Gukesh no encuentra el golpe ganador en el 8º asalto y siguen las tablas en el Mundial de ajedrez
Ding vuelve a salvarse de forma épica y el marcador sigue igualado (4-4) tras 4,5 horas de lucha sin cuartel, a falta de seis partidas en Singapur
La 8ª partida del Mundial de Singapur da para escribir un libro porque enfrentó a dos genios que entienden el ajedrez de manera distinta: el campeón, Liren Ding, comprende la estrategia con profundidad sideral; el aspirante, Dommaraju Gukesh, calcula como si fuera un chip. El chino, inseguro, erró justo cuando empezaba a tener ventaja. El indio, inmaduro a sus 18 años, se obcecó en jugar rápido cuando la calma le hubiera llevado a la victoria. Las tablas se firmaron tras cuatro horas y media de combate sin piedad. La 9ª de las 14 previstas se disputa este jueves con el marcador igualado (4-4).
Tras el heroico empate logrado el martes por Ding —cuya asombrosa capacidad defensiva fue muy elogiada esa misma noche por el número uno, Magnus Carlsen—, después de cinco horas y media de lucha trepidante, las conclusiones principales de la primera mitad del duelo eran casi unánimes en la sala de prensa. Por un lado, Gukesh es un portento y calcula de forma asombrosa, pero no está aún maduro para ser campeón del mundo porque le falta profundidad en la comprensión estratégica. Frente al Ding de diciembre de 2019 (justo antes de la pandemia), muy temido incluso por Carlsen, el joven indio debería perder con claridad.
Pero, por otro lado, el Ding actual es un genio en fase de recuperación, que nunca volvió a ser tan fuerte como en 2019 —a pesar de que se coronó campeón en 2023— y que tiende a subestimar sus posiciones: con frecuencia cree que está peor cuando no es cierto o que no tiene ventaja cuando sí la tiene. Eso explica que no empujase para intentar ganar —tras lograrlo en el asalto inaugural— en sus posiciones ventajosas de la 2ª, 4ª, 5ª y 6ª partidas de este duelo; perdió la 3ª por la presión del reloj cuando ya había logrado neutralizar una venenosa preparación de laboratorio de Gukesh.
En ese contexto, Gukesh, con las piezas negras, se propuso desde el inicio del octavo asalto que el campeón tuviera que invertir mucho tiempo desde la apertura. Y lo consiguió, pero a costa de que Ding también lograse algo importante: el tipo de posición requería una exquisita comprensión estratégica, más que cálculos muy precisos; era más apropiada para jugadores finísimos del perfil de Ding, Carlsen, Anatoli Kárpov o Vladímir Krámnik, que para grandes calculadores como Gukesh o Gari Kaspárov.
De hecho, la partida era una batalla entre la escuela clásica (ocupar el centro con los peones propios) y la hipermoderna: permitir que el rival ocupe el centro para atacarlo después y aprovechar las debilidades que haya creado en su retaguardia al avanzar esos peones. En términos de fútbol, era un debate sobre las ventajas e inconvenientes de jugar con la defensa muy adelantada, como hace el Barça de Hansi Flick: se achican espacios y se presiona mucho al rival, pero se dejan grandes huecos entre la defensa y el portero, que se pueden aprovechar con pases precisos en profundidad.
Gukesh reaccionó bien y rápido: aceptó que sus peones centrales desaparecieran a cambio de un juego muy activo para sus piezas. Pero ello requería una gran precisión constante porque Ding contaba con dos alfiles, muy peligrosos en posiciones abiertas (Gukesh sólo tenía uno) y dos peones centrales en reserva, aún intactos.
La posición era tan compleja que ni siquiera la entendían los ajedrecistas inhumanos, capaces de calcular millones de movimientos por segundo; por ejemplo, el programa Stockfish 17, uno de los mejores, evaluaba la posición como 0,00, igualdad total, síntoma claro de que no comprendía nada. Quien parecía que si captaba bien la esencia de la situación era Ding, estabilizando y mejorando poco a poco, pero su dolorosa inseguridad le hacía gastar demasiado tiempo, incluso en jugadas evidentes como 20 Dd2 (que finalmente no hizo), y ahí estaba la gran esperanza del indio.
Gukesh decidió jugar al póquer: en lugar de las mejores jugadas, buscó las más liantes, para que Ding tuviera que elegir entre apurarse de tiempo cada vez más o caer en las arenas movedizas de las complicaciones tácticas. Su movimiento 25 fue un golpe en el hígado del campeón, quien, objetivamente, quedó perdido. Sin embargo, el aspirante se obsesionó con jugar rápido para acosar a su rival, y se equivocó al calcular la variante clave que le hubiera dado la victoria en ese momento.
Ding se rehízo, y la partida se convirtió en un lío morrocotudo tras 27 lances, y con poco tiempo: Ding sólo tenía 15 minutos para llegar al control del 40; Gukesh, 25, pero necesitaba encontrar caminos únicos para la salvación. Obviamente, no fue tan preciso como una computadora en las jugadas siguientes, pero Ding tampoco. El indio caminó al borde del abismo, pero el chino omitió las inhumanas formas de darle el empujón letal.
Justo cuando pasaron el control de la 40 (recibiendo media hora extra cada uno para llegar a la 60), Gukesh podía elegir entre forzar el empate por triple repetición de posiciones o seguir luchando en una posición de locos. Y opto por lo segundo, con impresionante valentía.
Los tres resultados seguían en el aire. Pero Ding no ha recuperado aún la confianza necesaria para lanzarse a la piscina sin saber si contiene agua. De modo que, a la primera oportunidad de forzar el empate se agarró a él como una lapa. Gukesh salió enfadado de la sala, no sólo por no haber visto el golpe ganador, sino porque cada día que pasa con el marcador igualado favorece a Ding por dos motivos: necesita tiempo para confiar más en sí mismo y sería el favorito en un eventual desempate rápido.
Tras reconocer que se le había escapado la victoria, Gukesh volvió a ser hábil para desviar la atención del asunto principal: “Quiero agradecer públicamente el gran trabajo de todo mi equipo. Hoy hemos conseguido sorprender de nuevo a mi rival en la apertura”.
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