El último abismo de Nadal
El español, firme en el estreno, revela que el confinamiento de 2020 perjudicó gravemente su lesión en el pie y que ha dudado sobre si podría volver a jugar


Hombre de excelente memoria, a Rafael Nadal le bailaba ayer un dato. “Creo que son 12”, decía después de batir a Marcos Giron por 6-1, 6-4 y 6-2 en la primera ronda del Open de Australia, en referencia a los torneos que había podido disputar entre las dos últimas temporadas, salpicadas de contratiempos de todos los colores. No son 12, sino 14 y en cualquier caso, una cifra muy baja para alguien que se ha encontrado en no pocas encrucijadas a lo largo de su carrera. La última, sin ir más lejos, apunta temporalmente a dos episodios y comprende el periodo transcurrido entre marzo de 2020 y el día previo a que cogiera el vuelo que le transportó hasta Melbourne el pasado 29 de diciembre.
Apenas mes y medio antes, el campeón de 20 grandes transitaba sobre un fino alambre existencial y su carrera, así lo contaba ayer, estaba una vez más en el aire. Nada más vencer a Giron, a pie de pista, Nadal emitió un primer mensaje. Posteriormente, en el compromiso con el canal Eurosport incidió. Y al final, ya ante los periodistas que cubren el torneo, el balear volvió insistir con franqueza en que lo ha pasado verdaderamente mal. Un martirio que ha procesado de puertas adentro y que empezó a deslizar al poco del primer confinamiento, cuando veía que los días pasaban y él, casero y manso pero en el fondo un culo inquieto, en realidad, encajaba con resignación la primera ola vírica.
Entonces, Nadal se reconocía apagado y tristón, y después, cuando se controló el impacto del covid y el circuito pudo por fin empezar a rodar de nuevo, el pie izquierdo le volvió a atormentar. A partir de ahí, dolores, tratamientos, consultas médicas, muletas y prácticamente medio año alejado de las pistas. Especialista en eso de retornar, logró sobreponerse a la adversidad una vez más, pero en su desplazamiento navideño a Abu Dabi recibió la visita orgánica del enemigo. Es decir, fueron juntándose demasiadas cosas y el ánimo del tenista, granítico en lo deportivo y sensible en lo afectivo, cayó de manera notable.
“Han sido unos meses complicados, es imposible estar más feliz”, introdujo. “Hace un mes y medio no sabía si volvería a jugar al tenis a nivel profesional debido a varios factores, incluyendo los problemas que he tenido en el pie y con la covid”, prosiguió en el canal Eurosport. Y profundizó en la sala de conferencias.
Aprender a perdonarse
“¿Si hubiera imaginado hace poco estar donde estoy hoy? Lo hubiera firmado con los ojos cerrados. Estaba en la cama destrozado, y hace mes y medio tampoco sabía si podía podría estar aquí compitiendo o si volvería a jugar al tenis a un nivel medio o alto, porque llevaba muchos meses teniendo muchos problemas en el pie, con un dolor que no me dejaba entrenar la mayoría de los días”, detalló. “De momento, solo puedo agradecerle a la vida el que esté aquí y que pueda jugar”, subrayó el actual número cinco, citado en la siguiente ronda del torneo con el alemán Yannick Hanfmann, 126º del mundo. “Para mí, hoy día lo único importante es jugar al tenis, y a partir de ahí ya veremos lo que puede ocurrir. Quiero disfrutar de luchar, de verme entrenando y competitivo. Para mí, esto es un sueño hecho realidad; evidentemente, siempre con la autoexigencia que siempre he tenido”, remachó.

Nadal necesitaba expresarse y contextualizar. Sin Roger Federer ni Novak Djokovic sobre el tapete australiano, él es el único gigante que puede desenredar el día 30, fecha de la final, el pulso histórico a tres bandas. Definió su estreno como “correcto, en general”, y enseguida volvió a las difíciles circunstancias de los últimos tiempos. “El drive ha funcionado por momentos, y en otros no he jugado perfecto. Ya lo dije el otro día: es el momento de perdonarse cuando no van bien las cosas, porque los hay y los va a haber. Son muchos meses sin competir, sin poder entrenar bien, muy pocos eventos en los dos últimos años, con lo cual hay que ir encontrando los automatismos que necesito”, indicó.
Campeón en la edición de 2009 del Open, el español degusta estos días cada bola que golpea y proyecta un mensaje tan crudo como realista: llegará un día en el que no será capaz de remontar. Mientras tanto, carpe diem. “Quiero disfrutar de la vuelta al circuito, de poder jugar en una de las mejores pistas del mundo. Debo valorar cada cosa positiva que está ocurriendo”, retomaba en el discurso, encauzado por un periodista hacia la cuestión de las cuestiones, en lo que a la historia del tenis se refiere. Compitiendo por primera vez en un grande sin Federer ni Djokovic, ¿será capaz de dar el gran golpe del 21?
“Os digo una cosa, y la digo con la mano en el corazón. Yo entiendo toda esta película del GOAT [la abreviatura de Great Of All Times, el mejor de todos los tiempos], lo que se ha montado alrededor de todo esto, pero yo vivo mi día y a día y mis preocupaciones son diferentes a esto de ser el mejor de la historia o de desempatar. Lo digo de verdad, no es una pose. Al final hemos coincidido tres jugadores que hemos conseguido cosas especiales para la historia de nuestro deporte, y si alguno de nosotros termina ganando más, pues fantástico”, señaló.
“Los tres hemos superado con creces cualquiera de las expectativas que teníamos cuando éramos jovencitos. Lo que sea será, y yo estoy súper feliz de todo lo que me ha ocurrido hasta el día de hoy. No vivo con esa angustia interior ni esa desesperación para querer ser el tal… Si me llega me llegará y si no, pues no. No creo que mi futuro ni mi felicidad dependan de si termino ganando un Grand Slam más que Novak o Roger”, resolvió el de Manacor, al que nada preocupa más que su salud. Y de ella depende el éxito.
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