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DIARIO DE UN EXOLÍMPICO
Columna
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El libro gordo de Petete

La presión en el deporte es necesaria. No se trata de suprimirla, sino de saber que hay ayuda para superarla

Tokio 2020
Simone Biles posa con su medalla de bronce.MIKE BLAKE (Reuters)

Una competición como los Juegos no solo deja éxitos y fracasos, fiesta y drama, sonrisas y lágrimas, sino que también son como el libro gordo de Petete, que, además de entretener, te enseña. Aquí van tres lecciones aprovechables.

La de los Gasol. Como no podía ser de otra forma, se va digiriendo poco a poco la derrota ante EE UU y sus consecuencias a la vez que crece la riada de reconocimiento internacional hacia los hermanos Gasol. Mira que vivimos en un momento donde la exageración campa a sus anchas y en el ánimo de atraer atención, audiencias o clics, y adjetivos grandilocuentes como increíble, maravilloso o histórico se aplican con demasiada ligereza. Pero en esta ocasión, todo lo que se diga parece encajar con dos trayectorias diferentes, pero ambas ejemplares. De Pau queda poco por decir. Solo incidiré en un baremo significativo. Lo que encuentras frente a lo que dejas. La comparación de la España baloncestística de 2001 con la actual, pródiga en títulos y tan respetada como reconocida mundialmente, refleja perfectamente el legado de Pau. Es verdad que no ha sido solo él, ni mucho menos, pero sí es la primera razón que fundamenta la abismal diferencia. En cuanto a Marc, seguro que no ha sido fácil encontrar el sol con un árbol al lado que daba tanta sombra. Pero siempre ha sabido cuál era su sitio, aceptando su papel en cada situación, a veces de referente, otras de vital complemento.

La de Biles. En el último instante, reapareció Biles y hasta consiguió una medalla de bronce en barra, lo que le ha valido otra ola de simpatía y aplauso. No recuerdo un atleta que, casi sin participar, haya acaparado tanto protagonismo y generado tamaña expectación. Su llamada de atención sobre la salud mental ha conseguido hacer mucho ruido, y que cada vez más deportistas no tengan reparo alguno en explicar sus casos. Además de contar lo mucho que entrenaron para lograr un éxito olímpico, cada vez es más habitual compartir los momentos difíciles en cuanto al estado mental. Yo no sé si esto es algo que ha llegado para quedarse o simplemente es una moda pasajera que no volveremos a tratar hasta dentro de tres años, en los próximos Juegos. Pero mientras tanto, hay que dar por bueno lo ocurrido. Por cierto y por aclarar, todos los deportistas saben que la presión es consustancial a su profesión. Es más, resulta absolutamente necesaria, pues te exige, empuja y estimula para intentar ser cada día mejor. No se trata de rebajar, ni mucho menos suprimir, sino simplemente saber que cuando el deportista no pueda manejarla por las razones que sea y sus efectos resulten tan perniciosos como peligrosos, vas a poder contar con la ayuda necesaria para superarlo. Y esto sólo es posible si el tema está sobre la mesa y no escondido debajo de ella.

La de los equipos. Los deportes de equipo llevan tiempo siendo uno de nuestros puntos fuertes. Una vez más, están rindiendo bastante satisfactoriamente. Solo el balonmano femenino se quedó fuera de los cuartos, donde cayeron los dos equipos de baloncesto y hockey hierba. Han llegado hasta la penúltima estación los dos waterpolos y el balonmano masculino, mientras que los chicos del fútbol tienen como poco la plata ganada. Total, de nueve, cuatro peleando por metales. Está claro que en este país del que a veces nos gusta hablar tan mal, somos capaces, al menos en el deporte, de aunar talentos y voluntades, huir de individualismos e intereses particulares y crear la suficiente conciencia colectiva que nos permita asaltar ambiciosos objetivos, solo posibles con todos remando en la misma dirección. Si el deporte puede resultar ejemplarizante, la lección que nos dan estos colectivos debería ser de estudio obligatorio. En escuelas y también en parlamentos. Aunque igual esto es pedir demasiado.

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