El día que Griffa me cambió la vida
Su discurso estaba hecho de valores porque le daba una importancia vital a la calidad humana y al sentido de pertenencia. Al club había que respetarlo hasta en las pequeñas cosas
Murió Jorge Bernardo Griffa, que mientras fue futbolista, según palabras de Luis Aragonés, “enseñaba a ganar”, y que cuando fue maestro de divisiones inferiores en distintos clubes, enseñó a jugar, a respetar el fútbol, a vivir.
Defensor central del Atlético de Madrid durante una década, jugador valiente, duro como mandaba la época (“hacha” llegaron a llamarle), con el liderazgo de un general y la fiereza competitiva propia de quien ama al club y a la profesión. Dejó huella.
Al final de su carrera volvió al gran Newell’s Old Boys de Rosario, club del que había surgido y donde descubrió una nueva vocación, la de entrenador de jóvenes; esto es, la de profesor. Si el espesor de un maestro se mide por la calidad de sus alumnos, aquí van nombres propios: Ricardo Giusti y Américo Gallego (los dos campeones del mundo), Batistuta, Samuel, Heinze, Pochettino, Martino, Tévez, Gago, Banegas, Berizzo, Scaloni… También Marcelo Bielsa, gloria de Newell’s y formado a su sombra como entrenador y persona.
Yo era un adolescente y estaba en el club cuando Griffa empezó su tarea de formador. Provocaba respeto desde su presencia dominante y activaba el profesionalismo con su pasión. Le sobraba energía para transmitir conocimientos y actitud competitiva. Un día le pregunté si había algún defecto incurable en un futbolista y me contestó, como si hablara del diablo, que la indolencia. Pedía implicación máxima con una vehemencia que asustaba. En su paso por Newell’s, Boca, Independiente y el fútbol mexicano, siempre supo que el del fútbol es un oficio que se aprende desde la exigencia.
Nunca fue complaciente. Corregía sin vueltas y si alguien se ofendía, mala suerte. Sobre su sinceridad habla la siguiente anécdota. Uno de los jugadores salido de su escuela prosperó en el fútbol hasta llegar a jugar en grandes equipos. Era un futbolista recio y aplicado, más importante cuando el rival tenía la pelota que cuando la tenía su equipo. Cada vez que cambiaba de club, Griffa lo llamaba para felicitarlo, pero antes de colgar siempre terminaba con un mismo consejo: “Acuérdese que usted no sabe jugar al fútbol”. Entendía que a los productos de exportación que había formado, tenía que acompañarlos toda la vida. Siempre con la verdad por delante.
Su discurso estaba hecho de valores porque le daba una importancia vital a la calidad humana y al sentido de pertenencia. Al club había que respetarlo hasta en las pequeñas cosas. Si a lo largo de un entrenamiento se perdía una pelota, no se iba nadie hasta que se encontrara. De esas pequeñas cosas está hecha la grandeza.
Su autoridad moral y efectiva llegó a ser más grande que la de los presidentes. Un día recibí una llamada para que me presentara en el club urgentemente. Al llegar, me encontré a Griffa hablando tranquilamente con José María Zárraga, capitán de aquel Real Madrid que ganó las primeras cinco Copas de Europa y, en ese momento, gerente del Alavés. Griffa ya lo había convencido de que yo era el delantero que buscaba. Le costó otros cinco minutos convencerme a mí. Newell’s necesitaba esa venta por las apreturas económicas de siempre y él creía que España era el mejor lugar posible para mí. Era tal el respeto que le tenía que entendí que no había más que hablar. Como es natural, una decisión de ese tipo arrastra una cadena de consecuencias infinita. De hecho, las consecuencias de aquello llegan hasta hoy.
Es un buen día para preguntarse a cuánta gente, como a mí, Griffa le cambió la vida. Lo hizo desde un minucioso trabajo con el que nos ayudaba a cumplir nuestro sueño. Nada menos. Descanse en paz, maestro.
Jorge Bernardo Griffa, jugador del Atlético entre 1959-69.
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