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Pasión y caída de Tadej Pogacar en La Loze, el col más duro del Tour de Francia

El esloveno sufre un tremendo desfallecimiento en la última subida del día y ya está a casi ocho minutos de Vingegaard en la clasificación general

Tadej Pogacar, a la derecha, consolado por su compañero de equipo Marc Soler.
Tadej Pogacar, a la derecha, consolado por su compañero de equipo Marc Soler.MARTIN DIVISEK (EFE)
Carlos Arribas

Es un privilegio solo de los grandes campeones sufrir una derrota definitiva, una etapa de dolor y humildad para que la afición que adoró sus grandes días descubra que también son grandes cuando levantan la vista y solo se ve en sus ojos la mirada vacía, sedienta, del desamparo. Miguel Indurain, Eddy Merckx, Jacques Anquetil, Bernard Hinault, Lance Armstrong, no, Lance Armstrong nunca perdió, todos los más grandes del Tour han sido amados el día de la derrota que hacía más grandes sus victorias, y los lugares de la derrota son también centros de peregrinación, La Plagne de Indurain 96, el Pra Loup de Merckx 75, La Loze de Tadej Pogacar, el puerto más duro del Tour, el lugar de su caída, 19 de julio de 2023.

El cuarto Tour que disputa, y los dos primeros los ganó y en el tercero quedó segundo, no lo ganará. Quizás tampoco acabe segundo. Tan duro fue el golpe que recibió de Jonas Vingegaard al día siguiente de que la contrarreloj de Passy a Combloux le dejara temblando. En 8.500 metros de ascensión, los más duros de los 28 de la subida eterna que abraza las estaciones de Courchevel y Méribel hasta su aeropuerto para los Rothschild, y en seis y medio más de descenso y repecho corto, asfalto negro, muro de ayes y dolores infinito, Tadej Pogacar cedió 5m45s (7m 35s, en la general), nunca en su vida tanto tiempo, al danés, quien intentó, en desafío homérico, ganar también la etapa, pero, hasta interrumpido por un coche rojo que se le paró delante en la carretera estrecha, se quedó corto de fuerzas y largo de tiempo.

En su subida frenética de los últimos cinco kilómetros, otro Poltergeist en su potenciómetro, quizás, superó a docenas de corredores escapados que parecían postes clavados en una autopista, tan rápido iba el maillot amarillo supersónico de nuevo una vez condenado Pogacar. No alcanzó, sin embargo, al ganador, el austriaco Felix Gall, uno de la escapada de los retrovisores, a la que se habían sumado todos los que temían que quien iba detrás en la general les adelantara, ni al segundo, Simon Yates, y hasta el tercero, Pello Bilbao, le adelantó en el muro de los llantos, tan exhausto llegó el danés, y el fracaso de su intento desmedido le hace más amado.

Pogacar, exhausto, se refresca tras llegar a meta.
Pogacar, exhausto, se refresca tras llegar a meta.Pool (Getty Images)

Antes de tan asonante estrambote, para acabar con Pogacar, Vingegaard no había tenido ni que acelerar. El pescadero melancólico y escueto, su 1,60m tan fuertes, sus labios que juegan con las expresiones, tan vivos, no necesitó entrar en modo killer ni cambiar unos planes ya escritos en diciembre por los estrategas de su Jumbo, que habían marcado la etapa como la decisiva. “Solo seguimos aquella estrategia decidida hace meses”, dice Vingegaard, cuyo Jumbo mantiene un ritmo de infierno en Saisies –donde Pogacar sufre una caída física tonta, preámbulo de la caída real–, en el Cormet de Roselend de Ramussen y el niño Contador de 2007, sobre el fascinante embalse de aguas azul turquesa, 30 grados, los Alpes son puertos cariñosos, familiares, tanto sol y quesos de Beaufort de bordes cóncavos, como un diábolo, y en la primera subida a Courchevel. El detalle, la planificación, el estudio, no quitan grandeza al momento.

Los Ineos del podio de Carlos Rodríguez le ayudan al Jumbo. Ciclistas sin guantes. Viendo a los chavales de manos sudorosas desnudas agarrar fuerte el manillar de su bici ascendiendo un terrible coloso de los Alpes, 28 kilómetros, más de una hora girando pedales, hasta 2.304 metros y 30 grados de temperatura, le habrán dado los siete males a Bahamontes, ciclista de la vieja escuela que se sacaba un sobresueldo comerciando los mejores guantes con los mejores ciclistas, Anquetil, Poulidor, guantes de piel de cabritilla como los de los de Fangio al volante, como los de Ben Hogan sintiendo sus hierros. Señal de distinción. Clase de campeón. Detalles que no les llaman a los de la moda del momento, a Castroviejo, maestro del tempo y del metrónomo, y Fraile, la pareja que cuida de Carlos Rodríguez y le guía, manos blancas, en su empinadísimo y complicado camino hacia el podio, que se aleja, porque, liberado de ser el soporte de Pogacar, Adam Yates vuela y su hermano Simon se acerca.

“Es el feeling lo que busco”, dice Tadej Pogacar, el líder de la banda de los desenguantados. “Me gusta más agarrar la bicicleta así, tocando el manillar con la piel de la palma de la mano, pero sé que es peligroso, si te caes los arañazos en la palma son superdolorosos y muy complicados de curar”. En una etapa de las de los combates nulos alpinos, antes del desastre, cuando el Tour era la igualdad y la lucha por la bonificación, en la Joux Plane o en el Mont Blanc, de las manos desnudas de Pogacar resbaló un botellín de agua, y fue como si le hubieran clavado una lanza en el costado sediento.

La desnudez de Pogacar en su soledad solo acompañada de Marc Soler, su colega catalán, no es solo la desnudez de sus manos, tampoco sus ojos llevan gafas, y su maillot está abierto hasta el ombligo, dos alas a sus costados y unas tiras de taping negro en sus abdominales, labios secos, sonrisa ausente. Marcas de sangre, la caída, en codos y rodillas. Un ecce homo. Desnudo hermosamente para la inmolación, y solo el casco de guerra, el mechón rebelde por las rendijas, recuerda al Pogacar desenfadado, despreocupado, audaz, que enamora. Le duele la tripa, dice. Ha comido todos los carbohidratos que tenía que comer, 120 gramos a la hora, y este invierno se ha entrenado para poderlos asumir, como todos los ciclistas, se ha hidratado, se ha regado, pero la energía, explica, se ha quedado en el estómago, no ha bajado a las piernas, a los músculos vacíos. El cuerpo arde. El motor, recalentado, sin combustible, no avanza. Antes de completar su striptease arrancándose el pinganillo de la oreja, habla con el coche. Siete palabras: “Voy muerto, voy muerto; Adam, al podio”. El sábado, en los Vosgos, se cerrará la historia del Tour del 23.

Clasificación etapa:

PosiciónCorredorEquipoTiempo
1F. GallAG2R Citroen Team4:49:08
2S. YatesTeam Jayco Alula+34s
3P. Bilbao LópezBahrain Victorious+1:38s
4J. VingegaardJumbo-Visma+1:52s
5D. GauduGroupama-FDJ+2:02s

Clasificación general:

PosiciónCorredorEquipoTiempo
1J. VingegaardJumbo-Visma67:57:51
2T. PogacarUAE Team Emirates+7:35s
3A. YatesUAE Team Emirates+10:45s
4C. Rodríguez CanoIneos Grenadiers+12:01s
5S. YatesTeam Jayco Alula+12:19s

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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