Jorge Martín, un culo inquieto que creció entre revistas de motos y el ruido del Jarama
Heredero de la pasión de su padre Ángel por las dos ruedas y el corazón de su madre Susana, el flamante campeón del mundo aprendió de bien pequeño a vivir al límite
Jorge Martín Almoguera (San Sebastián de los Reyes, 26 años) es campeón del mundo de MotoGP. Y todavía le cuesta asimilarlo. Es el sueño de todo piloto y toda una vida, en su caso el de una familia de currantes entera. “Todos hemos sacrificado mucho por esto. Todo lo que ganábamos se iba a las motos. Nos olvidamos de las vacaciones para poder pagarle los neumáticos”, recuerda Susana Almoguera, la madre, en conversación con EL PAÍS. Su hijo mayor heredó la pasión por las motos de su padre Ángel, que le acompaña a todos los rincones del mundo desde bien pequeño. Su progenitor, piloto amateur, tenía apilados varios números de las revistas Motociclismo y Solo Moto en casa que el pequeño devoraba antes de irse a la cama cada noche.
La banda sonora de los fines de semana eran las motos rodando en el Jarama. “Mamá, mamá, ruido celestial”, decía el pequeño Jorge al escucharlas. La casa familiar lindaba con el circuito madrileño, si bien la carrera deportiva del pequeño se fraguó en las cunas de Valencia y Cataluña. “¿Pero es bueno, Ángel?”, le preguntaba Susana a su marido. “Es muy bueno, el mejor”, le contestaba él. Hubo muchas veces que estuvo más fuera que dentro a pesar de su talento, y en su día les llegaron a pedir 200.000 euros para seguir compitiendo. Poco después, los padres se quedaron en el paro y solo la victoria podía costear la trayectoria del hijo, que se acostumbró a vivir al límite, inmune a la presión de ganar para poder continuar con el proyecto de su vida. “El seguir luchando, el no rendirse nunca, así ha sido toda la vida”, comentaba Martín a este periódico.
El título en la Rookies Cup en 2014, la principal lanzadera al Mundial, no fue suficiente para convencer a KTM y dar el salto a Moto3. Un milagro, otra cadena de favores, hizo que Albert Valera, representante de Jorge Lorenzo y Aleix Espargaró, se fijara en él y le consiguiera un hueco en el equipo de Jorge Martínez Aspar. Con una moto técnicamente inferior, Martín aprendió a superar las carencias técnicas de su maquinaria desde sus primeros pasos en el Mundial. En ese equipo coincidió precisamente con Bagnaia dos temporadas. Ambos ganaron su primer título el mismo día, durante el GP de Malasia de 2018. Jorge lo hizo con Gresini en Moto3, Pecco con el Sky de Valentino Rossi en Moto2. Desde sus tiempos como compañeros de litera, cuando echaban el rato en la videoconsola, siempre han mantenido una buena relación, un ejemplo de ‘fair play’ que han cumplido también desde el equipo oficial de Ducati, jugando limpio a pesar de que el flamante campeón se lleva el número uno a la vecina Aprilia.
Martín llegará al garaje de Noale como bicampeón del mundo y un palmarés de 18 victorias, 41 ‘poles’ y 60 podios en 174 participaciones en todas las categorías. Un currículum que incluye también incontables lesiones y visitas al quirófano, tantas que en su momento los padres y los médicos pensaban que tenía los huesos de cristal. Su golpe más duro llegó en el GP de Portugal de 2021, en su tercera carrera como piloto de MotoGP. “Cuando te partes todo, con ocho fracturas entre brazos y piernas, y entran tres equipos quirúrgicos a operarte a la vez después de evacuarte primero en helicóptero y luego en avión medicalizado, es normal que pienses en la retirada”, constata la madre. “El dolor y las dudas le duraron hasta la anestesia, pero cuando despertó ya estaba pidiendo máquinas para acelerar la recuperación todo lo posible”, recuerda. El chaval, que venía de firmar su primera ‘pole’ antes de romperse en mil pedazos, se levantó como hizo siempre y logró ganar el GP de Estiria meses después de aquel desastre. Era su séptima carrera con los mayores y su explosividad y velocidad innata quedaron bien patentes. A pesar de que se ha ido puliendo para ser el piloto completo que es ahora, nunca ha perdido esa seña de identidad ni la espectacularidad en el pilotaje, rozando con el hombro los pianos de medio mundo.
Martinator dentro del circuito –un mote que le puso su padre debido a la infinidad de hierros, clavos y placas que su hijo acumula en el cuerpo por culpa de las lesiones y su capacidad para imprimir un ritmo maquinal–, Jorge es un tipo muy familiar fuera de la pista. “Siempre tiene una sonrisa y siempre quiso ser un chaval como cualquier otro, que las victorias no condicionaran a su entorno”, apunta la madre.
Un culo inquieto desde pequeño, Martín no sabía parar quieto. Dejaba la moto y se subía al patín, y cuando se cansaba iba a por la bicicleta. Ahora, en las giras asiáticas intenta escapar algún día a surfear, aunque por fin ha aprendido a descansar. La introducción de un psicólogo deportivo a su equipo ha sido esencial. “El año pasado fue una de las primeras cosas que le dije, pero entonces creía que no lo necesitaba. Finalmente abrió su visión y entendió que podía ser positivo”, explica Gino Borsoi, su jefe de equipo. “Ahora controla mejor sus emociones, incluso en momentos de nerviosismo o agitación”, cuenta Daniele Romagnoli, su ingeniero de confianza en el garaje desde su desembarco a MotoGP en 2021. “Es una persona mucho más tranquila y manejable, incluso en situaciones difíciles, donde antes se ponía nervioso o se enojaba”.
“Bajo ese mono de cuero y lejos de la moto, hay una persona que es mucho más ovante que sobre ella, una persona humilde, cariñosa, generosa, inmensamente sentimental y trabajadora”, escribía María Monfort, su pareja, en una emotiva carta. “Por mil motivos más que no tienen que ver con las motos, tú ya eres ganador”, remataba. Ahora es campeón del mundo de MotoGP, sí, pero Jorge Martín sigue siendo el mismo. El niño que tenía un sueño, el hijo que entendía el sacrificio de Ángel y Susana, el hermano que cuida de Javier, el amigo de Aleix, el compañero de vida de María.
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