Un clásico que solo apura al Barcelona
No importa la situación de los dos equipos, cada edición ofrece vertientes sugerentes, y esta tiene su miga
A la llamada del clásico acuden todos: los equipos, los hinchas que llenarán el estadio, las celebridades de todo rango, la galaxia de televidentes diseminados por el planeta y una industria que no cesa en la captura del fútbol y se excita con el enfrentamiento de los dos colosos del fútbol español.
Después de 93 años de campeonato, se disputará la última edición en el Bernabeú anterior al futurista edificio que se avecina, probablemente con un nombre comercial adherido al del legendario presidente del Real Madrid, al igual que el campo del Barça se llama ahora Spotify Camp Nou. La avidez recaudatoria obliga. El Barça, tan celoso durante años de la publicidad en sus camisetas, lucirá hoy un búho serigrafiado en las casacas de sus jugadores. Es el logo del rapero canadiense Drake, el primer cantante con más de 50.000 millones de reproducciones en Spotify. Dicen que esta ocurrencia servirá para hermanar la música y el fútbol. Creerán que la trola cuela.
Se aglomeran tantas capas comerciales y tantos intereses económicos sobre el fútbol que será trabajo de arqueólogos encontrar el objeto de tanta pasión, el fervor cósmico que provoca un partido de esta magnitud, que en esta ocasión reúne a dos clubes y dos equipos en dinámicas casi opuestas. Atrás quedaron los años de Cristiano y Messi en la apoteosis de lo que entonces comenzó a denominarse clásico, término por el que se conocía el argentino River-Boca y que Alfredo Relaño trasladó con éxito a España, cuando los dos equipos se disputaban la cima del mundo a golpe de ingenio y fiereza competitiva.
A pesar de su reciente bautismo, el clásico español ha desbordado fronteras geográficas y temporales. Parece que está aquí desde el principio de los tiempos, y en términos estrictos es así, aunque no siempre en los desbordantes términos actuales. No importa la situación de los dos equipos, cada edición ofrece vertientes sugerentes, y esta tiene su miga.
A un lado, el Real Madrid, segundo clasificado y tranquilo perseguidor. Viene de ganar la Copa de Europa y de clasificarse para la siguiente ronda de la Liga de Campeones. Está a punto de reinaugurar un estadio que será la envidia del mundo y es la marca comercial más atractiva del fútbol. Una derrota con el Barça dañaría el orgullo del madridismo, pero sin mayores consecuencias. Reina la serenidad en el club y en el equipo, que oscila entre la cátedra de los veteranos (Modric, Benzema, Kroos, Courtois...) y la energía de los jóvenes. Gente como Vinicius, Rodrygo, Valverde, Tchuameni y Camavinga comienzan a evidenciar, en mayor o menor medida, los signos de autoridad que tranquilizan a su parroquia.
El Barça destrozó al Madrid en la anterior temporada, el 0-4 que pareció proclamar el advenimiento del equipo después de tres espantosas temporadas. Derivó en ficción. El Barça se estrelló después con el Eintracht en la Europa League, donde volverá con casi toda seguridad esta temporada. De nuevo ha patinado en la primera ronda de la Champions, pero esta vez con una plantilla que prometía satisfacción y no el sapo que se acaba de comer el club.
Aunque líder, el Barça llega al Bernabéu en estado crítico. Una derrota agravaría el estado de decepción del barcelonismo. Xavi, contratado por su condición de mito culé, salvó a Laporta la anterior temporada. Esta vez, el presidente ha tirado de toda clase de palancas para articular una magnífica plantilla. Le ha pasado la pelota a Xavi. Como jugador le lanzabas un balde y lo controlaba. Necesitará recuperar esa destreza como técnico. La eliminación en la Liga de Campeones coloca al técnico en una incomodísima posición frente al clásico, sin margen para un fiasco.
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