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Roglic no abdica en la Vuelta a España

El esloveno, vencedor de las tres últimas Vueltas, revienta a Evenepoel en la Pandera y estrecha la clasificación general el día en el que Carapaz vuelve a ganar

Jordi Quixano
Valdepeñas de Jaén -
Miguel Ángel López y Roglic entran a meta el día en el que Evenepoel perdió casi un minuto.
Miguel Ángel López y Roglic entran a meta el día en el que Evenepoel perdió casi un minuto.Javier Lizón (EFE)

Roglic quiere lo suyo. Roglic no se vence. Roglic es el rey de la Vuelta, ganador de las tres últimas ediciones, y no piensa abdicar antes de tiempo. Superada la primera semana, en la que no encontró su mejor versión, el esloveno se contentó con seguir la estela de Evenepoel, un líder que no parecía tener flaquezas ni debilidades, un maillot rojo, se insinuaba, predestinado a coronarse incluso antes de llegar al ecuador de la ronda española. Eso se imaginaba el Quick-Step, por más que guardara cautela, eso pensaban todos los equipos y eso siseaba el pelotón, que se deshacía en elogios hacia el belga, vatios y más vatios, superioridad abrasadora. Pero eso no entraba en la lógica ni en la ecuación de Roglic, que en la Sierra de la Panadera, al fin espoleado por la táctica de Jumbo, explicó al mundo que no es un segundón, que juega para ganar y que a más dureza mejor compite. Algo parecido a Richard Carapaz, negado en la general desde la primera semana pero, orgulloso él, resarcido con dos laureles de etapa en las dos últimas montañas y con la misma argucia, fugándose de la fuga, levantando los brazos con rabia entremezclada con emoción. Aunque en esta ocasión, pura raza, pundonor y talento, aguantando la furia de Roglic, al que ganó por poco más de un suspiro, suficiente en cualquier caso.

Pretendió Quick-Step, conocedor de sus límites para tirar del pelotón a un ritmo vertiginoso, que no hubiera una fuga masiva ni que cogiera color, forma y, sobre todo, tiempo con el paso de los kilómetros. Cometido que logró, pues la escapada no fraguó durante 70 kilómetros. Hasta que Carapaz y siete compinches —entre los que estaban Luis León Sánchez (Bahrain) y Raúl García Pierna (Kern Pharma)—, demarraron para tensionar la carrera.

Aceptó la escapada Quick-Step porque ninguno ponía en riesgo el liderazgo de Evenepoel, porque tampoco le sobran las fuerzas al equipo, mermado por la ausencia de Alaphilippe tras el batacazo que se pegó. Y tampoco era preocupante la diferencia; tres minutos de desventaja al llegar a la falda del puerto Siete Pilillas; casi cuatro al coronarlo; y de nuevo a tres minutos al comenzar la Pandera. Ilusión del pelotón por sofocar a los rebeldes; sonrisa en la boca de Carapaz; y preocupación en los ojos de los demás fugados, conscientes de que cuesta arriba nada podrían hacer. Ya lo había advertido el ecuatoriano antes de comenzar la etapa: “Esta subida es una oportunidad para volver a hacer buena la fuga. Sería genial ganar una etapa más”. Lo hizo, sí, pero Jumbo, anónimo en la Vuelta menos en la primera etapa cuando ganó la crono por equipos, casi lo evita.

Al escarparse la carretera, serpenteante, rugosa, de curvas cerradas que al superarlas desanimaban al alma porque la rampa cogía más pendiente, Jumbo apretó el acelerador. Primero Gesink y después Harper, ritmo infernal que fue desnutriendo al pelotón. También, aunque eso todavía no se sabía porque pocos más hieráticos que él, a Evenepoel. Pero así lo destapó Roglic a falta de cuatro kilómetros, arranque cruel, feroz, casi inhumano. Y —¡sorpresa!— el belga se queda congelado, pájara de las buenas, incapaz de apretar las mandíbulas, de perseguir su sueño por un día, de coger rueda de un Roglic desatado que le sacó 52 segundos. Sí aguantó el tipo Enric Mas, siempre arrimándose al más fuerte aunque todavía sin fuerzas para atacar él, pero después, ya casi al final, se rompió, acabada la voluntad y la gasolina. “Al principio me he sentido muy bien, pero luego me ha dado un bajón impresionante. Primoz me ha hecho sufrir”, aceptó el corredor de Movistar con la respiración entrecortada, firme en el tercer escalón de la general.

Por detrás, con la lengua fuera, al fin con la cara roja por el esfuerzo, llegó Evenepoel, resucitado por el ritmo de un Juan Ayuso que pinchó en la subida y que acabó con una bici prestada, la mejor de las ayudas para el belga. “No he tenido mis mejores piernas. Espero que solo sea mi mal día en la Vuelta. La pérdida de tiempo no es grave, esto pasa en una competición de tres semanas y, de momento, no hay nada de qué preocuparse”, resolvió Evenepoel, roto durante la subida pero bien entero mentalmente. Roglic, en cualquier caso, corona en mano, le pide cita en Sierra Nevada.

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