Dembélé explicado con memes
Ni sus más firmes defensores, si es que los tiene, serían capaces de señalar un solo aspecto del juego en el que Dembélé sea mejor ahora que cuando aterrizó procedente de Alemania seis años atrás
Resulta casi una obligación moral tratar de explicar el adiós de Ousmane Dembélé desde la óptica irónica del meme, en especial por cuanto tiene el concepto de evolución cultural. ¿Han visto ustedes el vídeo de ese padre que se lanza a esprintar por el pasillo central de una iglesia con su hijo sobre los hombros para tratar de encaramarlo a una talla de la Virgen María? Pues ese hombre bien podría ser un culé cualquiera transportando al francés camino de París, tal era el grado de hartazgo en una parte importante de la afición con un futbolista que, en seis años vistiendo la camiseta azulgrana, apenas habrá completado una docena de buenos partidos, puede que uno o dos memorables.
Dembélé, al que apodan el Mosquito porque el mundo de los motes no tiene padre ni madre, siempre se ha mostrado, al menos en Barcelona, como un hombre descontextualizado, fuera de lugar, un poco como Vince Vega en la archifamosa escena de Pulp Fiction, mirando a izquierda y derecha con abrigo en el brazo, el gesto cariacontecido y sin saber muy bien a qué atenerse: he ahí otro meme. Él (Ousmane, no Travolta) que es puro zafarrancho, llegó a un club donde los correcalles son entendidos como un ultraje a la naturaleza histórica del mismo y los futbolistas con exceso de piernas vistos como objetos voladores no identificados. “El fútbol es un deporte que se juega con la cabeza y en el que, a veces, se utilizan los pies”, decía el mismísimo Johan Cruyff. En su día tuvo que lidiar con Stoichkov, que se parecía a Dembélé más de lo que muchos se atreverían a reconocer, pero esa es otra historia.
El drama estaba o está en su cabeza. Y lo estará, pues todavía deben restarle unos cuantos años como profesional en la élite del fútbol, ya veremos en concepto de qué. De su paso por España nos quedará el recuerdo de su patente desinterés por adaptarse, por aprender, por mejorar. Ni sus más firmes defensores, si es que los tiene, serían capaces de señalar un solo aspecto del juego en el que Dembélé sea mejor ahora que cuando aterrizó procedente de Alemania seis años atrás. Ni siquiera su castellano parece mejor. O no mucho mejor que el acreditado en aquella ocasión que lo expulsaron por protestar y Messi se encaró con el árbitro de turno al grito de “¡Pero si no sabe hablar!”: ahí tenemos el tercer meme.
Visto desde la distancia pareciera como si el Mosquito se hubiese conformado con alimentarse del Barça hasta que apareció otro cuerpo extraño dispuesto a pagarle el sueldo y asumir lo inasumible: sus malos hábitos diarios, la falta de profesionalidad, el escaso interés en la comprensión del juego, el atrincheramiento personal, la ambición de su agente… “Durante los primeros cuatro años perdí el tiempo”, declaró hace un par de veranos en una entrevista para la emisora francesa RMC. Es de suponer que, en algún momento de aquí en adelante, también nos contará qué hizo durante los dos siguientes, aunque casi todos conozcamos la respuesta.
Un buen meme final podría ser aquel del perro grande (“Dembélé es mejor que Mbappé”), y el del perro chico, que diría algo así como “Señor Florentino, ya no fiche más”. Es una balada lastimera que estos días se entona más de la cuenta en algunos círculos del entorno culé, los mismos que, de tanto tomarse en serio, jamás llegan a reconocerse como lo que realmente son: un auténtico meme.
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