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siempre robando
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mbappé deja de pensar

El jugador más famoso del mundo, Leo Messi, jamás pensó. Llegaba (llega) con el partido pensado de casa

Kylian Mbappé celebra el tercer gol ante el Valladolid.
Kylian Mbappé celebra el tercer gol ante el Valladolid.Soccrates Images (Getty Images)
Manuel Jabois

Hace unos días Kylian Mbappé dijo una frase interesante: “Estaba pensando demasiado”. Fue en una rueda de prensa en la que se celebró esta reflexión populista (“Yo no soy un jugador tímido, pero tenía que venir con humildad, porque el Real Madrid ya lo había ganado todo y no podía decir a los demás que me pasasen el balón”) y se pasó más por alto esta otra: “Yo pensaba mucho en cómo hacer las cosas, cómo moverme, irme al espacio, irme a la zona de Vini o Rodrygo. Y cuando piensas mucho, no piensas en tu juego”. En otro orden de cosas y a otra velocidad de juego me recordó a una reflexión reciente de un tenista de élite (¿Nadal?, ¿Alcaraz?) que venía a decir que en un partido solo se podía pensar entre punto y punto, nunca con el punto en juego. La bola va a tanta velocidad y el cuerpo está tan dedicado a ella que no hay una décima de segundo libre para pensar: todo se mueve con delicados automatismos y sorprendentes instintos.

El cerebro es una máquina espectacular cuando se lleva al límite. Puede convertirte en una especie de Dios en momentos de extraordinaria presión, o hacerte parecer el tipo más desahuciado del mundo: Kylian Mbappé, por ejemplo, cuando pensaba de más. Firmó varios partidos discretos hasta que finalmente en Liverpool y en San Mamés se convirtió, por arte de magia, en un delantero irreconocible. Estaba la condición física, pero sin explotar. Estaban las ganas, pero sin fe. Y no había nada más, ni puntería ni confianza. La desesperación era absoluta. Un articulista que a estas horas debe de estar exiliado llegó a escribir que el Madrid tenía un problema y que ese problema era Mbappé. Y todo esto pasaba hace unas semanas. Lo que hace el fútbol con el tiempo es algo a estudiar.

En Valladolid se produjo una contra madridista que se convirtió en estampida por obra y gracia de Mbappé. La inició Valverde, la aclaró Bellingham y la condujo Rodrygo, pero son las zancadas de Mbappé buscando el desmarque las que hacen retroceder al aficionado hasta Ronaldo Nazario, hasta la manada que dijo Valdano. Hay en esa manera de abalanzarse sobre el hueco de la defensa una cultura, un legado y una bomba nuclear. A veces no es necesario ni que le llegue la pelota. En el gol de Bellingham contra el Valencia, el gol de la victoria blanca en el descuento, Mbappé cruza su espalda como un avión para quedarse solo con la portería vacía (Bellingham resuelve la jugada él solo). Es una belleza de desmarque, pero sobre todo es un desmarque que dura apenas un segundo. Mbappé ya es el jugador que esperó el Madrid durante años.

Y a ello ha contribuido, claro, no pensar. No hay peligro más íntimo que pensar cuando no debes. Si uno entra al campo pensando, y pasa el partido pensando, debería entonces dejar la pelota y buscar un aula. No piensan ni los entrenadores. El jugador más famoso del mundo, Leo Messi, jamás pensó. Llegaba (llega) con el partido pensado de casa. Los grandes jugadores actúan mediante curiosos espasmos cerebrales que convierten cada jugada en una suerte de milagro. No se puede ser tan rápido como Mbappé y pasarte el partido pensando: ya piensan las piernas por ti. Piensa el equipo, incluso, como inteligencia colectiva. Los goles y todo lo que les precede no depende tanto de un tío que piensa como de varios tíos que han salido del vestuario ya pensados, ya dispuestos a ejecutar en el campo lo trazado fuera por pura acumulación. Por eso todo lo que le espera al Madrid con Mbappé, aquel antiguo problema, es bueno.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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