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El juego Infinito
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Supercrisis por una Supercopa

Aunque ardan las redes sociales, la derrota del Real Madrid ante el Barcelona en Arabia no es una tendencia, ni siquiera un síntoma

Jorge Valdano
Jorge Valdano

Implosión. En el Real Madrid perder nunca fue fácil, pero hemos llegado a un absurdo analítico que consiste en creer que ganar la Champions es normal y perder la Supercopa de España, una aberración intolerable. Todos somos culpables. Desde los propios aficionados que, como dice Relaño en su nuevo y excelente libro (El último minuto), nos creemos “el pueblo elegido” después de cada gesta como las vividas la última temporada, pasando por algunos jugadores que, después del partido de la Supercopa, se acusaron a sí mismos de falta de actitud, llegando hasta el mismo club, incapaz de atajar las críticas por lo que parece inferirse del silencio con que respondió a esta repentina crisis. Las palabras no reemplazan a las pruebas y lo cierto es que el Madrid fue superado claramente por el Barcelona. Pero, aunque ardan las redes sociales, una final de Supercopa no es una tendencia, ni siquiera un síntoma.

El jarrón en enero. La teoría que se abrió paso entre los que sobreanalizan es que algo llevaba roto desde hace algún tiempo, pero se sostenía como esos jarrones resquebrajados que aún mantienen su aristocrático aspecto, hasta que un pequeño golpe lo rompe en mil pedazos. Hasta Casemiro volvió a las conversaciones como “el caballo de carga de nuestros grandes asuntos” (cito a Shakespeare para no quedarme corto), como si el club lo hubiera regalado dejando un irresponsable agujero. En realidad, es casi tradición que el Madrid afloje en enero. En esta ocasión, la colosal interferencia física y anímica del Mundial parece haber exagerado las señales. Como hasta los “pueblos elegidos” pierden confianza después de un fallo, todos parecían esperar que la eliminatoria de Copa frente al Villarreal fuera una réplica del seísmo sufrido en Arabia. Pero, como es norma de la casa y de esta generación de jugadores, donde no alcanza la energía y el juego llega el orgullo competitivo.

Abuelos y nietos. Las edades de los jugadores entran a debate siempre que hay una crisis. Unos porque tienen demasiados años y otros porque son demasiado jóvenes. Modric fue, para muchos medios, el tercer mejor jugador del Mundial de Qatar, solo por detrás de Messi y Mbappé. Es improbable que haya envejecido en el último mes. Benzema es el último Balón de oro porque la edad le aportó aplomo y decisión goleadora. Los años, como se ve, lejos de quitarle, le aportaron variedad a su calidad de siempre. En cuanto a Kroos, renunció voluntariamente a su selección y su aporte sigue siendo el del crack de siempre, con un peso técnico que le permite adueñarse de los partidos. En cuanto a los jóvenes, ya dieron pruebas suficientes de idoneidad. No es necesario matar a los abuelos para que crezcan los nietos, solo hace falta dejar que el tiempo, que es el más sabio, haga su trabajo.

Ahora empieza el baile. Nada de lo dicho desmerece el gran partido del Barça, que en Arabia alineó por fin su juego al discurso de Xavi. Con un gran talento comercial, festejaron la Supercopa como si se tratara de una Champions. Estaba justificado porque había hambre atrasada y dos necesidades: una futbolística que apremiaba a Xavi y otra económica que agobia a Laporta. Una Supercopa no paga las deudas, pero ayuda a olvidarlas. El Barça tocó techo ante el Madrid, lo que significa que tiene un potencial prometedor. Pero lo que hasta ahora le costó es darle continuidad a su comportamiento futbolístico, quizás porque le faltaba el subidón de confianza que dan los títulos. Esa duda también la resolverá el tiempo, que tiene muchas preguntas que contestar de aquí al final de temporada. Porque certezas, lo que se dice certezas, ninguno de los dos parece tenerlas.

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