Lorenzo Insigne, el bajito feliz de Italia
El atacante napolitano, que lleva un tatuaje de Maradona, asegura que nunca se divirtió tanto
Ser de Nápoles y jugar toda la vida en el Nápoles es toda una experiencia volcánica. En la ciudad que santificó y malcrió a Maradona caben pocos grises para un futbolista nacido en ese cráter. Lo sabe Lorenzo Insigne, que echó los dientes en Frattamaggiore, uno de esos barrios humildes donde a los chicos traviesos de la calle los bautizan como scugnizzo. “Soy de Nápoles, orgulloso de serlo y jamás me ofenderé si me llaman así. Crecí comiendo pizzetas con salsa”, ha llegado a confesar. Él fue un mal estudiante y, en cuanto dejó el colegio, se marchó a trabajar con un primo al mercadillo para huir de los líos y aprender a ganarse la vida hasta que pudo hacerlo con el fútbol y sacar así a la familia de las penurias económicas.
De ahí viene Insigne (30 años) y allí volverá después de la Eurocopa con un asunto muy importante que resolver: su futuro en el equipo. Le queda una temporada de contrato y la renovación está atascada porque el presidente le quiere aplicar un tijeretazo en su sueldo de 4,6 millones, algo a lo que él se niega. Un asunto nada menor en Nápoles, donde la relación entre el jugador y los aficionados muchas veces no ha sido pacífica.
Mientras llega ese momento, este atacante menudo (1,63m) al que tanto rechazaron de pequeño por bajito lleva un mes disfrutando de lo lindo con Italia. “Es el mejor momento de mi carrera”, proclamó tras ganar en cuartos a Bélgica (1-2) con su golpeo favorito, de rosca, el que se queda ensayando como un ritual después de cada entrenamiento. “Nunca me divertí tanto, parece que jugamos con los amigos del colegio entre semana. Estoy feliz. Este es nuestro secreto”, abundó este futbolista desequilibrante e imaginativo, generalmente perfilado en el lado izquierdo y autor de dos goles en el campeonato (el otro fue en el debut, a Turquía).
Está en la treintena y con la Azzurra ya suma 46 internacionalidades y una decena de tantos, pero nunca había sido tan relevante en sus 10 años con la selección. “Es la primera vez que juego como protagonista en la fase final de un torneo importante”, reconocía estos días. Estuvo en el Mundial 2014 y en la Eurocopa 2016, aunque siempre como suplente. Con Roberto Mancini, sin embargo, las piezas han encajado. Desde que el técnico llegó al banquillo de la Nazionale en 2018, solo las lesiones y algún descanso puntual contra rivales flojos le han sacado del once. “Hay un sistema de juego que se adapta más a mí”, ha agradecido.
La invocación a El Pelusa
Con Italia, además, hace dúo ofensivo con su viejo amigo Ciro Immobile, con quien veranea y habla en napolitano. Ambos coincidieron hace una década, junto a Marco Verratti, en aquel Pescara que tanto se recuerda estos días como germen del fútbol alegre que ha venido practicando esta Italia (España mediante). Allí lo dirigió un revolucionario de la vida en general y del juego de ataque en particular, Zdenek Zeman, que lo puso en el escaparate. “Si he llegado hasta aquí es por la confianza que me dio”, admitía hace unos años a este periódico. Lo tuvo de técnico en el Foggia, donde metió 19 goles, y al año siguiente lo reclamó para ese Pescara, donde se apuntó 20 dianas y 14 asistencias en el ascenso a la Serie A.
Gracias al ansia ofensiva y a los entrenamientos casi militares de este checo nacionalizado italiano, Insigne aprovechó la pasarela para asomar la cabeza y regresar después de varias cesiones definitivamente a Nápoles, al calor del hogar, donde no pocas veces han surgido roces con la grada del San Paolo. “Son silbidos de amor. Soy hijo de esta ciudad y espera mucho de mí. Somos muy orgullosos y queremos que los que nos representan hagan un buen trabajo”, comentó en medio de una de esas crisis. Allí, entre dimes y diretes con la afición, ya se ha convertido en el quinto jugador con más partidos (397, a 123 de Hamsik) y el cuarto máximo anotador (109). Si la sangre no llega al río con el club y continúa, al menos, una temporada más, muy probablemente supere los 115 tantos de Maradona.
De entre la multitud de tatuajes que decoran su cuerpo, un enorme dibujo de El Pelusa domina su pierna izquierda. Él siempre huyó de cualquier atisbo de comparación con el ídolo caído, pero en el fragor previo a la final de la Eurocopa precisamente contra Inglaterra, el partido más importante que ha disputado Insigne en su vida (solo tiene dos Copas de Italia), algunos han querido ver en su cuerpo antes de viajar a Wembley la aparición de la mano de Dios.
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