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El farolillo de Vansevenant o la dificultad de ser el último en el Tour

El ciclista belga fue, por tres años consecutivos, el peor clasificado en la ronda francesa, y le costó lo suyo

Jon Rivas
Vansevenant, durante el Tour de Francia de 2008.
Vansevenant, durante el Tour de Francia de 2008.Tim De Waele (Getty Images)

La guía histórica del Tour es un libro que, hasta hace unos años, se entregaba en el acto de la acreditación de los periodistas, en la oficina permanente. El reportero acudía, un tanto despistado por ser el primer día, a la zona de prensa, se ponía a la cola y, tras las comprobaciones habituales, recibía su documento de identidad para colgarse al cuello, las pegatinas para colocar en el parabrisas del coche y una bolsa con el libro de ruta, el reglamento, y la guía histórica. Un documento preciado, con todos los datos de todas las ediciones, algo abrumador. El año del Centenario, 2003, lo entregaron todo en un pack muy útil, sobre todo por el formato. Perder la guía era perder la memoria.

Pero llegó internet y aquella magia se acabó. Siguen dando el libro de ruta, pero la guía histórica, que en un breve lapso la entregaban en un CD, hay que descargarla de la página web del Tour. De hecho, lo puede hacer cualquiera. Desde 2010, sin embargo, hay un dato que ya no aparece en el resumen de cada año: el nombre del último clasificado, el farolillo rojo de la carrera, una posición a la que la organización ha querido restarle notoriedad. El último ciclista que aparece en la relación es Eugene Uvtarovich, que llegó en 2009 a 4h, 16m y 27 segundos de Alberto Contador, que fue el ganador de esa edición. Desde entonces, aunque hay, como es lógico, un último clasificado, su nombre no tiene el honor de aparecer en la guía.

Entre los últimos que salen hay dos hermanos, Igor e Iker Flores, corredores del Euskaltel, que fueron los que más tardaron en 2002 y 2005 respectivamente. En aquel tiempo dominaba Lance Armstrong, cuyo nombre aparece tachado con una raya en la guía histórica. “Mejor el farolillo que ser penúltimo”, aseguraba Igor Flores.

No es tan fácil ser el último, por diversas razones. Fernando Quevedo, que lo fue en el segundo Tour que ganó Indurain, lo razonaba: “¿Héroe Miguel? El héroe soy yo, que siendo infinitamente peor tengo que realizar las mismas etapas. Esto es insufrible, no puede haber nada más duro. Si le cambio a Jesucristo la bicicleta por la cruz me devolverá la bicicleta y se llevará tres cruces para compensar”.

Pero hubo ciclistas que lo convirtieron en un oficio, como Win Vansevenant, un corredor belga, que consiguió acabar en la última posición en 2006, 2007 y 2008, algo que nadie más ha logrado. Tenía que hilar fino, primero porque para ser el último hay que acabar el Tour, y segundo, porque no era el único ciclista al acecho de tal honor, que suele dar oportunidad a participar en los critériums que se organizan después de la ronda francesa.

En 2008, cuando quedaba una semana de carrera advertía: “No será fácil mantener el puesto. Aún queda mucho”. Lo mismo que podía decir el líder, que era Cadel Evans. Sucedía igual que en los años treinta, cuando los ciclistas se escondían para perder tiempo, hasta que cambiaron las normas y la organización eliminaba al último cada día.

Vansevenant tenía su técnica. “Algunos se empeñan en perder tiempo en las etapas de montaña. Pero es más fácil perderlo en las llanas”, decía. “Yo no sé si sufro como el que gana, pero sí que sufro todo lo que puedo. Lo que pasa es que yo llego más tarde”. Al final, estuvo a punto de perder su privilegio. En la 19ª etapa, Bernard Eisel perdió 10 minutos. Le arrebató la última plaza por 42 segundos. Recuperó el farolillo en la penúltima jornada, 53 segundos por detrás de Eisel. En la última etapa, en París, se marcaron desde el principio, llegaron juntos y Vansevenant celebró la derrota. Su hijo, que se llama Mauri en honor al exciclista catalán que se apellida así, corre en el Quick Step. Y prefiere ganar.

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