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SIEMPRE ROBANDO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Y la paró, el desgraciado

Dos paradas, una de Courtois y otra de Rodrygo, mueven al Madrid en las áreas

Champions League: El portero del Real Madrid, Thibaut Courtois, para un disparo de jugador del Chelsea, Marc Cucurella
El portero del Real Madrid, Thibaut Courtois, para un disparo de jugador del Chelsea, Marc Cucurella.ADRIAN DENNIS (AFP)
Manuel Jabois

Cuando el público mira a Vinicius, el rival echa la mirada inquieto a la izquierda y el Madrid manda a sus obreros a la derecha a cavar zanjas. Así fue como llegó el gol del Madrid. Había un páramo por recalificar cuando Miltão, con maneras de concejal de urbanismo de ciudad de costa, mandó una comisión de gobierno a Rodrygo para que levantase una torre. El brasileño arrancó como un balín mirando de reojo a su marca, calculando su velocidad y su fuerza, calculando las ganas que tenía de tirarse al suelo, que eran muchas. Hay en la carrera por un balón mortal entre un delantero y un defensa tantas pequeñas batallas psicológicas que dan ganas de que no lleguen nunca, pero allí se citan. Llegó Rodrygo de tal forma que, para cuando se fue con el balón, su rival estaba desparramado, batido.

Entonces pasó algo extraordinario. A su pase no llegó Benzema y sí Vinicius, que tenía todo el tiempo para tirar a portería y lo gastó, unas pocas décimas, en ver solo a Rodrygo delante del marco; tenía mejor tiro y más soledad. La sangre fría dentro del área es un asunto extraordinario que manejan unos pocos privilegiados. Todo el mundo loco de un lado a otro y Vinicius buscando amigos. La recibió Rodrygo, que merecía el gol, y con el pase franco para empujarla, ¿qué hizo? Pararla. Pisarla, concretamente. Ya estaba con medio Chelsea rodeándolo cuando le llegó el balón, pero encontró medio segundo para tomarse un té y preguntar por sitios donde cenar en Londres. La pisó, el desgraciado, porque es un delantero que para disfrutarlo hay que hacerlo con microscopio: está tan lleno de detalles, es tan de otra época, es un jugador tan evanescente y natural, que dentro del área más que un delantero es una experiencia. Volvió a marcar otra vez tras jugadón de Valverde, monstruoso todo el partido; aquí también se pausó pero ya sin sentido, rozando el recochineo.

Por esa banda derecha armó el Madrid todo su ataque en la primera parte: entraron Rodrygo, Modric y Valverde. Y después, con el 0-0, ocurrió Courtois. El balón se le quedó muerto a Cucurella. Había tiempo y espacio. Tenía el lateral del Chelsea delante la portería y a Courtois. Esa pausa fue de lo mejor del partido. Cucurella con la pelota miró a Courtois y Courtois preparó el asalto definitivo al tren de las semifinales. Sólo les faltó hablar. Fue un penalti en el área pequeña. Podía lanzarse antes Courtois o disparar antes Cucurella, un poco como en OK Corral. Lo que hizo el portero belga, casi sin respiro, fue saltar estirando todas las extremidades de tal manera que Cucurella ya no podía saber si estaba en Brujas o Londres, si era de día o de noche, si estaba jugando unos cuartos de Champions o la pachanga del día anterior. Todo era Courtois, no había otra cosa que Courtois, y el gol cantado se convirtió, al ver a Courtois, en parada cantada. Y la paró, el desgraciado. Una (otra, y otra, y otra) que asfaltó el camino a los dos goles del Madrid, que ha cerrado octavos y cuartos contra Liverpool y Chelsea con dos goleadas. No hay respiro, ni felicidad aplazada, ni primavera que no deje al Madrid entre los cuatro mejores del continente.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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