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Arsenio, ¿qué?

El estadio de Riazor despide al mito del deportivismo con una capilla ardiente montada en la zona de vestuarios desde la que contribuyó a hacer grande al club entre retrancas, filosofía de vida y un fútbol basado en el orden y el talento

Arsenio
Arsenio Iglesias después de ganar la final de la Copa del Rey ante el Valencia en 1995.GARCIA CAMPOS (EFE)

“Arsenio, ¿qué?”. La pregunta total se inventó en A Coruña y la respondía como nadie Arsenio, que a partir de ahí desgranaba su ideario. O no. “¿Qué de qué?, Benito, ¿qué de qué?”, le replicó en una de esas a Benito Cores, el reportero de la Televisión de Galicia que seguía al equipo cuando trataba de dar el salto a Primera División. La retranca difiere de la ironía en que una genera simpatía y la otra tensiones. A Arsenio le gustaba enrocarse en la primera. Claro que a veces era más directo, como cuando desmentía la leyenda que germinó durante años y que apuntaba a que en su primer partido con el Deportivo le marcó un gol a Ramallets y a continuación le pidió perdón. La diana la hizo, aunque algunas crónicas de la época se la atribuyen a otro compañero, pero lo de la disculpa ya se preocupaba él de que no colase. “Soy aldeano, sí, pero no tonto”, explicaba. Ya en 1951, el año de su estreno con el Deportivo, decían que su mejor cualidad era el dribling.

La noche de este viernes, y bajo la lluvia, se tejió una larga fila de seguidores deportivistas, de coruñeses que se apostaron ante el estadio de Riazor para rendir su último homenaje a Arsenio Iglesias. El desfile continuó en la mañana de este sábado, horas antes de que el Deportivo reciba al Alcorcón en un duelo clave por el ascenso a Segunda División. El campo estará abarrotado: hace varios días que se agotaron las entradas. Que algo así ocurra en el peor momento futbolístico de la historia del club sólo se puede entender a partir de la aportación de figuras como la de Arsenio. El club blanquiazul, que tiene un departamento de imagen y puesta al día de su archivo y memoria histórica siempre atento a los detalles, armó en tiempo récord una capilla ardiente en la zona que da acceso desde los vestuarios al césped. En el banquillo del Deportivo lucían varias coronas de flores y una lona con la imagen del mito fallecido y una referencia al lugar y año de su nacimiento, “Arteixo, 1930″. Imposible ponerle fecha a la muerte de una leyenda.

“Mi padre siempre dijo que tampoco había hecho tanto como para recibir esto, pero algo debió de hacer”, reflexionó Pablo, el más joven de sus cuatro hijos. Cerca de él estaba Emilio Butragueño, que en esta ocasión era algo más que el responsable de relaciones institucionales del Real Madrid. Fue rival sobre el campo y no estuvo a sus órdenes porque unos pocos meses antes de la llegada de Arsenio a la casa blanca, tomó una salida hacia el Atlético Celaya mexicano. “Su talante conciliador, humilde y respetuoso personifican mucho los grandes valores del fútbol”, glosó. Talante le sobra al Real Club Celta, que envió a Riazor, ausente su presidente Carlos Mouriño que estaba de viaje en el extranjero, a toda su plana mayor, a una representación de exjugadores y a Kevin Vázquez, uno de los capitanes del equipo. Fue entonces cuando brotó el recuerdo del respeto reverencial que tenía la afición celeste por el emblema deportivista.

El rosario de recuerdos y anécdotas en torno a Arsenio se sucedieron en los corrillos. Imprescindibles para entender su figura. Incluso su hijo Pablo se había animado recientemente a desvelar en un número especial de la revista Panenka algunas de ellas, como la surreal conversación en la puerta del vetusto campo de Las Llanas con la familia de un futbolista vasco al que nunca alineaba. “Es que este año somos muchos”, se disculpó cuando escuchó el reproche. “Pues nada, hombre, aúpa y a ascender”, zanjó uno de los vascos. Y ascendió. Otros episodios semejan apócrifos, como aquel que se relata sobre un mal momento en un partido y la consulta de uno de los jugadores sobre qué hacer. “Ide cagar (Id a cagar)”, habría contestado el técnico. “Dice que a atacar”, trasladó el futbolista a sus compañeros. Ganaron el partido.

Pero el mejor retrato sobre él lo trazó el periodista Xosé Hermida en Arsenio, el fútbol del brujo. Se trata de una obra imprescindible publicada en septiembre de 1995, poco después de ganar el primer título de la historia del Deportivo, una Copa del Rey que alzó cuando el club ya había presentado a John Toshack como su reemplazo. “La derrota es más humana” explicaba Arsenio, al que sus críticos le acusaban de defensivo en sus planteamientos: “Puede que sea un conservador, lo que no soy es un atolondrado”, matizaba.

Hubo un tiempo en el que la grada de Riazor vapuleaba a Arsenio. En 1991, hastiado por la presión que supuso pelear el ascenso en un contexto en el que el equipo no era capaz de carburar en los partidos a domicilio, decidió apartarse del banquillo una vez conseguido el objetivo. Parecía el final. Ya entonces la nueva ola de seguidores que llegaba al estadio había conectado con aquel señor canoso en el que identificaban valores como la nobleza, la prudencia y la retranca. Y que construía equipos sólidos que jugaban muy bien al fútbol bajo una seña de identidad irrenunciable, “orden y talento”. Quizás su mayor triunfo en el Deportivo fue el de virar de la incomprensión de aquel sector añejo de la grada al afecto de una nueva ola abanderada por unos Riazor Blues que se forjaron a finales de los ochenta viendo jugar a sus equipos y con un lema definitorio: “No somos ultras, somos divertidos”. “Nadie sabe lo que siento por esos neniños, cuando los veo por España adelante, descamisados, siempre detrás del equipo…”. Varios de ellos acudieron este viernes a Riazor a presentar sus respetos.

Por eso cuando el equipo gripó en sus primeros meses de vuelta a Primera tuvo que descolgar el chándal (apenas la parte de arriba, que solía conjuntar con un pantalón de tergal) y abocarse a una agónica promoción en el campo del Betis. Allí acabó abrazado al central uruguayo Martín Lasarte en una conversación memorable que documentó una cámara a pie de campo. “¡Qué alegría, Martín, que alegría. Cuánto he sufrido, Dios mío. Creí que me moría, Dios mío!”, exclamó. El “Cuánto he sufrido, Martín” es el santo y seña de varias generaciones de deportivistas, el retrato de una afición, casi que de un modo de vida. “Hay que saber mirar atrás, tener cuidado, saber de donde vienes”, explicaba Arsenio.

Fue único, en eso estaban de acuerdo todos los que desfilaron en Riazor para despedirse de Arsenio. Insistía en que su segundo apellido era Pardo, “no Pardillo”. Cuando empezó en el fútbol le gustaban Panizo y Zarra, pero acabó rendido a Fran, Bebeto y Mauro Silva, a los que designaba como los mejores futbolistas a los que había entrenado. Hace ya casi treinta años que esa respuesta la buscó en la sala de prensa de Riazor un periodista llegado de Madrid. El hombre le preguntó si aquel Deportivo era el mejor equipo que había entrenado. Arsenio fue meridianamente claro: “A lo mejor sí, a lo mejor no”.

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