Pasaba por ahí
Messi en el Camp Nou vacío es la conexión irracional del fútbol con sus héroes de la manera más fantástica posible: la del jugador retirado del club con las gradas antes llenas y hoy vacías


Messi mirando el Camp Nou desde la cristalera de un restaurante, diciéndole a De Paul que lo acompañase un momento, llegando a la puerta y pidiendo entrar, pisar el césped y mirar para arriba, el estadio vacío a medianoche, es una de las razones por las que el fútbol siempre será más importante que la oportunidad de negocio en la que quieren convertirlo inversores que nunca han tenido una pasión, ni una camiseta a la que rezar, y preguntan en sus palacios de Riad en qué consiste el fuera de juego. Eso, esa imagen, reúne todos los elementos con los que el fútbol resiste el sabotaje de Infantinos y Tebas, reúne toda la riqueza de matices con la que el fútbol deshace prejuicios y bajezas.
Cada quince días y durante quince años, en ese escenario, Messi ha escuchado a 100.000 gargantas corear su nombre. Callaron varias veces. Una de ellas estaba yo en el campo, en un Clásico: fue cuando después de una tarascada el estadio enmudeció. De una manera que impresionaba más que el griterío. Se trataba del famoso silencio del Camp Nou cuando Messi se quedaba tumbado en el campo; esos segundos en los que de repente al aficionado culé se le pasaba la vida por delante mientras al madridista se le pasaba por detrás. Otro día un portero salió a por un balón que iba por los aires y de paso atropelló al pobre Messi. Fue tal la conmoción del Camp Nou (cada vez que Messi se va al césped hay un silencio de funeral de dictador, como si pudiese levantarse y tomar nota de quien habla) que nadie reparó en que se había pitado penalti. Estaba en el campo y lo escribí, porque hay que escribirlo todo. “El argentino tardó en levantarse: cuando lo hizo marcó gol. También a Stalin, cuando se encontraba en su lecho de muerte, sus colaboradores se acercaban a la cama aprovechando que caía inconsciente para llenarlo de insultos; cuando recuperaba la consciencia, Stalin no tiraba un penalti, pero firmaba sentencias de muerte, que es parecido”.
Messi en el Camp Nou vacío es la conexión irracional del fútbol con sus héroes de la manera más fantástica posible: la del jugador retirado del club con las gradas antes llenas y hoy vacías. El Camp Nou, por cierto. Un club puede mudarse de ciudad, vender a su estrella, cambiar de escudo o de himno. Puede disfrazarse de empresa global, y hasta serlo. Pero cuando un club se queda sin su estadio, todo se apaga: literalmente, los focos. Lo saben las aficiones que han tenido que pasar años jugando prestadas y errantes, como Targaryens, sin un lugar que les recuerde por qué aman lo que aman. El estadio propio no es un recinto deportivo: es un país emocional. Donde uno entra y deja de ser uno para convertirse en multitud. Donde padres señalan con el dedo la grada y dicen “aquí estaba yo con tu abuelo”, y a saber con quién estaba.
Quizá suene exagerado, pero: ningún club es completamente dueño de sí mismo si no tiene un lugar donde vivir. De ahí que un estadio no se sea solo una infraestructura, sino un hogar. Vuelven los aficionados como quien vuelve a una iglesia, como quien pisa la tierra natal después de hace años. No importa si hay polvo, si faltan obras, si algo aún está incompleto: lo importante es volver a pisar los mismos escalones, mirar el mismo césped, volver a sentir que ese lugar te nombra y te reconoce. Y que el primero en entrar de extranjis haya sido Messi, que pasaba por ahí, cierra y abre un círculo.
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