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DE ÁREA A ÁREA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Atlético consagra la ‘Pax Cholista’

Esta larga y alargada estadía de Simeone es una excepción en tiempos en que hasta han desaparecido los sempiternos ‘mánagers’ ingleses

El presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo, y Diego Pablo Simeone, tras el anuncio de la renovación del técnico argentino hasta el 30 de junio de 2027.
El presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo, y Diego Pablo Simeone, tras el anuncio de la renovación del técnico argentino hasta el 30 de junio de 2027.Atlético de Madrid (Atlético de Madrid/EFE)

“Lo hemos probado todo menos la paciencia”, me dijo hace bastantes años Miguel Ángel Gil, cuando el Atlético lo presidía su padre con estilo volcánico. En un solo curso pasaron seis entrenadores: Jair Pereira, Cacho Heredia, Emilio Cruz, José Luis Romero, Santos Ovejero y Jorge D’Alessandro. Otras temporadas estuvo cerca. Su primer proyecto lo depositó en Menotti, el segundo y el tercero, en Maguregui y Clemente, en las antípodas de aquel. Ninguno de los tres concluyó la temporada, por supuesto. En la de Menotti hubo dos técnicos más, en la de Maguregui tres más, en la de Clemente, de nuevo tres. Aquello era vertiginoso, año tras año se quemaban nombres más o menos fugaces, desde viejos manes de la tribu (Ufarte, Peiró, Ovejero, Cacho Heredia, Luis…), a tipos de prestigio traídos de Inglaterra, Argentina, Brasil, Colombia o Italia, a meritorios españoles sin currículum. Nada le servía.

Así que esta larga y alargada estadía del Cholo, una excepción en tiempos en que hasta han desaparecido los otrora sempiternos mánagers ingleses, es aún más excepcional en un club cuya esencia siempre tuvimos por inestable.

Su llegada fue una aparición feliz. Por entonces no era raro que las preferencias de Enrique Cerezo o Miguel Ángel Gil por tal o cual entrenador o tales o cuales jugadores crearan tensiones. Con Cholo se acabó. Blindó el vestuario y desde un Atlético aún convaleciente del descenso construyó un equipo de buenas prestaciones. Con un estilo, digamos, siderúrgico, que hacía torcer el morro a aficionados que añoraban a Peiró y Collar, o a Leivinha y Gárate, pero que se dio por bueno para salir de donde estaban y por lo que representó de filosofía del trabajo. Partido a partido, dijo, y llegó a convertirse en un referente social.

Hasta que cundió cierto hartazgo de ese estilo, empezó a pedirse algo más y se produjo una división. Llegó también el día en que el Cholo pareció desfallecer, tras la derrota en Milán, e insinuó una retirada, trance del que salió con más poder y más dinero. También llegó el momento en que el que pareció desfallecer fue Miguel Ángel Gil con su nota sobre el caso João Félix, en la que mostraba su desencanto por la forma en que Simeone había manejado esa inversión del club. Coincidió con una mala racha del equipo. Pero en el cambio de año se produjo una especie de ‘limpia de corrales’: salieron João Félix, Felipe, Cunha y Lodi, cuatro lusoparlantes, y el equipo se vino arriba.

João Félix pinchó en el Chelsea. Este curso ha ido al Barça, empezó bien, pero tampoco rompe. Sin embargo, sí ha roto el Atlético, que está jugando su mejor fútbol desde que llegó el Cholo. No es aquel equipo coriáceo de Godín, Miranda, Gabi y demás, pero hace un juego de gran belleza, marca goles y obtiene resultados. Con Griezmann al frente, perdonado por el Cholo antes que por la afición.

Se ha instalado una ‘Pax Cholista’ corroborada en esta prórroga de contrato en la que él, consciente de los aprietos del club, concede rebajar sus descomunales 16,5 millones limpios por año, a los algo menos descomunales 12 millones. Un dinero que al Atlético no le duele, porque él es la base sobre la que ha crecido como club, ha construido un gran estadio y se ha instalado en la aristocracia del fútbol europeo. El contrato hasta junio de 2027 supondrá su permanencia en el cargo durante 15 temporadas si es que lo cumple, y no hay por qué suponer que no. Más allá incluso del récord de Miguel Muñoz (trece y media) en el estabilizadísimo Real Madrid de los años crepusculares de Santiago Bernabéu.

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