El Real Madrid es un incendio vivo
Al Bernabéu se viene como a la vida: a pasarlo bien, a ser joven por segunda vez, a echarse unas risas, a marcar goles en el descuento y a ganarlo todo
Cuando marcó Rodrygo el primero de sus dos goles, prodigios de un estilete limpio y venenoso que nunca ha jugado en el Madrid en su posición natural, delantero centro, Luka Modric fue a buscar a Marcelo y los dos se quedaron abrazados, bajitos y encantadores, celebrando la Liga en la primera parte. Era el amor de los últimos trabajos, la sensación de que la banda se está reuniendo ya para dar sus últimos golpes. Modric tiene un año menos que el padre de Rodrygo. Marcelo debutó en el Madrid hace 16 años. Los dos son objeto de culto en el Bernabéu, representantes de un mundo que se resiste a extinguirse.
El Madrid ha ganado una Liga que empezó con dos estrellas en el once titular, Gareth Bale y Eden Hazard, de los que hoy no hay noticia. El Madrid ha ganado una Liga convirtiendo a un delantero de 34 años en el mejor del mundo, máximo goleador en España y en Europa. El Madrid ha ganado una Liga en abril con el hijo de un campesino de Reggiolo en el banquillo, un tipo que hizo quesos en su juventud y que esperaba a que curase el Parmigiano Reggiano para venderlo y sacarse algo de dinero. Cuando era jugador salió una noche a San Siro con un equipo de leyenda y le metió al Madrid la goleada de su vida en Copa de Europa. Un paisano, el clásico señor mayor al que le gusta beber buen vino, comer mortadela y ponerse una gorra en las celebraciones familiares. Además le ha cogido el gusto a cantar el Y nada más: buena gente. Un hombre que ha entendido la filosofía del Madrid; al Bernabéu se viene como a la vida, a pasarlo bien, a ser joven por segunda vez, a echarse unas risas con el antimadridismo, a marcar goles en el descuento y a ganarlo todo.
El abrazo de Modric y Marcelo en el campo es el abrazo en el bar cuando se encienden las luces, un minuto antes de que la dueña diga las palabras mágicas: “Ahora a puerta cerrada”. Y así, en ese ambiente de exclusividad, compartido por millones de personas, pero con la sensación de que solo se cierra el bar para ti, el Madrid ha aplastado la Liga. Con público en el estadio, sin mascarillas, morreando con desconocidos: cuando volvió la vida, el Real todavía seguía allí.
En el minuto 7 el Bernabéu, que siempre recuerda a su leyenda Juanito, se conjuró para cantarle a Cristiano Ronaldo, el segundo Di Stéfano del Madrid. La estrella ha perdido recientemente a un hijo. Ronaldo es tan Real Madrid, como Sergio Ramos, que cualquier homenaje siempre será poco. Imposible no detectar en el estadio, en ese recuerdo, la sensación de extrañeza que provoca la situación de los dos jugadores; el tiempo que han perdido lejos del Bernabéu (“más allá del Bernabéu, la Tierra es plana”, como le decía a Ray Loriga su padre), la oportunidad que tuvieron para haber acabado su carrera escoltando la columna vertebral que queda del Madrid que empezó en 2009 y eclosionó en el minuto 93 de un partido en mayo de 2014. Esa columna vieja y gastada todavía levanta un cuerpo repleto de buenas noticias como Vinicius, Rodrygo, Militao, Valverde o Camavinga (que juega de Redondo y de Seedorf según cómo mueva el pelo).
Este sábado el Real hizo volar a un Espanyol blandísimo con cuatro soplidos, uno de ellos de Karim Benzema. El delantero que solo jugaba para los que sabían de fútbol ha conseguido el milagro: que todos sepan de fútbol o lo finjan por respeto a un jugador que ha tenido con ellos la paciencia que no tuvieron con él. Y en medio del éxtasis colectivo de ganar un título, con la gente abarrotando los alrededores de la Cibeles y todos entronizando a jugadores y entrenador, el Madrid se juega de nuevo todo el miércoles. Es probable que, si se pierde, empiecen los augurios sombríos, las listas negras, los silbidos, vivir no merece la pena. Por eso el Madrid es tan divertido; por eso no es un club ni más que un club: es una experiencia que hay que vivir, aunque no te guste el fútbol, una vez en la vida. Por eso, también, dijo Van Palomaain que al Madrid hay que venir a entrenarlo soltero. Viviendo siempre, como dijo David Gistau, “en el arrebato épico de unos minutos finales incendiados”. Que pensaba que definía al Madrid, pero definía una manera de entenderlo todo.
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