El viaje del Barcelona al infierno
El club azulgrana, apeado de la Champions y rumbo a la Liga Europa, debe recomponerse frente a la descapitalización deportiva y las renqueantes arcas
En la rueda de prensa previa a la nueva debacle del Barcelona en Múnich, un día antes de constatar que ya es un equipo de segunda categoría porque por ahora solo le alcanza con disputar la Europa League, Piqué fue conciso y rotundo cuando le cuestionaron por qué se había llegado a esta situación tan raquítica en lo económico y lo deportivo. “La gestión”, resolvió sin dar más argumentos. Eso lo hizo hace un mes para EL PAÍS: “Creo que el triplete de 2015 nos salió más caro que nunca. En enero de ese año, la intención de voto para Bartomeu era de menos de un 1% y luego las ganó. El club no solo es lo que pasa en el terreno de juego”. Pero ese fue solo el principio del fin.
El problema es que entonces el expresidente Bartomeu se entregó a los jugadores porque sentía que les debía el cargo, por lo que les recompensó con contratos desorbitados y su consecuente efecto dominó. Como ejemplo la renovación de Messi en 2017, que disparó las deudas hasta el punto de que cuatro años después, la masa salarial se había elevado en un 61%. Pasó de 471 millones a 759 y Laporta se encontró con que ocupaba el 95% del presupuesto del club. Ahora, Leo ya no está y el Barça está abocado a jugar la Europa League, lo que supone que ha dejado de ingresar 20,6 millones que tenía presupuestados por alcanzar al menos los cuartos de la Champions. Un guirigay morrocotudo que ha desembocado en la ruina económica y deportiva azulgrana.
Desastre económico. La toma de decisiones de la anterior directiva convergió en el mayor naufragio económico del club, como expresó el CEO actual, Ferran Reverter. “Encontramos patrimonio neto negativo y situación de quiebra contable. También hubo un flujo de caja operativo nulo, con dificultad para pagar las nóminas, incumplimientos de compromisos con los bancos…”, expuso. Lo que convergió en una deuda de 1.350 millones y la dificultad de cumplir con el Fair Play financiero, hasta el punto de que se debió renegociar sobre la bocina algunos contratos a la baja de los jugadores para poder inscribir a los nuevos fichajes de esta temporada. Xavi fue diáfano hace solo una semana al recordar que para poder fichar en invierno, antes deberán vender.
Todo comenzó con el fichaje en 2017 del PSG por Neymar, 222 millones desaprovechados en fichajes rana. Caso de Coutinho (120 millones más 40 en variables), que se le busca salida desde hace años; caso de Dembélé (105 más 30), que no ha funcionado y que se trata de renovar antes de enero para que no pueda negociar con otros gratis; y caso de Griezmann (120), que sí marcó pero no encajó en el equipo, una ida y vuelta al Atlético, que ahora paga su ficha y lo comprará por unos 40 millones dentro de dos cursos.
Es una historia que se repite en el Barça y que tuvo su precedente en 2000, cuando Figo se marchó al Madrid por 10.000 millones de pesetas (60 millones euros). Entonces, el Barça de Joan Gaspart gastó el dinero en los fichajes de Overmars, Gerard López, Petit y Alfonso. Y tardó cinco años en volver a ganar, impulsado por la cantera con Puyol, Valdés, Xavi, Iniesta…
Descapitalización deportiva. Sin Neymar se terminó el tridente demoledor —junto con Luis Suárez y Messi— y se germinaron con el paso del tiempo los jugadores que marcaban época. De hecho, en la era Bartomeu se ficharon 34 futbolistas —por los 40 que se traspasaron— y solo Lenglet, Griezmann y De Jong (a ratos Arturo Vidal y Semedo) se hicieron un sitio en el once. Pero los contratos millonarios por jugadores de segunda fila estaban a la orden del día e hipotecaron al club, entre otras cosas porque los futbolistas se negaban a ir a otro lugar sin cobrar lo mismo y porque no había entidad que quisiera afrontar fichaje más salario. El ejemplo se dio hace dos veranos, cuando para liberar 70 millones de la masa salarial se traspasó a Luis Suárez (Atlético), Rafinha (PSG) y a Vidal (Inter de Milán) a coste cero, también a Rakitic (Sevilla) por 1,5.
“La gran ventaja es que ahora no necesitamos fichar a 10 ó 15 jugadores”, resolvió Reverter. Pero eso es discutible, por más que haya brotes verdes como Gavi, Ansu, Nico y Pedri, reclamados desde la necesidad y todavía por asentarse en la élite.
