Este infernal y precioso olor al viejo Clásico de siempre
Se pierden la cuenta de los partidos en que el Barcelona está herido y el Madrid tiende la mano. Lo de dar la mano es en la derrota, no cuando se está ganando


No estuvieron tan listos los ladrones del Louvre cuando no esperaron a que en el museo estuviese colgado el frame del fuera de juego de Mbappé, el hilillo de una media que estuvieron buscando en el VAR media hora para anular el gol del francés. Definitiva obra de arte. El gol fue una bomba teledirigida que hizo saltar por los aires el Clásico a los diez minutos. Fue anulado siendo muy fieles al espíritu de la norma, que exigirá a los jugadores saltar al campo sin espinilleras y sin medias, con la ropa ceñida y las piernas muy depiladas. Nadadores, en definitiva. Sin nada en el cuerpo y en la vida que pueda dejarte en fuera de juego; sin una familia política, sin un amigo tarambana. La formulaunocización del fútbol: la emoción del fotofinish, pero al menos con los coches se sabe qué parte vale.
Fue uno de esos partidos diseñados para que se hable de ellos dos semanas. Puro fútbol de antes en cuanto dejaron de importar los frames. Bien Lamine Yamal en la previa, canchero, generando ambiente, dándole voltaje a clásicos últimamente marchitos. El Clásico necesita de jugadores así, capaces de tener a la hinchada silbándole antes de que empiece el partido. Tan acostumbrados estamos al “sí bueno no” que cuando aparece un chulazo con personalidad y carácter, ajeno a corsés, nos metemos corriendo debajo de la mesa. Si bien es cierto que si Yamal jugase en el Madrid, esa noche se reúne de urgencia el Consejo de Ministros valorando la Kings League. Las declaraciones, claro, levantaron el ánimo de los madridistas más revoltosos, particularmente Vinicius. Pasa que si provocas, tienes que aguantar luego que te contesten. Es ley de barrio. Hay que estar a favor sobre todo de la simetría.
Vinicius, por cierto. Desbordó, enchufó a los demás y creó él solo, casi de la nada, el segundo gol. Tuvo la punta de velocidad extra que prometió hace años con su Eu farei, y luego montó un número en su relevo que cualquier día termina en desgracia como se pase aún más de revoluciones. Ese número lo montamos los madridistas que estábamos viendo el partido seguro que por las mismas razones que él: estaba fresco, las contras se multiplicaban y en campo abierto es una ballesta. Quizá no estaba defendiendo o presionando lo que debía, quizá eso compensaba si ejecutaba el tercer o cuarto gol. El caso es que a los aficionados también hay que dejarles hacer el show, no se nos puede robar todo.
Vini se fue corriendo al vestuario, capaz fue de poner un par de likes estratégicos en Instagram y volvió al banquillo. ¿Más tranquilo? No exactamente, pero al menos esta vez ya quería pegarse con el rival, no con su entrenador. También eso es fútbol, si bien hay que esconder a los niños con un iPad para que vean lo que quieran en internet. Nada más acabar el partido se nos ofrecieron ya en caliente las primeras imágenes de los conflictos de Vinicius con diferentes jugadores del Barça. En esas primeras imágenes ya tenían subtitulado sólo a Vini. Entre el brasileño y los españoles fue más rápido entender lo que decía Vini. También es verdad que estaba mejor enfocado, como siempre.
Tuvo el partido, entre las polémicas, los goles y las tanganas, el viejo olor al Clásico de toda la vida, a la rivalidad que sobrepasa el vestuario de la selección, al cara de perro con el que se saludaban los Madrid-Barça de siempre y que conectaba a las dos aficiones a una electricidad muy particular. No se trata de ensalzar la bulla, sino de ponerla en contexto: dos equipos que se tienen ganas, que se pican, estrellas que no quieren salir del campo yéndose entre aspavientos, silbadas monumentales, declaraciones explosivas. El fútbol es pasión y la pasión lleva a veces a sitios poco edificantes, pero icónicos. Qué mirás, bobo.
El Madrid pudo golear y ganó dando un poco de pena los últimos minutos. No era necesario, pero el madridismo lastimero empieza a acostumbrarse. Se pierden la cuenta de los partidos en que el Barcelona está herido y el Madrid tiende la mano. Lo de dar la mano es en la derrota, no cuando se está ganando. Pero pasa también institucionalmente. El Madrid exagera tanto su ausencia de antibarcelonismo que le pasa como a aquel ajedrecista, Akiba Rubistein, que en mitad de su carrera empezó a ser víctima de una timidez patológica. Después de realizar un movimiento, corría a esconderse en un rincón de la sala a esperar la réplica de su adversario.
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