El decepcionante adiós de Dembélé
Tras 40 goles en 185 partidos, el díscolo y talentoso francés se marcha al PSG y deja 35,4 millones en el Barça
Ante una pregunta de un niño sobre si Dembélé es tímido, uno de los capitanes del Barcelona respondía, entre risas: “No sabría decirte exactamente cómo es, pero te aseguro que tímido no es”. Es divertido, pero complejo. Desafiante, incluso, durante su etapa en el Borussia Dortmund cuando forzó su salida para unirse a las filas azulgranas. Ahora la historia, seis años más tarde, se repite, como un dèjá vú. Al menos, frente a los ojos de Xavi Hernández, su último entrenador en el Barça, sobre todo su gran defensor. “A nivel personal, ha sido decepcionante”, expuso el técnico azulgrana. La figura de Dembélé está en boca de todos. Ha dejado el Barcelona para instalarse en el PSG. No lo ha hecho tímidamente. Y su actitud no sorprendió en el vestuario del Barça.
“Es talento puro, pero tened cuidado con Dembelé”, avisó al club Marc Bartra, compañero del francés en el Dortmund, antes de su fichaje. Y quien avisa, no es traidor. O eso dicen. Pagaron 105 millones —más 40 en variables— por el delantero francés, en un intento de poner remedio al revuelo y al doloroso portazo de Neymar. El club ahora apenas ingresa, por su salida, 35,4 millones, mientras Dembélé se embolsa 15.
De Dembélé se sabe que es un jugador rápido. Delgado —El mosquito le llaman—. Que ha marcado 40 goles en 185 partidos con el Barça, y que tiene 26 años. Que es un extremo de claroscuros: de potencia ineficacia y de talento decisivo. Que es puro caos. Pero lejos de las tendencias actuales de los futbolistas de compartir su vida en redes sociales, poco se conoce de Dembelé. Se casó, casi en la sombra, hace dos años en Marruecos, ante el asombro de una afición, que prácticamente no conocía el nombre de su mujer. Poco después, en 2021, llegaba su hijo. No es una figura anónima, pero tampoco típica.
Cuando llegó, en el vestuario hacía gracia. Una personalidad despistada, quizás algo inocente. En los viajes, le cambiaron de chófer porque no era de su agrado, y en la cocina, le pusieron un cocinero francés para evitar que el extremo tirase por la borda su dieta. Cuando llegó aún quedaba mucho por pulir. De su conducta, y de su juego. De llegar tarde a los entrenos —incluso alguna ausencia— y de sus fugas a París o Marrakech sin autorización del club. “El vestuario estaba harto de Dembélé”, se repetía por Can Barça en 2019. Todo el entorno del jugador quería rescatarlo, perdido por la presión y su precocidad. Y lo lograron. En gran parte gracias a su madre, que le pidió que cambiara. “Ahora van a ver al verdadero Ousmane”, respondió el extremo.
Pero se esfumó. “De 2017 a 2021 he perdido el tiempo”, afirmaba el extremo francés en una entrevista. Las lesiones de isquiotibiales han marcado su carrera deportiva. Dembélé solo ha participado en el 56% de los partidos desde su llegada. Más del 40%, lesionado. En el inicio de la anterior temporada, su mejor versión afloró. Era indispensable para el Barça. “Es el mejor jugador del mundo en su posición”, defendía su entrenador. Pero volvió a ocurrir: se rompió, justo cuando parecía que con Xavi ya no había rastro de sus reiterados pasos por la enfermería. Pero el técnico no perdió la confianza en el francés ni Dembélé su fútbol. Y aparecía una incipiente ambición. “Tengo muchas ganas de que el Barça vuelva a ganar la Champions League”, decía el jugador. Pero el Barça ni pudo atar la Champions, ni Xavi pudo atar a Dembélé.
“Él nos decía que se quería quedar, pero ya en los últimos días lo veíamos raro. Sabíamos que se iba a ir”, cuentan desde el staff técnico. Y Xavi se lamenta en público. “Ha sido un buen chico, nos ha ayudado, y le hemos dado mucho cariño”, concluyó Xavi después de que el Barça confirmara el traspaso del francés al PSG de Luis Enrique. Dembélé sabe lo que significa contar con la confianza de un entrenador. Y así lo manifestó en su primera entrevista en París: “Tener la confianza del entrenador es esencial”.
Messi lo observaba sentado sobre un balón en uno de primeros días en el Barça. Le preguntó entonces a Jon Aspiazu, segundo entrenador, cómo tenía que hacer para aprovechar la velocidad del extremo. Messi se fijó en él, y no es habitual que el argentino se interese en alguien de esta manera. Ahora, Dembélé se marcha, seis años después de su llegada. Pese a los rescates. Pese a la decepción de Xavi. Sin darse a conocer. Sin que se sepa cómo es Dembelé realmente.
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