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El juego infinito
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El fútbol en manos de intrusos

Este deporte sigue funcionando como aglutinador comunitario, como escudo contra el vacío, como emoción televisada

Jorge Valdano
Jorge Valdano

La Superliga se llama Premier. Al mercado de mitad de temporada los italianos, que definen como nadie, le llaman mercato de riparazione. Para su reparación, la Premier gastó 700 millones de euros, cifra sideral a la que no pueden llegar todas las Ligas europeas juntas. La sensación es que, bajo el nombre de Premier, el país del Brexit está comprando el sueño de la Superliga ante la perplejidad de la Europa futbolística. ¿Qué pretende la Superliga? Reunir en el menor espacio posible a la mayor cantidad y calidad de talento para provocar impacto, seducción global y, por supuesto, dinero. Como se ve, la Premier no necesita a nadie para estimular el interés de la audiencia internacional. El problema es que los clubes no producen lo que gastan y, como apunta Tebas, puede que el “dopaje” produzca una catástrofe cuando la UEFA ponga límites o los grandes capitales dejen de encapricharse con el fútbol. Sin pensar en la caída, ellos siguen subiendo.

No es gente de fiar. Detrás de esta locura económica hay fondos de inversión, países a los que el deporte lava la imagen, millonarios caprichosos… Gente, a la larga, poco confiable. Confiable es el fútbol, que sigue funcionando como aglutinador comunitario, como escudo contra el vacío, como emoción televisada. También como industria del ocio, pero los sabios que administran el fútbol no saben durante cuánto tiempo será rentable ante la competencia tecnológica que, como sabemos, tiene mucha prisa. Entre inversores díscolos y el miedo al futuro, cada vez hay más voces que quieren convertir el fútbol en algo más moderno, más rápido, más sexi. Lo hacen en nombre de las nuevas generaciones, cuando yo veo cada día más jóvenes comiéndose las uñas en los estadios; lo hacen para mejorarlo como entretenimiento, cuando el fútbol es una emoción; lo hacen para ganar más dinero, cuando el fútbol es una máquina de producirlo. Lo hacen porque esto se está llenando de intrusos.

No lo toquen, por favor. Los cambios en el reglamento, la cantidad abusiva de partidos que se juegan, el VAR metiendo sus garras en las decisiones arbitrales, no hablan de una evolución sino de una resignificación del fútbol. Están cambiando cuestiones prácticas y símbolos muy arraigados. Pero, de los cinco millones de personas que salieron a la calle en Buenos Aires para festejar el triunfo de Argentina en el Mundial, no había ni un solo hincha movilizado por las nuevas tendencias. Ahí estaba el viejo fútbol mostrando su poder sentimental, comunitario, cultural… Entonces, ¿por qué tanto interés en desinventar la rueda? Más que revolucionar un juego que muestra su eficacia popular cada semana, hace falta cuidar la esencia del tesoro. Que no es más que el reglamento de siempre aplicado con inteligencia y honradez, y cuidar (como dijo Ancelotti en rueda de prensa) a los jugadores como valiosa materia prima. Más simple, imposible.

La necesidad, gran consejera. Rafaela Pimenta, agente de jugadores, declaró en As que Haaland vale 1.000 millones y ni siquiera me sonó exagerado. Un jugador que, como Haaland, mete goles de todos los colores, tiene un valor futbolístico y comercial incomparable. Un ejemplar único dentro de un ámbito que está enloqueciendo. Me suena peor que se paguen 70, 80 ó 100 millones por buenos jugadores cualesquiera. El caso del Barça, visto en perspectiva, es escandaloso. Las “urgencias históricas” de las que habló Menotti se les vinieron encima y salieron a comprar por una fortuna a jugadores que estaban de moda. Pero las modas pasan. Llegaron las consecuencias económicas y la necesidad de tirar de cantera. Así aparecieron Araujo, Balde, Gavi, Pedri, Ansu Fati… Una generación entera de jugadores excelentes que marcarán la próxima década. La solución, una vez más, era más simple de lo que parecía.

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