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Alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Simeone y el cartero

Al Cholo se le vienen acumulando las grandes derrotas desde hace tiempo por una extraña mezcla de pasión y cautela, tan obsesionado con no perder jamás la esperanza que parece haberse acostumbrado, en exceso, al calor de la melancolía

Simeone
Rafa Cabeleira

Atesora Simeone algunas características de los vecinos latosos que se permiten el lujo de poner en jaque a toda la escalera porque, insisten, no se le debe abrir el portal del edificio al primero que toque el timbre y mucho menos si se presenta como cartero de publicidad. Al argentino, que la pasada semana se llevó dos revolcones por el precio de uno (a todo el mundo le gustan los cupones, también al viejo avaro del quinto), lo recordará la historia de nuestro fútbol como uno de los técnicos más icónicos de LaLiga y todo un dolor de muelas para quienes seguimos empeñados en concebir este negocio como una fiesta de los sentidos, tan embelesados con la audacia, el vértigo y los goles que terminamos despreciando la belleza de un buen atasco.

Nadie sabe, a ciencia cierta, qué tipo de pensamientos recorren su cabeza cuando los grandes partidos se le ponen de cara y decide, por acción u omisión, darles la espalda. Como si dejar correr el tiempo resultase el camino más corto hacia un final feliz. O como si esperar al siguiente error del rival se le antojase la mejor forma de evitar que sus futbolistas esquiven los propios. Precisamente a él, que siempre ha considerado la victoria como la única filosofía digna de estudio, se le vienen acumulando las grandes derrotas desde hace tiempo por una extraña mezcla de pasión y cautela, tan obsesionado con no perder jamás la esperanza que parece haberse acostumbrado, en exceso, al calor de la melancolía.

“Siempre nos ganan en la Liga de Campeones, pero les hacemos sufrir”, declaró al final del último duelo europeo contra el vecino del ático, ese Real Madrid eternamente de fiesta con cierta complicidad de la Policía Municipal. Ese consuelo difuso entre el quiero y no puedo, o viceversa, entonado una y otra vez por el ídolo colchonero, se nos presenta ya como la única explicación probable a uno de los misterios más recurrentes del fútbol moderno: el de las victorias morales del Atleti frente a un rival que ya empieza a planear el siguiente golpe, a rizar el siguiente rizo, a disparar la siguiente alarma en el banco de la lógica. Porque ante la imposibilidad permanente de ganarles por la mano, de devolver —al menos una vez— tanta afrenta histórica e histérica, parece haberse conformado Simeone con el desahogo de dar vueltas por la casa mientras va golpeando el techo con el palo de la escoba.

Exigir más o conformarse parece el dilema actual de un club, y una afición, que conocen demasiado bien los rigores del frío como para renunciar alegremente al abrigo de esta figura gigantesca que todo lo tapa. No existe técnico mejor que Simeone para un Atlético de Madrid huérfano de referentes y temeroso de los cambios, un club dirigido desde despachos altísimos en los que no es necesario mirar para saber que cualquier proyecto empieza y termina por descargar toda la responsabilidad sobre el ídolo, al técnico que no negocia esfuerzos ni compromisos con la tropa, incluida la que se aposta en la comodidad de las gradas. A menudo se caricaturiza en exceso su pasión desbordada y sus gestos de aliento a una afición que vive necesitada de una reafirmación constante: somos el Atleti, no trates de entenderlo. Por eso no deberíamos, los demás, intentar explicarlo: por suerte o por desgracia, casi siempre son Simeone y su Atleti los encargados de probar el látigo caprichoso de la historia y así no hay manera, ni humana, ni divina, de fiarse del cartero.

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