Vingegaard: zumo de remolacha con cerezas y sandía para ganar el Tour de Francia
La dieta del danés para mejorar el rendimiento y retrasar la fatiga no incluye ni cetonas ni bicarbonato, las dos sustancias permitidas más en boga
“Qué extraño”, dice en L’Équipe Nicholas Raudenski. “Hacemos cientos de controles y todos son negativos. Algo pasa”. Desconfiado por naturaleza e investigador por vocación, Raudenski, un experto norteamericano en antiterrorismo que se encarga ahora de la inteligencia en la Agencia Internacional de Controles (ITA, por su nombre en inglés, International Testing Agency), la empresa a la que la Unión Ciclista Internacional (UCI) encarga el antidopaje del Tour.
La extrañeza escéptica del novato Raudeski la alimentan dos de las llamadas verdades universales que se transmiten de padres a hijos en el Tour. El dopaje en todos los deportes tiene una prevalencia del 20%, como poco, según múltiples encuestas, pero la tasa de positivos en los laboratorios no llega al 1%. Y, como todo el mundo sabe, el ciclismo, y el Tour, siempre ha sido el escaparate de las últimas tendencias en química del rendimiento, desde su primera edición en 1903. Raudeski está frustrado porque aunque diseñe los controles del Tour con todas las informaciones que su servicio de inteligencia le proporciona –se acabaron hace años los controles por sorteo o los limitados solo al primero de la etapa o de la general; se acabaron también los controles solo al terminar la etapa: los días de etapas importantes los agentes suben a los autobuses de los mejores equipos, el de Pogacar y el de Vingegaard, para tomar muestras por la mañana, y repiten por la noche, y se controla a los sospechosos, y se hacen más de 10 controles al día, incluidas tomas de sangre para el pasaporte biológico, el método indirecto de detección de EPO—no encuentran ningún tramposo, y su insistencia en mostrar su desconfianza no es la mejor noticia para Jonas Vingegaard, quien, como todos los mejores del Tour en lo que va de siglo, tiene que superar al escepticismo, las dudas que sobre su limpieza despiertan inevitablemente sus grandes prestaciones. El danés, después del hundimiento de Tadej Pogacar en la contrarreloj y en el col de la Loze, habita solo en la luna.
Agotadas las palabras, “qué buena es la vigilancia escéptica para no pecar de nuevo”, “no tomaría nada que no pudiera darle a mi hija”, y la transparencia, “sí, hago campamentos de altura de Sierra Nevada, el Teide y Tignes”, a Vingegaard, que de vez en cuando recurre al sarcasmo y a la ironía para lidiar con los que dudan, no le queda más prueba de lo que toma que los labios morados después de beber su zumo de remolacha, y cerezas a veces, y el color rojo de su orina que ya no sorprende a los agentes de antidopaje que observan su micción diariamente. “Claro que funciona el zumo de remolacha por su alto contenido en nitratos que acaban convirtiéndose en nitritos y en óxido nítrico que circula por la sangre”, explica Aitor Viribay, fisiólogo del ejercicio cuya tesis doctoral versó sobre la remolacha y el nitrato y que está a punto de publicar una investigación que apoya la suplementación conjunta de nitratos y citrulina, un aminoácido que sale de la sandía. “Por eso los humanos tomamos nitratos de forma crónica. Mejoran la capacidad de contracción muscular, la eficiencia ventilatoria y a largo plazo potencialmente el rendimiento, porque tenemos unos pool de nitratos en los músculos que al cargarlos, generan un efecto beneficioso también a nivel mitocondrial, del motor de las células”.
Comparten los mejores equipos del pelotón, casi todos poblados y dirigidos científicamente por una nueva generación de investigadores que se conocen y se espían y se comunican, la impresión de que no hay secretos, de que todos toman lo mismo, todo legal, claro, todo con efectos estudiados sobre el rendimiento pero mucho menos pronunciados que los de las grandes sustancias prohibidas, la EPO, los anabolizantes y los corticoides. La mejora del rendimiento se logra, explican los fisiólogos, ingenieros, nutricionistas, psicólogos, por la mejor forma de entrenarse, por lo fabulosas que son las bicicletas ahora –y no tienen motor, según comprueba el equipo del excorredor Michael Rogers, que somete a rayos X a una decena de bicicletas en la salida y en la llegada–, porque todas las carreteras están recién asfaltadas, porque cada vez los ciclistas son más profesionales, por lo bien que manejan el calor, comen mejor, viven mejor, y se concentran más en altura, controlan la hipoxia… “El mayor cambio que hay ahora en el ciclismo es la compresión de los procesos de entrenamiento, adaptación, recuperación, y fatiga. Estamos viendo que corredores que igual con un enfoque diferente al habitual en una gran vuelta rinden bien, porque cuando están bajos de forma, a veces piensas que les llevamos a mucha fatiga, a veces los ciclistas están sobrefatigados”, dice Viribay, del equipo científico del Ineos. “Ahora hay muy buenos entrenadores y lo que están haciendo mejor es el manejo de la fatiga, la gestión de la fatiga, más que el entrenamiento”.
Las sustancias permitidas son el factor mínimo diferencial, la ley de los pequeños detalles, que en el caso de Vingegaard, llegan a ser, incluso, mínimos. El danés no ingiere ni cetonas ni bicarbonato, dos de las sustancias más en boga.
El bicarbonato, que se usaba siempre por su efecto tamponador del ácido láctico, pero muy agresivo para el estómago, se formula ahora como hidrogel de liberación continua, y se ha descubierto que, además, puede ayudar a bajas intensidades. “La paradoja metabólica consiste en que los ciclistas usan mucho lactato también a bajas intensidades, y la hipótesis de trabajo es que el bicarbonato puede ayudar a acelerar la glucólisis para que las células extraigan energía también a bajas intensidades”, resume Viribay.
Las cetonas logran que el cuerpo entre en cetosis sin necesidad de hacer dieta de privación de hidratos de carbono, el alimento básico del ciclista. Los cuerpos cetónicos logran que el cuerpo use grasa como combustible, con lo que se ahorra glucógeno a algunas intensidades, más caro, más limitado, y también, según un estudio publicado por el científico español de la Universidad de Bath Javier González, exreponsable de nutrición del Ineos, también aumenta la producción de eritropoyetina por el cuerpo de la misma manera que la aumentan las sesiones de apnea. Lo que no está demostrado ni probado es si este aumento genera también un aumento de la hemoglobina en la sangre.
Los periodistas dicen que a Vingegaard no le gusta el sabor de las cetonas, de las que tan glotón es Remco Evenepoel, mientras que las fuentes científicas refieren que su consumo perturba el control estricto de su peso, que nunca quiere que pase de 60 kilos, pero demuestra que también sin cetonas se puede ganar el Tour, y dos veces.
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