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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hoy es jueves, juega el Barça

La Europa League no es una humillación, sino el síntoma de la enfermedad que aqueja al club azulgrana

Muller marca el primer gol del Bayern ante el Barça. Getty
Muller marca el primer gol del Bayern ante el Barça. Getty
Andoni Zubizarreta

Creo que ya les he contado alguna vez que uno de mis descubrimientos cuando estaba en el Olympique de Marsella, fue que había fútbol los jueves. No solo que había fútbol sino que era europeo, era competitivo, era maravilloso. Porque cuando trabajas en un club como el Barça el jueves es como el lunes, el día de la resaca de la jornada europea, el día de las reflexiones competitivas en las que nunca entraba la cuestión de la clasificación, tal vez solo esos debates que generan la abundancia como si es mejor quedar primero que segundo de grupo por si es mejor jugar primero en casa o fuera. Hasta debates de si un 0 a 0 es bueno para la vuelta de los octavos de final. O esa cuestión de que los equipos son muy diferentes en el sorteo de diciembre a la competición de febrero (bueno, esto valdría también para la Europa League, claro).

O esa otra, se acuerdan, de que hasta te cansas de comer caviar todos los días. ¿Se acuerdan? Y entre reuniones, entrevistas, visita a los entrenamientos y llamadas telefónicas iba pasando el jueves hasta que llegaba la noche y, de pronto, haciendo zapping aparecía la Europa League para recordarme que el fútbol no descansa y que las ilusiones son tan legítimas cuando suena el himno de la Champions como cuando retumba el de la Europa League, que también tiene su banda sonora pero seguro que ahora mismo no es usted, ni yo hace un minuto, capaz de tararearla aunque el canal YouTube siempre acude a nuestro rescate musical.

Y por esos caminos menos visibles han transitado de forma firme Sevilla y Atlético de Madrid para llenar sus vitrinas europeas y asegurar una quinta plaza de Champions al futbol español. O ha servido para saciar el ansia de títulos de un grande como el Manchester United con Mourinho en el banquillo. O nos llenó a todos de orgullo ese Villareal, ejemplo magnífico de resiliencia, alzando la copa tras una tanda de penaltis que parecía no tener fin hace solo unos meses.

Por esa vía europea transitamos en la temporada 17/18 con el OM en nuestra epopeya europea para ir a caer en la final de Lyon contra un Atlético de Madrid más diseñado para jugar los martes/miércoles que los jueves. Quiero decir que jugar la Europa League no es ningún desdoro ni menosprecio ni humillación ni nada parecido salvo para los que consideran que las fases iniciales de la competición están solo para llenar las arcas de los clubes, las parrillas de televisión y las cada vez más largas, frías, noches de otoño. Cada vez que haya un balón por medio todos sabemos que cualquier cosa puede pasar. Hasta negativas.

La cuestión, para mí, claro, es más si eso de tener que jugar la Europa League es no solo la consecuencia —eso es evidente pero se quedaría en unos meses de penitencia y hasta una posibilidad de título y entrada a la Champions por otra puerta diferente— sino un síntoma que confirma la enfermedad que aqueja al Barça. Una enfermedad que se muestra en un equipo poco competitivo cuando el nivel futbolístico sube, sobre todo, pero no solo, en Europa. El riesgo es que la idea de temporada de transición pase del concepto futbolero de diez meses a algo más largo, más permanente, más triste.

Lo que mis canas me dicen para estos casos es que en estas situaciones se necesita focalizar los problemas y acompañarlo con tener calma, claridad y determinación. Y silencio. Mucho silencio. Muchísimo silencio. Desde dentro, por supuesto.

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