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Bebeto y Mauro Silva, el retorno de las leyendas que cambiaron el Deportivo

Los dos brasileños que cimentaron el mito del equipo que ganó una Liga regresan a A Coruña para recibir un homenaje 31 años después de su llegada al fútbol español

Bebeto y Mauro Silva
Bebeto y Mauro Silva en la fuente de los Surfistas de Orzán la víspera del homenaje que recibirán durante el Trogro Teresa Herera, en A Coruña este viernesMoncho Fuentes (EFE)

Agradecido a un pasado que no deja de honrar, el Deportivo recibe a Bebeto y Mauro Silva, dos de sus leyendas, los futbolistas que cambiaron el paso de un club de provincias para conducirlo a la élite. 31 años después de su llegada ambos vuelven a A Coruña para recibir el homenaje no ya de un equipo sino de una ciudad que se revuelve contra su fortuna en la tercera categoría del fútbol español. Será en el Teresa Herrera, el decano de los también languidecientes torneos de verano, y contra el Bragantino, el equipo del que llegó Mauro Silva y que enfrascado en el Brasileirao y la Copa Sudamericana, presentará a un equipo sub-23.

El regreso del dúo brasileño remite al verano de 1992, cuando mudó la historia del Deportivo y, en cierto modo, la del fútbol español, que se abrió definitivamente al mayor vivero de talentos del planeta. En los albores de la globalidad el futbolista brasileño generaba tanta fascinación como prevenciones. Unos meses antes, el presidente del Deportivo, Augusto César Lendoiro, había mostrado sus dudas con unos futbolistas que le ofrecían: “Oye, Lito, estos no serán de los de menos samba e máis trabalhar”. Entonces se había hecho famosa la tonadilla de un gag televisivo de Emilio Aragón que retrataba a los brasileños como tipos refractarios al esfuerzo. Lito era Lito Míguez, un trabajador de banca coruñés que se había afincado en Río de Janeiro para apuntalar la presencia primero del Banco Pastor y después de Caixa Galicia. Le gustaba el fútbol y había fundado en A Coruña un equipo de estimable recorrido, el Montañeros, con el que llegó a rivalizar con Lendoiro, presidente de otro club de base en la ciudad, el Ural.

Afincado en Brasil, Lito recibió una llamada de Roberto Veira, un directivo del Deportivo que estaba preocupado por el nivel de dos ignotos futbolistas que les habían ofrecido, “unos cracks, nos dicen”. Lito se fue a Gávea, la ciudad deportiva del Flamengo, y recabó información: “Me dijeron que habían pasado por allí en edad junior, pero que no sabían nada de ellos y que estaban tomando al Deportivo de coña. Entonces ya me puse en contacto directamente con Lendoiro y le avisé: os van a engañar”.

Míguez tomó el mando de las operaciones y a Riazor acabó por llegar para jugar los últimas jornadas de la temporada 91-92 Dinho, un centrocampista que llegó a jugar en la selección brasileña, pero con el que no hubo paciencia en el Deportivo. “Le metió un gol al Zaragoza, el chico no es malo pero seguro que en Brasil los hay mejores”, le dijo Lendoiro. “Sí, pero hay que tener dinero”, le replicó el empleado de banca. “No te preocupes por eso”, zanjó Lendoiro. Mientras tanto en la ciudad se presionaba: “Costó 25 millones de pesetas por tres horas de trabajo”, se criticó en las páginas de La Voz de Galicia, donde explicaban que Dinho resultó más caro que traer a Frank Sinatra a actuar a la ciudad.

Aquel verano el Deportivo se convirtió en sociedad anónima. Recaudó 401 millones de pesetas aportados por cerca de 20.000 pequeños accionistas que adelantaron el pago de sus abonos de hasta tres temporadas para facilitar una conversión en SAD que Lendoiro bautizó como “capitalismo popular”. Pero antes de juntar todo ese dinero, el Deportivo ya estaba en marcha. “Les mandé unos informes y me respondieron que querían a Raí y Bebeto”, recuerda Míguez, que estaba de acuerdo en que el delantero era un buen plan, pero lanzó otra idea sobre el centrocampista. Bajo su punto de vista Raí jugaba para la galería y con Arsenio de entrenador no veía ese tipo de jugador en el Deportivo. “Les dije que fichasen a Mauro Silva, del Bragantino, y Lendoiro me preguntó si era un equipo paraguayo”.

