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CRUCE DE CAMINOS
Columna
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Cuando el tenis gana aire a cambio de perder alma

El colorido de la afición anfitriona, esa explosión de júbilo en la grada apoyando a sus jugadores, se ha desvanecido al reestructurar los formatos

Panorámica del Madrid Arena durante el partido de dobles entre España y Ecuador.
Panorámica del Madrid Arena durante el partido de dobles entre España y Ecuador.AFP7 vía Europa Press (Europa Press)

En un deporte tan solitario como el tenis, donde el momento de la verdad se produce en ausencia de otros, competir en equipo produce una sensación similar a la de volver a casa. Es un resguardo agradable, templado, hasta necesario. Acostumbrado a decidir por sí mismo, el tenista que se integra en un grupo se siente protegido, y hasta en deuda por devolver los esfuerzos que le brindan cuando es el único centro de atención.

Estos días se celebra una nueva edición de la Copa Davis, la competición por equipos nacionales más histórica e importante del tenis profesional. Puede equivaler a un campeonato mundial de cualquier otra disciplina, aunque se celebra todos los años en el circuito. En definitiva, es una cita en la que el deporte nacional exhibe su nivel ante el resto del planeta; en el tenis, la posibilidad de demostrar la unión y el potencial de grupo del vestuario.

Estas citas se esperan con ilusión en la mente del jugador. Si tu deporte consiste en dar la vuelta al mundo enfocada en ti misma y tu reducido círculo cercano, este torneo implica abrir la mente y ampliar el interés hacia lo colectivo. El grupo lo integra un delegado de equipo, el médico, los fisioterapeutas, un encordador, el fotógrafo, el jefe de seguridad, un sparring… En definitiva, un numeroso grupo humano, liderado por un capitán, remando por un objetivo común. La meta no es la victoria, algo que escapa a nuestro completo control, sino trabajar juntos para darnos la mejor oportunidad de competir por cada punto de la serie, partido a partido. Nuestro deporte disfruta en torneos de este tipo con un especial calor de la afición. El tenista no defiende unos colores cada semana, no tiene garantizados unos ánimos por pertenecer a una entidad, depende de la simpatía personal que despierte en la grada para disfrutar de apoyos. Competiciones como la Copa Davis —o la Copa Federación en el femenino— modifican ese factor de una manera fundamental. O al menos lo hacían anteriormente.

Como sabrán, ambas competiciones han afrontado cambios de formato en la fase final. Se han dejado atrás las eliminatorias tradicionales, disputadas en el hogar de una de las naciones participantes, para agrupar el desenlace en una única sede. El colorido de la afición anfitriona, esa explosión de júbilo en la grada apoyando a sus jugadores, se ha desvanecido de manera clara al reestructurarse el formato. Eran días de fiesta absoluta donde la grada entregaba todo y tú, como jugador, encontrabas ese extra que devolver a la afición. Por ganar aire en el calendario, se ha perdido buena parte del alma.

El deporte es muchas veces un reflejo de la vida, donde las cosas no siempre llegan como a uno le gustaría. Un escenario en el que se debe aceptar aquello que está fuera de nuestro control para no perder el rumbo de nuestros pasos. España afronta esta vez un torneo repleto de rasguños: la anticipada ausencia de Rafael Nadal, la lesión inesperada de Roberto Bautista o la baja de última hora de Carlos Alcaraz, apartado por una infección de covid-19, han afectado a la solidez del equipo. Es en momentos como este donde florece la fuerza del grupo.

España ha demostrado en los últimos años una influencia creciente a nivel mundial. Con seis Ensaladeras y cuatro finales, se ha erigido en uno de los países más respetados en la competición. Este año, los aficionados españoles tienen la suerte de poder animarles en casa, algo que ha dejado de ser una garantía para el futuro. La posibilidad de arengar como locales ya no es un plus periódico y eso, en mi opinión, es un motivo de tristeza. Pocas cosas provocan más impacto que lo vivido, en la memoria del veterano y en la ilusión del niño.

El aficionado dedica el tiempo libre y parte de sus recursos a valorar el trabajo del atleta. Algo que nunca debería ser olvidado.

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