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Area di rigore
Columna
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La Roma ‘spagnola’ y el mito de los higos secos

El puente aéreo entre Italia y España casi siempre ha sido un rápido viaje de ida y vuelta para los futbolistas, con fracasos estrepitosos

Borja Mayoral abraza a Carles Pérez tras marcar al Shakhtar.
Borja Mayoral abraza a Carles Pérez tras marcar al Shakhtar.DPA vía Europa Press (Europa Press)
Daniel Verdú

Una parte sustancial de españoles considera que habla italiano sin estudiar una palabra ni haber pisado una ciudad de la república transalpina. Los italianos, menos propensos a convicciones rotundas, lo fían casi todo a su exuberante intuición para entenderse con un español. El fenómeno se conoce en las escuelas de idiomas, también en la geopolítica internacional, como “falso amigo”. Uno cree que conoce al que tiene enfrente. Pero, en realidad, no tiene ni la más remota idea de cómo es ese tipo que se parece tanto a ti. En el fútbol, salvo contadas excepciones, ha sucedido algo parecido durante décadas y quienes han osado interpretar la gramática de los terrenos de juego del otro país han acabado fracasando. Hasta el pasado jueves.

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La Roma, el único equipo italiano vivo en Europa, se plantó en Ucrania con cinco jugadores (y un árbitro, Mateu Lahoz) españoles para disputarse el pase a los cuartos de la Europa League con el Shakhtar. Pedro, Borja Mayoral, Villar, Carles Pérez y Pau López salieron de inicio, algo que nunca había sucedido. Ni en la Liga sería fácil encontrar un club con el 40% de la alineación nacional —el Madrid salió contra el Celta con solo dos españoles—, incluyendo a todo un pichichi de la Europa League como Mayoral. