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EL JUEGO INFINITO
Columna
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Siempre quedará el Bernabéu

El PSG aún corre riesgos. No olvidemos que hablamos de un estadio con poderes escénicos del que esperamos que ni las obras hayan desafilado sus colmillos

Jorge Valdano
Jorge Valdano

Verdades que duelen.

Es posible que sea un efecto rebote. La Liga fue un referente mundial durante años gracias a un atractivo fútbol de ataque en el que el balón corría más y mejor que en cualquier otro sitio. Al parecer, el antídoto al buen fútbol se ha encontrado en España antes que en ninguna otra parte. Esta semana el CIES nos dijo que es el campeonato de las grandes Ligas en el que menos tiempo real se juega. Y en cuanto a Segunda División, es la penúltima de las 36 estudiadas con menos tiempo real y la que menos ocasiones de gol crea. Después de tanta gloria, el contraste duele. Y algunas evidencias concretas, más. El Madrid vivió un inesperado calvario en París ante un PSG ambicioso, intenso y a ratos brillante. Inesperado porque sacamos las conclusiones en el lugar equivocado.

SOS: la Liga viaja mal.

La habitual cadena de producción futbolística que en el Madrid lideran Casemiro, Kroos y Modric, suele cocer con criterio cada jugada, pero en París se deshilachó ante un PSG que, en la presión, parecía que le habían quitado la novia y no el balón. Fue así durante todo el partido. Mi impresión es que la mayoría de los jugadores del Madrid están en uno de los mejores momentos de su carrera. Incluso veteranos, como Modric o Benzema, a los que el fútbol les sigue latiendo con pasión y lo interpretan con sabiduría. Pero me quedó claro que las conclusiones que sacamos en la Liga no son extrapolables a Europa. Es hora de tomarnos en serio los tiempos de posesión, la falta de espíritu atacante y el ritmo de juego para que la técnica diferencial del fútbol español vuelva a ser un arma de desequilibrio, como lo fue hasta en tiempos gloriosos.

Se viene un viento fuerte.

Mbappé, esa bala que dobla y frena, pasó por encima de la leyenda europea del Real Madrid y del largo reinado de Leo Messi. Se coronó con tal naturalidad, que nadie puede discutirle el trono. Su actuación fue, sencillamente, devastadora. El genio de Messi sigue presente, pero una cosa es ser Messi todo el rato y otra ser Messi de vez en cuando. El tiempo tiene el vicio de renovar y, en el atolondrado mundo del fútbol, suele tener prisa. La que tuvo Mbappé el día de su coronación. Cada vez que aceleraba con la pelota pegada al pie, era tal la violencia de la estampida que despeinaba a todo el que estuviera cerca, incluido Messi. Su exhibición no mueve a Leo de su privilegiado lugar en la historia del fútbol, a la que ha dignificado durante quince años. Hasta es improbable que el reinado de Mbappé, cuyo talento necesita de la tracción de esos músculos de pura sangre, dure tanto. De momento, solo pide que se haga a un lado, porque el futuro es suyo.

Lo espera la historia.

El PSG aún corre riesgos. El primero es dar por resuelta la eliminatoria, el segundo es que Neymar descompense al equipo por exceso de talento (qué cosas digo, pero sé lo que me digo) y el tercero es que se le caigan encima las trece Copas de Europa del Madrid, que tienen su peso. Porque a la eliminatoria le falta pasar por el Bernabéu y, visto lo visto, hay que empezar a alinear las energías desde ahora mismo. No olvidemos que hablamos de un estadio con poderes escénicos del que esperamos que ni las obras hayan desafilado sus colmillos ni que, por considerar a Kylian uno de los suyos, se nos ponga tierno antes de tiempo. ¿O Mbappé dudó sobre cuál era el escudo que defendía en el primer partido? Me apresuro a decir esto porque el “miedo escénico” que incendia el Bernabéu en partidos grandes, hay que cocinarlo poco a poco.

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