Alberto Fernández, oro olímpico en tiro de día y guitarrista de noche
El tirador madrileño, que ganó los Juegos de Tokio, combina la precisión y concentración de su deporte con su pasión: la música y los conciertos con su grupo, Los Geiperman
Deportista olímpico de día, guitarrista de noche. Quien se sube al escenario para dar un concierto con Los Geiperman, un grupo que toca versiones de Hombres G, es oro olímpico en los Juegos de Tokio en tiro al plato. Quien en el foso practica con la escopeta y el plato para intentar repetir el éxito en estos Juegos de París es un apasionado de la música que ensaya con el cuarteto y algunos fines de semana le da a los acordes ante el público. Se llama Alberto Fernández. De día, el tirador olímpico. De noche, un geiperman.
Es curioso que dos mundos tan distintos convivan en la misma persona. El tiro al plato es una modalidad que requiere una precisión de cirujano y una mente de acero. Un milímetro o una milésima separan el triunfo del fracaso. Pero toda esa frialdad salta por los aires cuando Alberto Fernández se viste de guitarrista y le da caña a las cuerdas.
El tiro fue una herencia familiar. “Empecé con mi padre, con ocho años. Yo era un niño que lo único que quería era disfrutar, no pensaba competir. Hasta que me llamaron del equipo nacional, descubrí la competición y acabé en unos Juegos”, recuerda Fernández, madrileño de 41 años. Debutó en Pekín 2008 y París será su quinta cita olímpica seguida. Después de ser tres veces campeón mundial, el cielo lo tocó en Tokio con esa medalla de oro en foso mixto junto a Fátima Gálvez, una modalidad que ahora ha desaparecido y que le conduce al torneo individual.
El ejercicio está medido al detalle. El plato pesa entre 100 y 110 gramos, tiene 12 centímetros de diámetro y dos centímetros de grosor. Sale disparado a 15 metros de distancia, a una velocidad entre los 101 y 107 km/h (“es como ver una aspirina a un metro”). Y cada milésima de segundo se mueve 36 centímetros. El tirador cuenta con unos 0,5 segundos para disparar y acertar con un cartucho de 24 gramos de plomo que sale de una escopeta de unos cuatro kilos de peso. Así durante una y otra vez sin descanso. Solo un movimiento casi automático, mecánico, sin apenas pensar de tantas veces repetido, permite enlazar decenas de aciertos.
“Es un deporte con muchos ingredientes. El más importante es la cabeza, tienes que controlarlo todo con la mente, la posición del cuerpo, la atención cuando vas a pedir el plato, el gestionar un cero, un fallo… es lo que trabajo más”, cuenta Alberto, que ha vivido la gran evolución de un deporte que en Pekín, cuando se estrenó en unos Juegos, se consideraba “de fin de semana” y no era profesional. Tras la cita de Río contrató a un preparador mental, Diego Gutiérrez, con quien escribió un libro después del oro de Tokio: Espíritu olímpico. Que una derrota no te derrote, ni una conquista te conquiste. “En este deporte, si tienes un error, el plato te gana, el movimiento ha de ser muy preciso. No puedes pensar, una distracción te mata. Gana el que menos falla. La técnica la adquieres con el tiempo, pero la parte mental es lo más difícil. A todo deportista nos pasa que en la competición nos vienen pensamientos positivos y negativos, tanto unos como otros tienes que saber gestionarlos. Hay que saber qué decirte a ti mismo sin depender de nadie”.
Antes del tiro, Alberto Fernández trabajaba de chófer con una furgoneta repartiendo por Madrid y los pueblos. Hoy lleva con su mujer, Bea, también tiradora, una empresa dedicada a su deporte, que vende productos y cuenta con una escuela. El hombre tiene cuerda para rato. El próximo lunes comenzará a competir en París después de ser campeón europeo este año y de un curso pasado con más baches. Primero padeció bruxismo, apretaba mucho la mandíbula y eso le provocaba migrañas, hasta que le pusieron una férula; y un verano sufrió una piedra en el riñón, estuvo ingresado una semana, perdió cuatro kilos (influye mucho en el control del cuerpo a la hora de disparar) y tardó un mes en volver a su forma. Ahora pisa París sin que aquel oro de Tokio le haya cambiado “nada” la vida: “Fátima y yo pensábamos que tendríamos más repercusión pero ha sido al revés, nada, y de patrocinadores, un desastre”, lamenta.
Alberto, pese a todo, piensa en los siguientes Juegos, Los Ángeles 2028, mientras estudia en la UCAM un máster de periodismo deportivo. Y claro, mientras ofrece conciertos con Los Geiperman, y ya son unos 200 en 10 años. “La música me relaja, me divierte, es mi pasión. Me ayuda a desconectar del tiro. Siempre estoy oyendo o pensando en la música, en cómo hacer unos acordes, un solo...”. Con Álvaro Hervás como cantante, Alberto Moliner como batería y Sergio Ayala en la guitarra, han dado conciertos de hasta 8.000 personas, como en las fiestas de Solares, en Cantabria. Los Hombres G les animan, e incluso algunos de sus componentes han tocado de vez en cuando con ellos: “Tenemos muy buen rollo”.
La producción musical no ha parado ni antes de los Juegos, aunque mientras compite en París le buscan un relevo. En los Juegos, Alberto tiene que volver a concentrarse en el plato, el tiro. Olímpico de día y guitarrista de noche.
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