Brasil acoge una Copa América marcada por la pandemia, la amenaza de boicot y la polarización
El campeonato se celebra, tras las renuncias de Colombia y Argentina, en el segundo país americano con la peor tasa de muertes
El estadio Mané Garrincha, en Brasilia, acoge este domingo el Brasil-Venezuela del duelo inaugural de una Copa América de Fútbol precedida de muchos sobresaltos. El último, conocido este sábado: doce miembros de la delegación venezolana han dado positivo por covid. Están asintomáticos. Brasil es, tras Perú, el país con la peor tasa de muertos por el coronavirus. Aunque la crisis sanitaria persiste, el presidente Jair Bolsonaro se apresuró a recoger el guante de la Conmebol y la Confederación Brasileña para asumir el campeonato tras las renuncias de Colombia y Argentina, luego de ser pospuesto en 2020 por la pandemia. La Canarinha, liderada por Neymar y que defiende el título logrado en 2019, es la favorita. El campeonato entre las mejores selecciones americanas arranca marcado por la falta de consenso sobre la pertinencia del evento y por una velada amenaza de boicot de los jugadores que no llegó a cuajar.
Como ocurrió con las mascarillas o las vacunas, la Copa se ha visto atrapada en la polarización política brasileña.
Los partidos se disputarán sin público y el plan es que las comitivas estén confinadas en una especie de burbujas sanitarias en este país donde la pandemia ha mantenido las escuelas cerradas durante bastantes más meses que los estadios. Maracaná, en Río de Janeiro, acogerá la final el 10 de julio. Cuiabá y Goania serán las otras ciudades sede.
Los participantes han extremado las precauciones. Los argentinos están concentrados en su país y viajarán a Brasil para cada partido. El campeonato se celebra en el gigante sudamericano después de que las autoridades futbolísticas renunciaran primero a hacerlo en Colombia, por las protestas populares que han colocado al poder contra las cuerdas, y después en Argentina, por la crisis sanitaria del coronavirus.
Tras días de rumores y concluidas las eliminatorias, la selección de Brasil difundió un manifiesto en el que expresaron su descontento pero sin mencionar la pandemia e insistiendo en que no quieren politizar el asunto. “Estamos contra la Copa América, pero nunca diremos no a la selección brasileña”, afirman los jugadores, profundamente molestos porque el traslado de sede se decidió sin consultarles.
Los brasileños defensores de acoger la Copa insisten en que las múltiples ligas del fútbol profesional se celebran desde hace meses y que, por eso, tiene sentido celebrar el torneo; los detractores se apoyan en los casi 480.000 muertos y los 17 millones de casos acumulados, y en el riesgo de una tercera ola de contagios que pronostican los epidemiólogos ahora que Brasil entra en el invierno. La vacunación avanza a trompicones, solo el 14% de la población está completamente inmunizada.
Desde que llegó al poder Bolsonaro, la camiseta de la selección se ha convertido en una de las señas de identidad de los bolsonaristas. Para el ultraderechista la competición futbolística es una ocasión magnífica de dar una alegría a sus fieles y a todos los que colocan el fútbol por encima de cualquier cosa. Y, sobre todo, el debate previo y ahora los partidos le ayudan a desviar la atención de las penurias económicas, el desempleo y la epidemia de coronavirus, que aún mata a más de 2.000 brasileños al día. La ciudadanía está agotada de restricciones, pero todavía tardará meses en estar completamente vacunada.
La comisión de investigación que analiza la gestión gubernamental de la pandemia ha dado nuevas esperanzas a los que quieren a Bolsonaro fuera de la Presidencia. La oposición está aprovechando las revelaciones diarias para desgastar a Bolsonaro en un clima que es claramente preelectoral aunque aún quedan más de 16 meses para los comicios. Los testimonios de altos cargos y expertos escuchados por la comisión del Senado, y televisados a todo el país, apuntan múltiples negligencias y errores además de una sostenida política de promoción de curas inservibles por parte del Gobierno que lidera Bolsonaro, uno de los presidentes que peor ha gestionado la pandemia.
Bolsonaro, que ya venía sufriendo un cierto desgaste por la crisis económica y los altos índices de desempleo, tiene ahora enfrente un adversario de calado, el expresidente Lula da Silva, que ha vuelto con energía a la primera línea de la política brasileña. Su regreso ha reconfigurado el panorama político mientras las calles se van calentando a golpe de manifestaciones. El monopolio de movilizaciones populares que mantenía el bolsonarismo desde que empezó la pandemia ha terminado. Las protestas izquierdistas saltaron de las redes sociales al asfalto hace un par de semanas. Bolsonaro ha convocado por tercera vez a los moteros brasileños a marchar a su lado. Este sábado rodarán en São Paulo.
El suspense sobre el campeonato se mantuvo hasta al final como tan a menudo en Brasil. El Tribunal Supremo, fiel a su costumbre de entrar a debatir los asuntos más diversos, también se pronunció sobre la Copa. Rechazó, sin entrar en el fondo del asunto, varios recursos que pedían la anulación del campeonato por riesgos para la salud pública.
Y en medio de toda la polémica sobre la Copa, se conoció una acusación de acoso sexual contra el presidente de la Confederación de Fútbol de Brasil, Rogério Caboclo, que lo hizo caer del cargo. La denuncia presentada por una empleada de la CFB, y apoyada en una grabación sonora, ha implicado su suspensión cautelar del cargo durante un mes. La selección femenina, liderada por Marta, aprovechó este viernes un amistoso contra Rusia para protestar tras una pancarta de “Assédio não” y con un comunicado en el que animan a hombres y mujeres a denunciar y recalcan: “Nuestra lucha por la igualdad y la justicia va más allá de los campos de fútbol”. La Canarinha ganó en Cartagena (España) 3-0 a las rusas.
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