Las gigantes del waterpolo se cuelgan al fin la medalla de oro
La selección de España, dirigida por Miki Oca desde 2010, culmina con el triunfo en París la saga que inició con una plata en Londres 2012 y prolongó con otra plata en Tokio 2020
Avanzaron como un río. Laura Ester, Isabel Piralkova, Anni Espar, Bea Ortiz, Nona Pérez, Paula Crespí, Elena Ruiz, Pili Peña, Judith Forca, Paula Camus, Maica García, Paula Leiton y Martina Terré. Juntas, en su nombre y en nombre de aquellas que las precedieron y ya no están, ofrecieron una exhibición de sintonía, fueron un torrente de voluntad, de fuerza, de resistencia y de ingenio imparables. Australia siempre nadó contra corriente en el último acto de la piscina olímpica de La Défense. El agua que consagró a los héroes de la natación en los Juegos de París despidió la competición el sábado con una final que las nadadoras de España inscribieron en la piedra de las hazañas inolvidables para cerrar con un oro la saga que comenzaron en los Juegos de Londres dirigidas por el inescrutable Miki Oca, una leyenda del waterpolo que tuvo la habilidad de mantenerse en un segundo plano. Después de una plata en 2012, un quinto puesto en 2016, y otra plata en 2021, hicieron cumbre. Solo Estados Unidos ha producido una dinastía más longeva y gloriosa en la historia del waterpolo.
Dos muchachas de Rubí, un pueblo próximo a Barcelona, marcaron los ritmos del juego. La veterana, Bea Ortiz, tercera máxima anotadora de la competición con 19 goles; y su escolta, la joven Elena Ruiz, de 19 años, la cuarta máxima goleadora de París con 18 tantos, un prodigio de mente fría como un témpano y una actividad cognitiva a pleno rendimiento en un cuerpo más bien menudo. Las dos, que se conocen desde niñas, se juntaron en el punto más crítico para multiplicarse ellas y amplificar las capacidades de sus compañeras. Jugaban con una facilidad pasmosa pasándose la pelota con velocidad y alimentando a las extremos y a las boyas a un ritmo inalcanzable para las australianas cuando llegado el tercer cuarto quebraron la resistencia. Tres goles de Bea Ortiz y una parada de Martina Terré a Abby Andrews en el transcurso de una secuencia de dos minutos prodigiosos fueron la gota que rompió la roca amarilla.
Lo explicó la boya Paula Leiton, autora del 1-1, la señal de carga, una cuchara de revés que puso el agua en ebullición. “El momento en que nos vamos de dos goles y pasamos de 2-3 a 2-4 y 2-5 es el más importante”, dijo Paula. “Fue cuando rompimos la dinámica que llevábamos, de mucho rato sin marcar”. Los partidos de waterpolo son corrosivos. Un proceso de desgaste, de agua que ahoga, de piernas que patean, de manos que azotan y agarran. Si las españolas salieron airosas del borbollón de espuma y tensión fue porque consiguieron pensar con más claridad hasta dar el golpe de mano en ese tercer cuarto, cuando el equipo pasó de ganar por 2-3 a ponerse 2-5 por delante.
“Los goles están bien, pero hay cosas que están mejor”, decía Elena Ruiz. “Todo eso que no son goles es lo que hay que trabajar mucho más, como por ejemplo la defensa y algunos pases que son clave para que otras solo tengan que empujar la pelota”.
Cualquiera hace goles. Todo fluye en España. No hay líderes definidos. No hay un conductor. A veces la gran Maica García, otras Anni Espar, veteranas de 2012, en ocasiones Bea Ortiz, la segunda generación, y a veces la última, la que representan Elena Ruiz y la portera Martina Terré, dos monolitos de serenidad. Dos piezas decisivas que no estaban en Tokio y que en París ayudaron a inclinar la final del lado propio.
“Hemos ido cambiando el equipo y el espíritu es el mismo: ir a ganar”, dice Martina, la portera. “Las jóvenes aportamos esta inocencia de no haber jugado ninguna final, no tenemos dolores de cabeza por saber que antes hemos perdido finales. Intentamos aportar ese sentimiento de ir a disfrutar sin que nos tiemble nada y ayudar a las veteranas también con el empuje”.
Marina Terré, de 21 años, jugaba su primera final olímpica. No se arrugó. Encauzó el partido con dos primeros cuartos que quedarán para los anales de la lectura en anticipación de los tiros. Las veía venir y se movía antes al ángulo en el que interceptaría la trayectoria del balón, como si lo descubriera en el lenguaje gestual de las australianas. Donde Gabriella Palm, su contraparte, paró siete de 18 tiros, el 39%, la catalana paró 15 de 24, el 63%. “Estaba muy tranquila conmigo misma”, ponderó, con la medalla de oro ya colgada en el pecho; “me puse más nerviosa contra Holanda porque llevábamos varios campeonatos que nos hacían caminar por la cuerda floja. Contra Australia no creo que haya parado tanto. Con lo bien que defienden mis compañeras es muy fácil encontrar los huecos para parar. Ellas cierran con los brazos una parte de la portería y al final me dejan mi lado y ya está”.
Gracias al empeño solidario de todas y a la inspiración de Martina Terré en nueve acciones espléndidas frente a Williams y Andrews, Arancini, Kearns, Armit y Gofers, el equipo acabó los dos primeros cuartos con ventaja de 2-3.
Ni contra una menos, cuando España perdía una jugadora por sanción, podía prosperar el ataque australiano. “Las inferioridades las hemos defendido de una manera increíble”, dijo Paula Leiton. “Martina ha decidido que hoy se cerraba la persiana y se ha cerrado la persiana”.
Martina para empezar y Maica García, autora del 6-9 y el 7-11, para matar el partido. Alfa y omega de una victoria que pone la medalla de oro a un equipo inolvidable.
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