El Bragantino era un modesto que acababa de quedar subcampeón del Brasileirao y enfocaba su estreno en competiciones continentales. Mauro Silva era su mediocentro, ya con una veintena de internacionalidades. Míguez relata que era discutido en Brasil porque era demasiado disciplinado. La Roma tenía apalabrado su traspaso y al chico, con 24 años, no le parecía mal porque iba a seguir los pasos de su ídolo, Paulo Roberto Falcão. Lendoiro, que no sólo tenía dinero en caja sino que le sobraba audacia, se adelantó. Viajó a Brasil y consiguió su firma sobre una camilla del vestuario del estadio Morumbi, en Sao Paulo. Mauro llegó a A Coruña antes incluso de que el Deportivo confirmase su permanencia en Primera División. Internacional brasileño como era, pasó desapercibido cuando entró al estadio de Riazor para presenciar una semifinal de Copa ante el Atlético de Madrid. “Para cerrar el traspaso aparecieron los directivos del Bragantino en el club con bolsas de deportes para llevarse el dinero en efectivo”, recuerda Miguez. Lendoiro le llamó a un aparte: “Oye, tranquilízalos, que se quieren llevar la pasta en efectivo. Diles que aquí no se hacen las cosas así”. El caso es que los brasileños no querían firmar hasta tener el dinero en una cuenta y Lendoiro decía que no pagaba hasta que firmasen. Las bolsas se fueron vacías, se llenó una cuenta corriente con 2,7 millones de dólares y Mauro se casó dos días después como jugador del Deportivo

Bebeto, que tenía 28 años, llegó poco después. Lendoiro asegura que para convencerle le entregó un libro con fotos de A Coruña, que era “unha pequena Río”, y le regaló una figura de cerámica de Sargadelos para ganarse el favor de su esposa, la bellísima Denisse. Lito Miguez matiza ese episodio sacrosanto para varias generaciones de deportivistas. “No hubo nada de Sargadelos y el libro era un almanaque con fotos que tenía yo en casa”. Bebeto costaba medio millón menos que Mauro, pero además de una oferta del Borussia Dortmund, no tenía claro que A Coruña fuese un destino donde fuese a pelear por ganar partidos. Míguez picó piedra, se fue a su oficina de Caixa Galicia y redactó un contrato, “el primero que hice en mi vida”, confiesa. El salario del jugador era de 750.000 dólares. Luego se fue a cenar con Antonio Calzada, un portugués que dirigía el Vasco de Gama “Me dijo que de poco valía el contrato si no llevaba la firma del jugador, así que nos fuimos a casa de Bebeto”. Pero antes hicieron una parada en la sede de Vasco da Gama. “Calzada me dijo que quería echar un pis. Y mientras lo hacía vi un cuño del club. Lo cogí y lo estampé en el contrato.

Bebeto aparcó el contrato que con aquel sello ya obligaba a su club. Aquel papel que iba a cambiar el devenir del Deportivo reposó durante días entre la indiferencia generalizada sobre una mesa en la que jugaban el hijo mayor del jugador y sus amigos. Allí lo vio Míguez y se alertó para llamar a Lendoiro, que regresó a Brasil para cerrar la operación y propiciar que aquel baíano morriñento se convirtiese en el mayor ídolo de la historia del Deportivo. Por A Coruña se movía como un beatle, pero encantado del respeto que sentía por parte de la gente. “Brasil era otra cosa. Allí los futbolistas de élite vivían confinados en urbanizaciones”, recuerda Míguez.

El impacto del dúo brasileño fue inmediato. Bebeto, del que se decía que tendría problemas para aclimatarse, fue el máximo goleador de la liga en su primer año. En cuatro temporadas anotó 101 goles en 151 partidos. Mauro no volvió a jugar en otro club que no fuese el Deportivo, donde colgó las botas en 2005. Ambos tejieron una relación extraordinaria con Arsenio y con los hermanos Fran y José Ramón, estandartes del club.

El tiempo pasa. Mauro es vicepresidente de la Federación Paulista de Fútbol y apunta a la cúpula del balompié brasileño, tanto que hace cuatro años desechó una opción para ser presidente del Deportivo. Bebeto se ha enfocado a la política y luce un cabello canoso mientras mira hacia el mar del Orzán junto a su compañero. “Esto es como una película, pero lo más importante es la gente, ¿no, Mauro? Fuimos muy felices aquí”. “¡Estáis muy bien!”, se cruza una mujer ante la fuente de los surfistas, vecina al que fue el domicilio de Mauro Silva durante años. “Vamos saltar al césped a Riazor y va a ser difícil aguantar las lágrimas”, explica el futbolista del que en su día el periodista Santiago Segurola concluyó que debería ser a la liga española lo que Jerry West a la NBA, el que con su figura dibujase el logotipo de la competición. Más de 30 años después ese fue y es su impacto, el que este fin de semana toca en A Coruña la fibra emocional de algo que trasciende al fútbol.

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