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Bolsonaro redobla su ofensiva para cuestionar la urna electrónica que Brasil usa desde hace 25 años

El presidente siembra la sospecha, en línea con Trump, sobre las garantías del sistema de voto electrónico que llega incluso al último rincón de Amazonia

Naiara Galarraga Gortázar
Empleados del Tribunal Regional Electoral trabajan en el proceso de sellado de las máquinas de votación electrónica, el 23 de octubre de 2018.
Empleados del Tribunal Regional Electoral trabajan en el proceso de sellado de las máquinas de votación electrónica, el 23 de octubre de 2018.Eraldo Peres (AP)

Los bolsonaristas que se manifiestan cada tanto vestidos con la camiseta de la selección de fútbol suelen llevar a las calles de Brasil reivindicaciones variadas: el aval para imponer medidas autoritarias camuflado tras el eslogan “Presidente, eu autorizo”(Presidente, yo autorizo) se mezcla con críticas al confinamiento, al Tribunal Supremo y a lo que es un orgullo patrio, la urna electrónica. Sí, hace ya un cuarto de siglo que los brasileños dejaron atrás las papeletas. Hasta en el último rincón de Amazonia se vota en una urna con teclado trasladada hasta allí en barco, helicóptero, búfalo… en un notable esfuerzo logístico. Pero las pancartas que reclaman “voto impreso y auditable ya” se han convertido en una constante en las manifestaciones en apoyo al presidente, Jair Bolsonaro, empeñado en sembrar dudas sobre el sistema de votación vigente y agitar las sospechas de fraude. Quedan 16 meses para las elecciones presidenciales.

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El sistema de voto electrónico -y sus garantías— se perfila como uno de los terrenos de batalla en una campaña electoral cuyo escenario más probable es que el ahora presidente busque la reelección contra su némesis, Lula da Silva. Las críticas de Bolsonaro a la urna electrónica no son nuevas. En la última campaña, el militar retirado ya advirtió de que solo aceptaría el resultado si ganaba él. Venció. Su tesis, muy extendida en redes sociales y rechazada por las autoridades electorales, es que el voto electrónico no es auditable.

El desenlace de las últimas elecciones de Estados Unidos dio nueva munición al brasileño. La negativa de Donald Trump a aceptar su derrota y la guerra abierta que emprendió para intentar demostrar un fraude en las urnas del que las instituciones no han encontrado indicio dieron alas a Bolsonaro para emularlo. Fue uno de los últimos mandatarios en felicitar al hoy presidente Joe Biden e intensificó el discurso del fraude. “Si no tenemos voto impreso en 2022, alguna manera de auditar el voto, vamos a tener problemas peores que EEUU”, proclamó en enero pasado el ultraderechista.

En sus intervenciones de los últimos meses cobran protagonismo teorías conspiratorias que impedirían su reelección. La idea que promueve Bolsonaro no es regresar al voto con papeleta, sino mantener la urna electrónica con la novedad de que el elector reciba un comprobante impreso de su voto.

Esta es una causa que encaja como un guante en la estrategia de Bolsonaro, explica la politóloga Daniela Campello, de la Fundación Getulio Vargas: “Este Gobierno tiene grandes dificultades para construir proyectos, alianzas… Es un Gobierno que deshace cosas, deshace la política ambiental, la política exterior… Esta es una oportunidad más de generar caos que él va a aprovechar”.

El discurso bolsonarista ha calado lo suficiente para que la Cámara de Diputados haya creado hace unos días una comisión para debatir una propuesta de enmienda constitucional que implantaría ese comprobante impreso del voto. Esta modificación se planteó antes y siempre fue rechazada.

Pero el ambiente está tan enrarecido que el juez Luís Roberto Barroso, que preside el máximo tribunal electoral, encabeza una campaña institucional en defensa del sistema vigente. “Jamás ocurrió ningún caso comprobado de fraude. Al contrario, eliminamos los casos de fraude que eran rutina”, afirma categórico el juez Luís Barroso en el vídeo en el que detalla en tono didáctico los entresijos de la urna. Entre otras ventajas que cita, la rapidez del recuento. En un país vastísimo con 150 millones de electores, el resultado se conoce la misma noche. Lo que no dice pero muchos brasileños recordaron durante el agónico recuento en EEUU es que, en esto, la primera potencia no puede presumir de lo mismo.

La Fuerza Aérea Brasileña transporta urnas electrónicas y equipos de votación, durante las elecciones de 2018.
La Fuerza Aérea Brasileña transporta urnas electrónicas y equipos de votación, durante las elecciones de 2018.Sargento Batista (Fuerza Aérea Brasileña)

Los brasileños adoran las novedades tecnológicas. Cuajan rápido. Cuando empezó la pandemia, comercios y empresas se mudaron en un abrir y cerrar de ojos a WhatsApp. El voto electrónico fue estrenado en 57 ciudades en los comicios de 1996, cuando solo unos pocos navegaban por Internet y los teléfonos móviles eran novedad.

Los padres de la urna fueron cinco hombres empleados de institutos públicos de investigación y del tribunal electoral. Los apodaron Los ninjas porque el proyecto era supersecreto y tres de ellos descendían de inmigrantes japoneses.

La politóloga Campello también enmarca la estrategia de Bolsonaro en su seguidismo constante de Trump, pero apunta a que el mandatario está cada vez más débil y sostiene que esa tendencia se agudizará en los próximos meses: “Aun siendo consciente de que las instituciones estadounidenses tuvieron mucha mayor capacidad de responder a Trump de la que tienen las brasileñas para responder a Bolsonaro, dudo de que un presidente que llegue muy debilitado a la elección tenga capacidad de movilizar a suficiente gente para crear ese caos”.

Durante 25 años Brasil ha ido celebrando elecciones sin grandes sobresaltos. El percance más reciente fue un retraso en las municipales de noviembre atribuido a un ataque informático. De todos modos, el resultado llegó no para la cena pero sí antes de medianoche.

Con los años la urna ha adelgazado a los nueve kilos que pesa cada una de las 500.000 distribuidas la última vez. El elector se identifica mediante biometría y vota pulsando la cifra que corresponde a su partido. Por ejemplo, el 17 para Bolsonaro o el 13 para el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula. Son aparatos fáciles de usar y suficientemente resistentes para aguantar calores tropicales, travesías amazónicas y batería para 12 horas si se va la luz. En cada elección la prensa informa de las hazañas de los funcionarios electorales y los militares para garantizar las votaciones en el Brasil más remoto. Los resultados se envían por satélite.

La gran ventaja de la urna electrónica, insisten sus defensores, es que no está conectada a Internet, lo que en principio la blindaría de ataques. No obstante, el aparato es sometido a otras pruebas incluida una abierta al público. Durante una semana, técnicos en computación, piratas informáticos, policías y partidos son invitados a atacar el sistema para detectar posibles vulnerabilidades.

La adopción del voto electrónico también contribuyó a “dificultar la judicialización de la política, posibilidad por la que Bolsonaro obviamente está apostando”, recalca la politóloga. El juez Barroso ha alertado este mismo viernes de que, con el voto impreso, “el resultado electoral acabará judicializado”. Y ha insistido en que los cambios supondrán más gastos y mayor riesgo de quebrar el secreto del voto. En su opinión, será un retroceso: “Como tener que ir al banco a hacer una transferencia o usar fichas en las cabinas de teléfono”.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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