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Luis León ataca, pero la etapa del Tour de Francia la gana Cort y Pogacar no suelta el amarillo

Una manifestación por la renovación energética perturba la etapa de Megève, a la sombra del Mont Blanc, en la comarca más contaminada de Francia, donde el alemán Kämna se acerca a 11 segundos del esloveno

Carlos Arribas
Luis León sigue adelante entre los ecologistas que intentaban cortar la carrera.
Luis León sigue adelante entre los ecologistas que intentaban cortar la carrera.GUILLAUME HORCAJUELO (EFE)

Magnus Cort Nielsen, el príncipe de Dinamarca, es juguetón y sabio. Recorre en fuga, solo entre su público, las etapas danesas, recolectando puntos para la montaña como las ardillas nueces alineadas en la carretera, y se gana el cariño de todos. Su corte de pelo aerodinámico, su mostachito pelirrojo. Sus ojos. Llega al continente y se transforma. Se olvida de los lunares. Se convierte en un cazador de etapas. Entra en las fugas que le gustan, las multitudinarias, en las que aprovecha su experiencia para no moverse ni un centímetro más de lo necesario, y su velocidad, su instinto asesino, para clavar el cuchillo solo una vez, pero mortal.

Así gana el danés, con su golpe de riñones imbatible en los repechos, en la cima del altipuerto de Megève, donde los Rothschild aparcan sus avionetas, donde Luis León, de 38 años, intenta volver a ser el Luisle que cuando arrancaba siempre decía adiós. Lo hace a seis kilómetros de la meta en la suave ascensión. Mantiene la planta y el estilo, el torso alto, inmóvil, el físico de Chet Baker ante el piano. Le falta la energía que antes le sobraba. Aun cazado, pelea en el sprint con Cort y el australiano Schultz. Queda tercero. “Qué difícil es ganar en el Tour y más a mi edad”, dice el murciano de Mula, que cuando era más joven ya ganó cuatro veces en la grande boucle. Casi nueve minutos después llega el pelotón. Lo acelera Enric Mas, que lanza a un Tadej Pogacar desencajado. Defiende el maillot amarillo, amenazado por el alemán Kämna, que estaba en la escapada. Lo salva por 11 segundos. Glotonería, vocean algunos, qué le habría importado dejar un día el maillot ahora que llegan los grandes Alpes. Orgullo de equipo, dice él, una prenda que tanto le ha costado a mi equipo no se regala al primero que pasa. “Como la última subida no era nada especial, bajamos el ritmo, pero no mucho”, dice, “y mantengo el maillot, lo que me parece bien”. Pero su director, Joxean Matxin, le desautoriza. “Queríamos soltarlo”, dice el técnico del UAE. “Pero calculamos mal y seguimos con él”.

A Cort le ha preparado el terreno su compañero de equipo Bettiol, que cumple la tarea necesaria de romper la armonía en la fuga de 25 atacando de lejos. En su camino tropieza con un imprevisto.

Unos manifestantes cortan la carrera y la televisión francesa ofrece imágenes del vecino Mont Blanc, la naturaleza en su apogeo, su pleno poder. No ofrecen, sin embargo, imágenes del grupo de manifestantes, una decena de militantes ecologistas de Dernière Renovation que protestan en un rincón, el valle de l’Arve, lleno de industrias químicas y de crematorios de residuos, y carretera de paso de grandes convoyes de camiones. Piden, de manera no violenta, como ya lo intentaron, sin éxito, en Roland Garros, la renovación de fuentes energéticas. Recuerdan que la región, justamente, debería formar parte del parque natural del Mont Blanc, del que tan orgullosamente hablan todos, y debería gozar de protección ambiental.

Pogacar sonríe, durante el parón en la etapa por la protesta que ha cortado la carretera.
Pogacar sonríe, durante el parón en la etapa por la protesta que ha cortado la carretera.MARCO BERTORELLO (AFP)

Se han sentado encadenados entre ellos en mitad de la carretera y se han envuelto en humo púrpura cuando se acercaba Bettiol, que los esquiva. El pequeño pelotón que le persigue a medio minuto, 24 ciclistas, no puede sino frenar y detenerse. Inmediatamente, la comisaria jefe, Francesca Mannori, detiene la carrera. El gran pelotón, en el que marcha tranquilo, a más de siete minutos, el líder, Tadej Pogacar, ralentiza su marcha. Los comisarios han tomado tiempo. 15 minutos después, resuelto el problema, desalojados los manifestantes, la carrera arranca de nuevo. Primero Bettiol, medio minuto después el grupo, siete más tarde el pelotón. Quedan 38 kilómetros para la meta de Megève. “Ha sido un momento divertido”, dice Pogacar. “Aunque no sé por qué protestaban”.

La tele, escrupulosamente, ha evitado que los espectadores sepan por qué protestaban los habitantes de un valle que solo hace unos 50 años sufrieron, en la ciudad de Passy, una de las mayores tragedias que se recuerdan en Francia. La noche del 15 al 16 de abril de 1970 una avalancha de rocas, barro y nieve sepultó la ciudad. Murieron 71 personas, la mayoría niños internados en un sanatorio antituberculoso. Debido al calor, una gruesa capa de nieve se había derretido y empapado la tierra sobre la que se asentaba, que perdió su solidez. La roca sobre la que se sustentaba se convirtió en un tobogán por el que, empujada por la fuerza de la gravedad, se deslizó la cresta de la montaña. El sanatorio se había construido allí para que los niños respiraran el aire tan sano de la montaña, ensuciado ahora, más caliente que nunca.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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