arriba, cinco eran del Bayern; en España, de esos seis, cuatro del Barcelona. Así prosperan, lo sabemos, los países centrales: usan los jugadores de sus propios clubes, hombres que juegan juntos todo el año –y eso es una ventaja enorme sobre los pobres de nuestro continente, que deben rejuntar gente de los cinco mares, presentarlos, aprenderse los nombres y las mañas.

Aún así, el partido salió un poco frío. Si ayer México y Argentina pusieron en escena la lucha del capitalismo contra Lenin, esta noche todo fue más bien socialdemócrata. Alemania atacaba con torpeza tibia. Un ejemplo fue Kimmich, su supuesto líder, que consiguió sacar dos tiros libres seguidos que querían ser centros y se le iban directos por el fondo. Mientras, España intentaba aprovechar algunos toques y corridas, juventud a tope, pero fueron los viejos Jordi Alba (33) y Morata (30) los que armaron el gol que los puso adelante. Veinte minutos después, cuando ya amenazaba la zozobra, un nueve de repuesto, Füllkrug, clavó el empate que dejó todo más tibio todavía.

Dos jugadores me gustaron: un alemán que nació en Inglaterra y se llama Jamal Musiala –Hitler llora, se arranca los bigotes– y tiene 19 años, una elegancia natural y una potencia flaca. Y, por supuesto, Pedri. Pedri es mi perdición: uno de esos escasos que te dan ganas de mirar más fútbol. En una época donde abundan malabaristas infructuosos, el canario no hace ni un toque de más, construye con los ojos, no gambetea –o regatea–: simplemente desdeña la presencia de un contrario, de dos si acaso, con un paso sereno. Recuerdo algún escritor que tú conoces que insistía en que la clave de la belleza de un texto está en que ninguna palabra parezca superflua, que todas suenen necesarias: así juega el niño Pedri, todos sus movimientos lo parecen.

España y Alemania, entonces, empataron: nada está dicho, España casi clasificada, cada vez más confiada. Aquí el clima está cambiando. Antes de que empezara el campeonato nadie creía demasiado en las chances de los suyos, y muchos me prometían su lealtad subsidiaria: “si nos eliminan, voy a hinchar por vosotros”, decían algunos; otros decían “cuando nos eliminen”. Y todos decían “para que Messi gane su Mundial”. Ahora, en cambio, la ilusión crece y el patriotismo avanza. Espero que no se ponga insoportable.

Así que aquí te dejo. Mañana voy a Sevilla por el día, pero igual es tu turno. Alguna vez tendrás que confesarme tu secreto. Cada vez se ve más claro que truchaste el fixture. Te tocó escribir el día en que debutaron México y Argentina, mañana te tocan Uruguay y Brasil, y a mí me dejas, pasado mañana, con lo mejor de Ecuador, Senegal, Qatar, Irán y EE UU. Sin ánimo de ofender, algo habrás hecho. Y te debe haber costado una fortuna, porque la FIFA no vende nada por dos pesos. O será simplemente, Tu Excelencia, que tu excelencia te facilita algunas cosas.

Te felicito, entonces, y te envidio –que es como felicitarte muchas veces. Abrazos.

Ida y Vuelta

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