La Liga de Mohamed Li
La desafección es uno de los grandes males que asolan al fútbol español desde hace años sin que a nadie parezca importarle demasiado
La autodenominada Liga de las Estrellas se ha convertido en uno de esos planetarios humildes donde se expone una Vía Láctea construida con poliespán y a Plutón todavía se le conserva la condición de planeta porque nadie da el paso de subirse a una escalera. Nada queda del brillo anterior, si acaso la leyenda, muy en consonancia con una de las tradiciones más hermosas de la sociedad española: la de esas grandes familias venidas a menos que conservan sus títulos, dos palacetes y una vajilla finísima -regalo de un lord inglés- en la que se toma café pero sin leche ni azúcar, pues la nevera no funciona y los ratones se han hecho fuertes en la despensa.
Se nota en los resultados y se palpa en el ambiente, especialmente en el caso de los dos apellidos más ilustres del fútbol español. Ayer, en un Bernabéu esquelético por mor de las obras, apenas treinta mil madridistas se dieron cita para presenciar un partido que ocultaba sus trampas y podía dejar al equipo en una situación comprometida para pasar a la siguiente ronda. Ni siquiera la eclosión definitiva de Vinicius Jr., o la temporada imperial de Karim Benzema, resultaron acicates suficientes para que el madridismo se espantara los primeros fríos del año y diese cierto color -y calor- a una grada que recordaba a los de algún torneo de verano con bajo presupuesto. No van mejor las cosas en Barcelona, con una parte de la afición más preocupada por sacar rendimiento económico a un abono heredado que en animar a los suyos: otro de los desajustes, en este caso social y hasta sentimental, que también tapaba Messi.
La desafección es uno de los grandes males que asolan al fútbol español desde hace años sin que a nadie parezca importarle demasiado. Algunos prefieren mirar hacia otro lado, sin más. Y centrarse en lo mundano, a saber: clubes saneados, propietarios contentos, fondos de inversión revoloteando con sus billeteras repletas de promesas… Se dice, incluso, que una Liga tan devaluada como la nuestra resulta más divertida para el gran público, que hay más competencia, más igualdad, y que cualquiera le puede ganar a cualquiera: exactamente lo mismo que se podría destacar de un torneo de alevines en el que todos juegan con un pie descalzo. La diferencia residiría en que los niños aún conservan un cierto decoro y sus padres no tiene dinero suficiente para sufragar grandes campañas publicitarias de autobombo.
Mientras esto sucede sin generar un gran debate, en A Coruña se dieron cita ayer más de 12.000 espectadores para ver un partido de la Youth League. Con el equipo profesional en la tercera categoría de nuestro fútbol, el club fagocitado por un banco y una tarde de perros en lo climatológico, los juveniles del Deportivo metieron en Riazor a más público que el Celta en su último partido de Liga. “Invitaciones, patrocinios, colegios, blablablá”, alegarán los ofendidos: lo que ustedes quieran. Pero hay que ir, sentirlo como propio, sin estropear, sin ensuciar… Que es, exactamente, lo que se consigue cuando uno se preocupa más por el bienestar de Mohamed Li (no conozco a nadie que se llame así, pero son el nombre y el apellido más comunes del planeta) que por quienes, hasta no hace tanto, llenaban y daban vida a nuestros estadios.
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