Pelayo Novo y la dificultad de vivir
El asturiano, que jugó en Segunda antes de dedicarse al tenis en silla de ruedas tras caer de un tercer piso, muere arrollado por un tren
El domingo 18 de diciembre de 2010 el Real Oviedo y el filial de la Real Sociedad se enfrentaron en el nuevo Carlos Tartiere. Era la jornada 18 del grupo 2 de la Segunda División B y el partido —como el resultado, empate a cero— fue anodino. El único momento en el que la grada entró en calor en aquella fría tarde fue en el minuto 60. Cuando el cartel de los cambios indicó que el número 6 del equipo local debía abandonar el terreno de juego, la hinchada comenzó a pitar la decisión del entrenador. El club azul coqueteaba por aquel entonces con los puestos de descenso a Tercera y la parroquia estaba para pocas bromas. Cuando los decibelios empezaban a subir, el número 6 alzó las manos para indicar al respetable que el cambio lo había pedido él porque estaba lesionado. Los silbidos se tornaron en aplausos.
Aquel número 6 era Pelayo Novo y, con 20 años, se convirtió con ese gesto en capitán moral del equipo y en referente de la afición azul. También proyectaba la personalidad del joven ovetense: un chico tranquilo, de formas siempre exquisitas, empático, consciente de su posición, del entorno y de la importancia de los detalles. El deportista murió el martes, a los 32 años, tras ser arrollado por un tren en las afueras de la capital asturiana.
Segundo hijo de una profesora de instituto y de un visitador médico, Pelayo se incorporó al Oviedo en categoría infantil. Llegó procedente del Juventud Estadio. Formó parte de una generación que tuvo que decidir si quedarse en un club arruinado, que malvivía entre la tercera y la cuarta categoría del fútbol español, o aceptar alguna de las propuestas que llegaban de fuera. Pelayo, mediocentro con un físico importante —medía 1,84— y unas condiciones notables para el fútbol, las rechazó todas. Buen alumno, terminó el colegio de monjas de Oviedo y estudió Ingeniería Industrial en la universidad asturiana. Le faltaba una asignatura para completar la carrera.
Su carácter tranquilo y tímido —y una cierta tendencia al despiste— hacía que los compañeros más veteranos lo arroparan como a un hermano pequeño. Cuando empezó a entrenar con el primer equipo, había días en los que no salía del vestuario hasta que alguien iba a buscarlo. Ya consolidado en el Oviedo como mediocentro, aceptó con normalidad que lo destinaran a reforzar puntualmente al filial de Segunda Regional. En 2008, cuando lo convocaron para entrenar con la selección española sub-20, le preguntó a Fini, su madre: “Mamá, ¿ahora qué tengo que ser, futbolista?”.
En la temporada 2012-2013 fichó por el Elche. “Es que me llamó el Elche…”, decía como queriendo explicar una decisión que tomó animado por su familia y amigos, que lo invitaban a dar el paso. Consiguió el ascenso a Primera con el equipo ilicitano. Salió cedido al Córdoba. Logró el ascenso con el equipo andaluz en aquel histórico partido en el estadio de Las Palmas en el que la afición local invadió el terreno de juego antes de que el árbitro pitara el final. Cuando se reanudó el encuentro, el Córdoba anotó el gol que le daba el ascenso. Pelayo puso el centro al área —con su pierna menos buena, la zurda— que cabeceó Raúl Bravo. Una temporada en el Lugo. Vuelta al Elche para competir dos años más. Una breve estancia en el Cluj rumano y regreso a España, al Albacete. En total, 116 partidos y 12 goles en Segunda División. 77 y 13 en Segunda B.
El otro partido de Pelayo comenzó el sábado 31 de marzo de 2018. Ese día el Albacete visitaba al Huesca. Poco antes de las 11.30, Pelayo se precipitó desde el tercer piso del hotel de concentración. Estuvo 51 días ingresado en el Hospital Clínico Universitario de Zaragoza. De allí salió para el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, en donde siguió un proceso de rehabilitación que le permitió volver a caminar apoyado en unas muletas. Pelayo habló de aquellos momentos en una entrevista concedida en octubre del mismo año a la agencia Efe. “Yo creo que el cuerpo humano es inteligente y la memoria selectiva. Yo no recuerdo nada de aquella mañana. El golpe fue tan fuerte y la caída desde tanta altura y tan grande que quedé inconsciente en el momento y solo recuerdo cuando desperté ya en el hospital de Zaragoza”, explicaba. En esa misma entrevista, hablaba del futuro: “Ahora considero que tengo otro partido, que es el de vivir lo que me queda, que lo voy a jugar y que espero ganar. Sé que están las opciones también de perder o que se pueda empatar, pero lo que no voy a dejar es de pelear y luchar que al final es el camino que hay que vivir. Si disfrutas del camino, la meta vendrá sola”.
De regreso a Asturias, Pelayo fue incorporando actividades e independencia a su día a día. Comenzó a jugar al tenis en silla de ruedas e iba avanzando posiciones en el ranking nacional: figuraba en el puesto 12. La pasada semana participó en un campeonato en Barcelona. Trabajó hasta finales de 2022 en la Federación Asturiana de Tenis. El Real Oviedo lo nombró capitán y embajador de su fundación. Si viajaba fuera de España por algún torneo de tenis, aprovechaba para reunirse con accionistas extranjeros de la entidad. Se compró una furgoneta California blanca para otra de sus pasiones: ir de camping.
El pasado verano se casó con Iciar, su novia de toda la vida. En la ceremonia leyó una carta en la que agradecía a sus padres, a su hermana y a su pareja el amor y la ayuda que le habían brindado. Era una carta escrita a mano. Sencilla. Citaba conceptos como “bienestar”, “sentir”, “luchar” o “querer”. Y repetía, más que ninguna otra, la palabra “gracias”. Leyó, también, una frase desgarradora: “No es ningún secreto para vosotros que por un momento no supe cómo vivir”.
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