¡Dios Salve a la Reina Isabel II de Alemania!
El Alemania-Inglaterra es un clásico, pero más que rivalidad lo que hay es hegemonía; hegemonía alemana
“No dejes que la realidad te estropee una buena noticia”, dice el más cínico de los adagios periodísticos. Pues bien, la realidad es que la vieja rivalidad entre Inglaterra y Alemania es, fundamentalmente, un artificio. Tanto en términos históricos como futbolísticos, a pesar de las dos guerras mundiales y de que se han enfrentado numerosas veces en la fase final tanto de la Eurocopa como de la Copa del Mundo.
A ingleses y alemanes les ha unido históricamente desde la lengua (ambas de origen germánico) hasta el comercio ya en tiempos de la Liga Hanseática en la Edad Media, o las guerras napoleónicas (con Prusia aliada de Inglaterra frente a Francia). Las ansias imperiales del káiser Guillermo II, que acabarían derivando en la I Guerra Mundial y ésta en la Segunda, marcan una línea de enfrentamiento que no es de Inglaterra contra Alemania, sino de medio mundo frente a la Alemania imperial, primero, y la Alemania nazi y el Eje, después.
La supuesta rivalidad entre ambos países es un mito nacido al calor de la tendencia de los británicos a presentarse a sí mismos como los salvadores de Europa, olvidando que fueron Estados Unidos y la Unión Soviética, con la ayuda clave del Reino Unido, sí, pero la contribución también de muchos otros, quienes liberaron el continente. Incluso después de la II Guerra Mundial, también durante las peores crisis entre Reino Unido y la Unión Europea, Alemania ha sido siempre puente entre las islas y el continente, nunca barrera. El Brexit no es hijo de un conflicto de británicos y alemanes, sino de los británicos consigo mismo.
Y si el secreto mejor guardado de París es que llueve más que en Londres, el secreto mejor guardado de la monarquía británica es que, en realidad, es alemana. Lo es desde que, en 1714, la reina Ana murió sin sucesor y los británicos, que no podían dejar acceder al trono a un católico (y sigue prohibido hoy, en estos tiempos de protección de todo tipo de minorías…) acabaron saltándose a medio centenar de parientes católicos de la reina fallecida para ofrecerle el trono a un primo segundo, protestante, por supuesto: Georg Ludwig de Hanover (en realidad, Casa de Brunswick-Lüneber, línea Hanover), que se convirtió en Jorge I de Gran Bretaña e Irlanda sin hablar una palabra de inglés. Cuando la reina Victoria, cuya lengua materna era el alemán, falleció en 1901, el trono británico pasó a su hijo Eduardo VII, miembro de la Casa de Saxe-Coburgo Gotha como hijo que era del príncipe Alberto, el marido de Victoria, que jamás perdió su marcado acento alemán. Fue el hijo de Eduardo VII, George Frederick Ernest Albert, que reinó como Jorge V, quien en 1917, en plena I Guerra Mundial (en ese momento, Alemania sí era el enemigo), decidió cambiar el nombre de la dinastía y el germánico Saxe-Coburgo Gotha se convirtió en el muy británico Windsor.
En fútbol, el Alemania-Inglaterra es un clásico, pero más que rivalidad lo que hay es hegemonía. Hegemonía alemana, se entiende. Aunque Inglaterra ha ganado el partido más importante (4-2 con gol fantasma en el viejo Wembley en la final del Mundial de 1966), desde entonces Alemania ha ganado siempre que se han enfrentado en eliminatorias (en grupos suele ganar Inglaterra y pasar los dos). Así fue en los Mundiales de México 70, España 82, Italia 90 y en Sudáfrica 2010. También en la Eurocopa de 1972 (con un 1-3 en Wembley del que siempre se recordará a Günter Netzer) y en las semifinales de la Eurocopa de 1996, también en Wembley, con victoria alemana por penaltis. Gareth Southgate, actual entrenador de Inglaterra, falló el último disparo.
La superioridad alemana ha sido tan aplastante que Gary Lineker acabó acuñando una de las definiciones más famosas del fútbol: “Un juego muy sencillo en el que 22 hombres persiguen una pelota durante 90 minutos y al final siempre ganan los alemanes”. Eran otros tiempos. Ahora, los alemanes no siempre ganan…
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