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Hugo Koblet, el James Dean del ciclismo

La estrella de los años cincuenta, figura fascinante del deporte, murió joven en un accidente de tráfico tras una vida a todo tren

Jon Rivas
Hugo Koblet
Hugo Koblet.

El 5 de julio de 1951, el diario L’Équipe dedicaba el titular principal de su portada al intento de un debutante en el Tour de Francia de dinamitar la primera etapa: “Hugo Koblet, bello como un dios, da el primer golpe, pero…” Los puntos suspensivos hablaban de que su intento no prosperó, pero lo llamativo fue la apelación a su aspecto físico. Para entonces, ya se había extendido la fama de su elegancia, su educación y su clase sobre la bicicleta. En 1950 había sido el primer ciclista extranjero en ganar el Giro de Italia, y empezó a convertirse en un fenómeno.

Así que en el Tour de 1951 era ya una de las figuras dignas de mención en la portada del periódico organizador. Y el suizo no defraudó. El 14 de julio, el día de la fiesta nacional francesa, el director de su equipo, Alex Burtin, convocó en secreto a dos médicos de Brive para que atendieran a Koblet. Le había salido un forúnculo en las nalgas que le provocaba dolores espantosos y que ponía en peligro su continuidad en la carrera. Uno de los galenos propuso sajar el grano, pero eso suponía la retirada. El segundo médico realizó el mismo diagnóstico, aunque dio una alternativa: supositorios de cocaína. Sí, cocaína. En aquellos tiempos no existían los controles antidopaje, ni se veía con malos ojos que los ciclistas tomaran sustancias estimulantes.

Al día siguiente, en una etapa de transición entre Brive y Agen, de 177 kilómetros, Burtin le pidió que no hiciera excesivos esfuerzos, pero en el kilómetro 37, en una pequeña cota, atacó desenfrenado. Se fue con el francés Deprez, a quien abandonó poco después. “¿Qué haces?”, le preguntó su director. “No sé”, contestó. “¿Hasta dónde vas a ir tan rápido?”, le repreguntó el jefe. Y la respuesta fue fulminante: “Hasta la meta”. Llegó en solitario, se lavó la cara con una esponja, se atusó el cabello con el peine que llevaba en un bolsillo del maillot, atravesó la línea y luego cronometró la ventaja sobre sus oponentes: 2m 25s. No se vistió de líder, pero lo haría en los Pirineos, al llegar en cabeza junto a Coppi en la etapa reina, tras atravesar el Aspin, el Tourmalet y el Peyresourde.

Ganó el Tour, pero se lanzó en una espiral peligrosa de coches de lujo, mansiones, fiestas y todos los placeres que le proporcionaba su fama. Para las vacaciones de ese año viajó a México, pero regresó con una enfermedad venérea y ya no volvió a ser el mismo. Durante algunos años siguió ganando dinero para mantener su alto tren de vida gracias a su fama como ciclista, pero su rendimiento cayó en picado. Se retiró en 1958, intentó abrir negocios en su país y en Venezuela, pero le fueron mal, se endeudó y las broncas con su mujer, Sonja Bühl, eran épicas.

El 6 de noviembre de 1964, su Alfa Romeo se estrelló a toda velocidad contra un árbol a orillas del lago Zurich y murió. Las dudas sobre lo que sucedió se mantienen. No había huellas de frenos y la carretera estaba seca. Dicen que antes de expirar comentó que había creído ver una sombra humana y que intentó evitarla. Pronto empezaron a llamarle el James Dean del ciclismo.

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