Pau Capell: “Una retirada es parecida a una ruptura de pareja”
El ultrafondista utiliza sus derrotas como gasolina emocional en su nuevo asalto al UTMB
Hasta que nazca su hija en febrero, el mejor momento de la vida de Pau Capell fue su llegada triunfal a Chamonix en 2019. No solo había ganado el Ultra Trail del Mont Blanc, había dominado la prueba de principio a fin, 171 kilómetros en cabeza. “Nunca he sentido tanta felicidad junta en tan poco tiempo. No solo porque conseguí el sueño de mi vida, sino porque me sentí querido. Los éxitos deportivos tienen que venir acompañados de sentimientos”. Es la bandera de uno de los mejores fondistas del mundo, la honradez emocional consigo mismo, unos principios que le han llevado a quitarse dorsales cuando iba primero porque no quería correr más. Los sentimientos como arma, no como mochila. Con esa filosofía vuelve a UTMB cuatro años después. Para sentir. Y si es posible, ganar.
La primera impronta global de Capell fue retirarse de una carrera cuando iba en el grupo de cabeza. Fue en Madeira en 2014, la crisis existencial que le cambió. “Una retirada que duele de verdad es parecida a una ruptura de pareja. Te cuesta superarlo, después te lo recuerdas una y otra vez en otras carreras. No quiero volver a levantarme el día siguiente y sentir esa mierda. Hace falta caer para no volver a hacerlo. Tener derrotas es lo que nos permite ganar alguna vez”. El debate le llevó a relativizar, a no extrapolar el fallo de un día a toda una vida. “Muchas veces tenemos miedo a fallar a los demás y hacemos cosas sin pensar en nosotros mismos. Eso es un error”.
La victoria de 2019 en Chamonix fue un antes y un después. Llegó la atención mediática y se multiplicaron los patrocinios. “Me ofrecieron contratos más grandes, me pude independizar, pude proyectar mi vida deportiva en años”. También la emocional, pues le costó una ruptura. Esta vez, de pareja. La prioridad era correr, no lo esconde. “Es jodido decirlo, pero somos egoístas de nacimiento. Hay gente con un corazón muy grande y tenemos amigos que no queremos perder, pero es nuestra naturaleza. Hemos de pensar en nosotros mismos”.
Cuando el médico le aconsejó como adolescente trotar por montaña tras romperse el cruzado de la rodilla jugando al fútbol sala, respondió que a él no se le había perdido nada allí. Pero probó y encontró sentido a la frase de su madre: “Niños, escuchad el silencio”. Así es como descubrió la escapatoria a lo que llama sociedad de robots. “Es un mundo súper consumista, el trail me permite salir”. Y un chaval que tendía a hablar más de la cuenta, a la frase inoportuna, se convirtió en introvertido, un “interiorizador”, un gestor de emociones. “Hago ultras porque llego a situaciones muy límites y puedo pensar en cosas a las que en el día a día es imposible llegar. Sueñas todo el rato, proyectas… Solo piensas en quedar con todo el mundo cuando termines la carrera”.
Es la paradoja de correr por montaña: amor y odio al mismo tiempo. “La vida pasa a una velocidad súper rápida y súper lenta. Engancha por eso, tienes un momento de euforia y al cabo de un minuto estás en la miseria”. En carreras tan largas, la gestión emocional es crucial. Por eso lleva música, su “dopaje legal”, un lujo en peligro porque cada vez más carreras lo prohíben. Pone el acento en la letra: Sabina, Ismael Serrano, Serrat o grupos como Búhos. “Canciones que me transporten, que me saquen de donde estoy. Haces esto porque te gusta, pero al mismo tiempo quieres huir. Es una contradicción súper adictiva”. Otro alivio emocional cuando ganó en 2019 fue hacer una llamada cada 42 kilómetros: a sus padres, a su pareja, a su entrenadora. “Ese espacio es necesario. Si quieres conseguir algo así, tienes que sentir que eres grande. No quiere decir que lo seas, pero tienes que autoengañarte para poder lograrlo”.
El perfil de Capell es el de corredor completo —alguien que puede rodar tandas de 50 kilómetros en el Ártico a ritmo de 4,30 minutos por kilómetros—, pero es mejor bajador que subidor. Una técnica que aprendió en las discotecas. “Si bailabas más o menos bien, en la montaña te defendías. Desconozco si Kilian baila bien, pero me he pegado alguna fiesta con algunos después de una carrera y siempre coincide”. Cuando iba relajado en su última bajada de 2019, se pegó un trompazo que sobrecogió al público en Chamonix, pero su tobillo resistió. Fue el borrón del bailarín. En tantas horas, la disciplina con el plan —comer sin hambre, frenar el ímpetu— choca con las emociones. “Cuanto más robot seas, menos fallarás. Pero tiene que haber espacio para el fallo; si el cuerpo te dice que esperes 20 minutos, escucha”.
Algo que también ha aprendido a golpes. Porque Capell ignoraba las señales del cuerpo, dolores que desembocaron en una operación de rodilla tan comprometida que el cirujano debía abrir y ver qué encontraba. Una carrera en el alambre. Aquello acabó bien y el paciente lo celebró con la fiesta del cartílago —guarda el fragmento en un bote—, otro momento fundacional. Porque tuvo que ver la gloria en Chamonix desde la barrera. Su órdago personal es pasar de no poder andar a hacer el UTMB por debajo de las 20 horas. “Cuando te convences de que no puedes hacer algo y lo consigues, es mágico”.
Es su forma de superar la plenitud: desmentirse a sí mismo. “A mis padres ya les he dicho que no podré hacerlo. Lo veo súper complicado. Pero si lo proyecto ahora a dos días de la fiesta, la felicidad sería tal que lanzaría el ordenador por la ventana”. En 2019 ganó tras 20 horas y 19 minutos; el año pasado, solo Kilian Jornet y Mathieu Blanchard, segundo, flograron bajar de las 20 horas. ¿Prefiere ganar haciendo más de 20 horas o no hacerlo bajando ese tiempo? “Por lo que marcaría la historia del trail, me quedo con la victoria porque se me recordará siempre. Pero el ‘Breaking 20′ es el proyecto de mi vida. Cuando me retire, quiero decir que lo conseguí”.
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