Alaphilippe gana entre intrigas y traiciones
El francés, lanzado por Evenepoel, se impone en la segunda etapa de la Itzulia, en la que Roglic sigue líder
César Borgia, que era un elemento de cuidado, fue enterrado a unos pasos de la meta de Viana, dentro de la iglesia de la Asunción, aunque el obispo de Calahorra consideró décadas después, que no merecía tal honor y puso sus restos de patitas en la calle. El tal Borgia, inspirador de Maquiavelo, era experto en traiciones y manejos varios y, como los ciclistas de las nuevas generaciones, un ejemplo de precocidad: fue obispo con 16 años y cardenal con 20, que es como ganar el Tour en el primer año de profesional. Claro que su papá era el Papa, y su carrera se convirtió en una sucesión de puertas giratorias.
Era el rey de la intriga César Borgia hasta que una traición precipitó su final. En el ciclismo también hay intrigas y traiciones, que en tiempos de antaño aventaban los ciclistas a través de sus periodistas de confianza. Ya no hace falta: está la televisión, y Euskal Telebista, que es la que emite la señal de la Itzulia, ha tenido la magnífica ocurrencia de convertir los coches de los directores en un reality, y suele ser allí, entre ruedas de repuesto y neveras portátiles con bidones fríos y geles energéticos, donde se cuecen a fuego lento las intrigas o las traiciones al estilo de los Borgia, y que también pueden precipitar el final de la etapa.
Quedan ocho kilómetros para la meta de Viana, para llegar a la tumba de César Borgia, y discuten los directores del Burgos BH, Rubén Pérez y el Caja Rural, José Miguel Fernández, coche pegado a coche. Todo en directo. “Está la carrera delante”, comenta Pérez. “El mío va a llegar cuarto”, contesta Fernández. “¿Y si cogen por detrás le vas a ganar a Alaphilippe? Por lo menos que se junten” Pero no se juntan. Después de 180 kilómetros de una fuga a cuatro, llegan las rencillas, y la desunión, las intrigas y las traiciones. El grupo se deshace. El más avispado, Ibon Ruiz (Kern Pharma), se marcha porque los otros tres –Amezketa (Caja Rural), Okamika (Burgos) y Azurmendi (Euskaltel)–, se miran con desconfianza. Hay pocas oportunidades de llegar en grupo, porque el pelotón es insaciable, pero sin colaboración es casi imposible.
Se miran, desconfían, y el pelotón dormita, porque a Roglic no le interesa. Que inventen ellos, como la expresión que enfrentó a Ortega y Unanumo, aunque con sentido ciclista. No tenía el líder nada que ganar en Viana, la histórica ciudad navarra enclavada entre Logroño y el País Vasco. Si en Hondarribia se esperaba lluvia y lució el sol, en la meta vianesa, quienes pensaban en el viento como factor desestabilizador, se toparon con la calma chicha, que tranquilizaba al maillot amarillo y a su equipo, al que lo mismo le daba que llegara la fuga o que los más rápidos se pusieran a trabajar. Ellos no debían hacerlo. Ni querían.
Pero hay otros, los que sí debían, que comenzaron a olfatear la sangre, que algo se estaba pudriendo en la escapada, casi al límite, y los dos minutos de diferencia cuando quedaban diez kilómetros, se fueron reduciendo en una cuenta atrás inexorable. Pocos y mal avenidos, los fugados se dejaron llevar. Sólo Ibon Ruiz lo intentó casi hasta el final, pero los cálculos del pelotón suelen ser muy precisos. Lo cazaron a quinientos metros de la llegada, y entonces sucedió lo que había augurado Rubén Pérez: “¿Le vas a ganar a Alaphilippe?” Pues no. Lanzado por Evenepoel, que puso la locomotora a toda velocidad, el campeón del mundo venció con una autoridad insultante. Consiguió su primer triunfo en 2022 con el jersey arcoíris.
Nada cambia en la General, en la que manda Roglic. Al Caja Rural le salieron mal los cálculos. Con la escapada podría haber obtenido al menos un cuarto puesto. En la llegada masiva, Aular, su mejor corredor, fue quinto, y Fernández, su director, alegó que Amezketa tenía fiebre. Qué cosas.
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