En un mundo ideal, los hijos vengan a sus madres
Sara Björk dejó de jugar al fútbol dos veces en su carrera: una por lesión; otra, por embarazo. Fue peor el embarazo. Lo cuenta el libro ‘Hogar fútbol’, de Gabino Sánchez Llamazares


Sara Björk dejó de jugar al fútbol en su carrera por dos razones: una rotura del ligamento cruzado anterior de rodilla y un embarazo. Después de la primera, volvió a jugar; con la segunda, terminó denunciando a su club, el Olympique de Lyon.
Gabino Sánchez Llamazares ha escrito un libro, Hogar fútbol (La Moderna, 2024), en el que pasa por el escáner un racimo de historias asombrosas, algunas conocidas (los hermanos Williams, Zamora, Puskas, Modric o Kubala) y otras, no tanto. Enjundiosas todas, pocas tan modernas (el embarazo es algo que se puso de moda hace poco, cuando se descubrió cómo se reproducían los seres humanos, o sea con la incorporación de la mujer al mundo laboral) como la de Sara Björk.
Internacional con Finlandia, Sara Björk es la jugadora islandesa con más internacionalidades y en 2020 fichó por el Olympique de Lyon. Dos meses después, se proclamó campeona de Europa tras ganar al Wolfsburgo: marcó un gol en la final. En 2021 anunció su embarazo con el internacional islandés Árni Vilhjálmsson. Tuvo dudas: ¿cómo afectaría aquello a su carrera? Pero quería ser madre. “Tenía el ejemplo reciente de Alex Morgan, que se había quedado embarazada en 2019, año en que ganaría su segundo Mundial, lo que le valdría para ser tercera en las votaciones del Balón de Oro, y que después de ser madre había continuado con su carrera futbolística”, escribe Sánchez Llamazares.
Ejemplo fallido. Si antes, mucho antes, el embarazo era una ruleta rusa respecto a la supervivencia de la madre y del bebé, ahora lo es respecto a la carrera profesional de la madre. Tuvo permiso para entrenar en Islandia y a diario hasta el octavo mes de embarazo, junto a su familia y con un médico que hablase su idioma nativo. Pero empezó a no recibir su nómina. Más bien, recibía una cuarta parte.
¿Por qué? Atiendan: la Unión Nacional de Futbolistas Profesionales (UNFP) de Francia preguntó por escrito al Olympique de Lyon el motivo por el cual el salario de esos meses no había sido pagado íntegramente. El club no respondió a esta solicitud, como no había respondido tampoco a su jugadora.
Vincent Ponsot, el director general del Olympique, se disculpó más tarde “por dos de los meses que no había cobrado y dijo que me los pagarían. Pero que a partir del tercer mes se adherirían a la ley francesa, lo que significaba que no me debían nada más”, contó Björk. ¿Por qué?, de nuevo. Porque iban a seguir la normativa sobre bajas por enfermedad en lugar del reglamento de la FIFA sobre maternidad: no tenía derecho a percibir la totalidad de su sueldo durante el embarazo y el inicio del permiso por maternidad. Es decir: el Olympique de Lyon había reducido el sueldo de Sara, vulnerando las directrices laborales de la FIFA sobre maternidad. Así que Björk y su agente comunicaron al club que lo demandarían ante este organismo. Y el club actuó: “Si Sara va a la FIFA con esto, no tiene ningún futuro en Lyon”.
Volvió a la ciudad con su hijo, lo introdujo con naturalidad en su día a día pese a los recelos u oposición del club, pese a la alegría y buen rollo que generaba entre sus compañeras. Entre medias, la FIFA falló a favor de la jugadora y censuró el comportamiento del Olympique ya no sólo por recortarle drásticamente el sueldo, sino por no interesarse nunca por su embarazo, ni como “empleada suya o ni siquiera como ser humano”. Se fue del club.
En un mundo ideal, Ragnar Frank Árnason, hijo de Sara Björk, tiene 17 años, es la mejor promesa futbolística del mundo, se ha criado en Lyon y el Olympique está loco por ficharlo.
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