Coman empata al Salzburgo al sprint
El equipo austríaco jugó un partido de ida y vuelta que casi se le atraganta al Bayern
Apareció Coman en el último suspiro para cazar un balón colgado al área de Pavard y prolongado por Müller, para poner el remate y las tablas, para explicar que el cuento dorado del Bayern en la Champions todavía no tiene fin, pues acumula 22 encuentros consecutivos fuera de casa sin perder. Aunque le faltó poco ante el Salzburgo, equipo que corrió sin parar aunque con sentido, contragolpes diabólicos con la llegada de todos los hombres posibles para después hacer repliegues tan eléctricos como ordenados. Un maratón al sprint, el mejor elogio al esfuerzo, pies para qué os quiero. Y con eso le alcanzó al Salzburgo para empatar con el Bayern, ahora con todo por resolver en el duelo de vuelta.
Con una media de edad de poco más de 22 años, el conjunto austríaco asumió la anarquía ofensiva y la rebeldía como algo propio de su bisoñez. No fue un pecado de juventud sino una virtud, pues el técnico Matthias Jaissle quiso que el encuentro fuera a ida y vuelta, un duelo del oeste para ver quién sacaba más rápido el revólver. Y le salió de rechupete. Al menos de inicio porque Coman explicó que a él también le gusta correr.
La idea austríaca pasaba por ataques vertiginosos, ofensivas de pocos pases y muchos metros, fútbol sin apenas manufacturar. Más que nada porque la defensa del Salzburgo sacaba el balón desde la raíz con balonazos largos a las carreras de los extremos o el pie de Aaronson, que pronto reconvertía los melones en pases al hueco. Por las bandas corrían Okafor —duró poco porque se lesionó a las primeras de cambio— y sobre todo Adeyemi, expulsado de niño de la cantera del Bayern por indisciplinado. Y es que en el caos es el rey, futbolista que hace estragos a campo abierto, toda una bala con quiebro y disparo. En una de esas contras logró un chut que Ulreich detuvo; en otra se la dio a Aaronson, que se revolvió en el área grande sin el tino necesario; y en la definitiva corrió por el ala derecha, pisó el área y se la puso a Aaronson para que de primeras se la cediera a Adamu —el sustituto de Okafor—, que envió el esférico a la red.
Nagelsmann era un poema en el banquillo bávaro, gestos de desespero e impotencia. Su equipo no conseguía amasar el balón y hacía agua ante las transiciones fulgurantes rivales. Por lo que no podía descorchar su habitual fútbol al abordaje, acaso alguna llegada esporádica. Como ese disparo de Gnabry que desbarató Köhn con una estirada para los flashes; como ese remate de cabeza insulso de Coman a la salida de un córner o ese otro desde fuera del área que no cogió puerta. Poco o nada se sabía del fabuloso Lewandowski, que no gobernó el área rival ni la suerte del remate.
Acusó el Bayern las bajas de Neuer, Goretzka, Davies y Musiala, al fin Coman subrayado sobre el césped porque le gustaba jugar con prisas. Suya fue la insistencia en el segundo acto; recortes, sprints, centros y hasta disparos por el costado que sirvieron para devolver la pelota y el protagonismo al conjunto alemán. También porque al Salzburgo se le acabó el oxígeno de tanto correr, desgastado de tantas idas y venidas, aunque por poco no hizo el segundo cuando Pavard sacó sobre la línea un chut de Adamu. Pero Coman tenía la última palabra, también el gol oportuno, la diana que puso fin a tanto correr.
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