Muere Gigi Riva, el sonido del trueno
El legendario futbolista italiano, el mejor de la segunda mitad del siglo XX y máximo anotador de la Nazionale, prefirió quedarse en el Cagliari toda su vida y levantar con el equipo sardo un ‘scudetto’ en 1970
El sonido del trueno se oyó ayer algo más lejano, pero toda Italia dejó por un momento lo que estaba haciendo para intentar escuchar ese estruendo por última vez. Gigi Riva, conocido como Rombo di tuono [fragor de trueno], probablemente el mejor delantero que ha tenido la Nazionale y una rara avis que prefirió triunfar en un equipo pequeño como el Cagliari a hacerse rico en uno grande como la Juve o el Inter, murió este lunes a los 79 años, tras sufrir un infarto, en la capital sarda. La sucia ironía es que Riva tuviese por la noche su primer minuto de silencio entre silbidos en el descanso de la Supercoppa de Italia en Arabia Saudí, el lugar donde se marchan hoy quienes solo persiguen el dinero.
Luigi Riva (Leggiuno, 1944 -Cagliari, 2024), un metro ochenta, rostro enjuto y mirada triste, nació en Leggiuno, a orillas del lago Maggiore en una familia muy humilde. Su padre murió pronto en un accidente en la fábrica donde trabajaba y a su madre se la llevó poco después un cáncer. Riva, huérfano prematuramente, se crio en tres colegios religiosos y comenzó a jugar al fútbol, quizá para distraer algunos pensamientos. Hasta los 18 años alternó el balón —siempre en el Legnano, en la Serie C— con el empleo en una fábrica para ascensores. Pero Andrea Arrica, director general del Cagliari, se empeñó en llevarse a la isla a aquel tipo de espaldas de agricultor: 37 millones de liras en siete plazos. Una dineral entonces. Y una ganga visto lo que sucedería poco después.
La isla, de donde ya no se movería, se casaría y criaría a sus futuros dos hijos, marcó a fuego una carrera siempre guiada por un sentido de la libertad radical que le hizo mantener su apuesta por aquel pequeño club hasta que logró triunfar. Pero al principio no fue fácil. Cerdeña le pareció en 1964 un erial de piedras y pocas ilusiones en medio del Mediterráneo. Muchos pueblos no tenían electricidad y los ferris pasaban de largo. Riva, un hombre tímido y de pocas palabras, no se encontró cómodo al comienzo en aquella tierra de pastores que describía la nobel sarda Grazia Deledda. Con el tiempo, lo cuenta El hombre que nació dos veces, un estupendo documental de Federico Buffa (Sky), empezó a disfrutar perdiéndose por las carreteras del interior con su Alfa Romeo Montreal trucado, escuchando a su amado Fabrizio D’André, para comer un plato de fregola con campesinos. Luego, en silencio, volvía a lo suyo en Cagliari, donde ya comenzaba a ser un ídolo. No era para menos.
El primer año ascendieron al equipo por primera vez a la Serie A. Luego Arrica le montó un buen equipo con el entrenador Manlio Scopigno —apodado “el filósofo”— y Roberto Boninsegna, un delantero crucial para acompañar a Riva hasta lo más alto. También para que años más tarde, con su traspaso al Inter, el club hiciese caja y su estrella se pudiese quedar. “En 1963 no quería venir, pero luego eché raíces y me arrepentí de aquel sentimiento. Entonces éramos pastores y bandidos par todo el mundo. Y la única felicidad para muchos sardos era el fútbol: no quise abandonarles”.
La serie A tiene dos reglas no escritas que certifican las posibilidades de éxito de un equipo y el destino de un gran jugador. La primera señala que si uno quiere ganar un scudetto, primero debe doblegar a la Juventus. La segunda advierte de que, además, el futbolista que le marque a la Vecchia Signora terminará al año siguiente en Turín. No hay nada que le guste más a la afición juventina que comprarse todo lo que les ha hecho daño. Y Gigi Riva hizo eso y mucho más. Y cada vez que el Cagliari pisaba la Italia continental, incluso después de haberse partido la pierna jugando con la selección, le recibía un emisario con un cheque y un billete de avión al norte. No hubo nunca manera.
Las lesiones enturbiaron la última parte de su carrera como jugador y le obligaron a retirarse en 1976, tras haber marcado 164 goles con el Cagliari en 315 partidos de liga. Fue máximo goleador de la Serie A en tres ocasiones. Pero el mejor jugador italiano de la segunda mitad del siglo XX fue mucho más que eso. Su hazaña en Cerdeña lo convirtió en el orgullo insular frente al lejano continente (fue proclamado presidente de honor del club). Marcó 155 goles en la Serie A y otros 35, todavía no superados, con la Nazionale. Riva se proclamó campeón de Europa con la selección italiana en 1968 y en 1970, el año del scudetto, fue también el de la final del Mundial de México perdida contra el Brasil de Pelé y el histórico partido contra Alemania (4-3), el de Beckenbauer con cabestrillo: Italia llevaba seis jugadores del aquel Cagliari. Riva, que ya fumaba 18 cigarrillos al día, fue clave en los dos equipos. Aunque para Cerdeña todo aquello tuvo otra dimensión, como escribió el propio Brera: “El scudetto representó el verdadero ingreso de la isla en Italia”.
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