El ‘problema’ de la Europa League. Disputar la segunda competición europea no sale rentable —al menos hasta llegar a las dos/tres últimas rondas— en lo económico por la falta de atractivo para las aficiones y por el coste de los desplazamientos. Más aún al Barça, que en esta fase de la Champions solo reunió a 45.968 hinchas ante el Dinamo, a 49.572 frente al Benfica y a 39.737 ante el Bayern porque el aforo estaba limitado por la pandemia.
Disputar la Europa League no pasa de ser un premio de consolación para el Barça, que además deberá reajustar su ritmo de competición porque la segunda competición continental se disputa los jueves y deberá jugarse las habichuelas ligueras los domingos con una plantilla que, como ha quedado patente, no le llega para las rotaciones. Ni siquiera le alcanza con los titulares como reflejó en una frase lapidaria el diario alemán Bild después del bofetón en el Allianz Arena: “El Bayern ha convertido al mejor equipo del mundo en un simple sparring de entrenamiento”.
El baile del banquillo. A Ernesto Valverde se le echó hace tres temporadas cuando tenía al equipo líder en la Liga, clasificado para los octavos de final y de pie en la Copa. Puede que por entonces no se jugara un fútbol de salón como antaño y que no se dieran entrenamientos intensos —otra prueba del poder del vestuario—, pero el equipo tenía agudizado el sentido competitivo. Se intentó anticiparse al fracaso y lo que se logró es propiciarlo. Como recambio llegó Quique Setién, que no supo convencer al grupo con su discurso, por lo que seis meses después, llegó Koeman como un técnico idóneo para un año de transición.
Si bien el holandés logró una gestión de vestuario notable, fomentó la apuesta por los canteranos —actuó desde la necesidad porque no le llegaron los fichajes que pidió por la falta de efectivo— y hasta se puso el club a la espalda ante los enredos de la directiva expresados sobre todo con el BarçaGate, el juego del fue indefinido y gris. Ahora está Xavi, con un discurso cruyffista, pero queda por ver si con eso alcanza para un equipo que siempre basó su juego en atacar y nunca trabajó la cultura de defender.
Sin Messi no se llega. Aunque el 10 podía descuajaringar las cuentas, era un claro reclamo para otros futbolistas que querían compartir equipo con uno de los mejores de la historia. Su presencia sobre el césped, además, dotaba al Barça de un tono competitivo que ahora carece, expresado sobre todo en los goles y reflejado en los títulos porque al menos le daba para ganar una Copa y competir la Liga hasta el final, también para alcanzar los cuartos de la Champions por más que en los últimos cursos los sopapos fueran de órdago como aclararon la Roma, el Liverpool y el Bayern.
En esta edición europea, el equipo solo ha convertido dos goles —ante el débil Dinamo de Kiev— y contabiliza en total 25 dianas, dos menos de las que suma Lewandowski (ariete del Bayern). Cuenta el Barça con tres puntas y no suma uno porque Memphis es un falso 9, porque el Kun está pendiente de si podrá volver a jugar por un problema cardíaco, y porque Luuk de Jong fue un capricho de Koeman que no ha estado a la altura. Del mismo modo, sin Messi no hay un líder sobre el césped al tiempo que los veteranos hacen aguas como Piqué, Alba y en menor medida Busquets. De Jong es un espejismo de lo que fue en el Ajax, Memphis no marca ni al arcoíris en Europa y se refugia en los lanzamientos del punto de penalti para maquillar sus números y no hay otro que dé un paso al frente.
Proyecto indefinido de Laporta. Nada más asumir el cargo, Laporta fue de lo más contundente: “Conmigo de presidente no hay temporadas de transición. Antes, si se perdía, no pasaba nada pero conmigo perder tendrá consecuencias”. Pero su discurso se ha deformado con el paso del tiempo, pues antes de medirse en Múnich al Bayern resolvió: “Hay que tener fe. Pero el aficionado entiende que esto es un proyecto a medio plazo”.
Ocurre que su proyecto no ha sido tal porque no tenía contemplado un plan de choque económico ni deportivo, siempre fiado a su capacidad para decidir sobre la marcha y porque nunca le faltó atrevimiento ni determinación. No vino con un entrenador de la mano ni tampoco con jugadores. No solo eso, sino que se ha apropiado del proyecto que presentó su competidor en las elecciones Víctor Font, puesto que trajo a Jordi Cruyff a ayudar al área deportiva para después fichar a Xavi Hernández.
“El despido de Koeman llegó tarde”, admitió el presidente, que cuando llegó al cargo aseguró que el holandés no era su elección, pero que después lo mantuvo en el cargo por falta de otra alternativa y dinero. Luego le dio una bola extra y tres partidos más tarde lo despidió. Llegó Barjuan como interino y ahora Xavi tiene, como aseguró tras el Bayern: “una papeleta”.
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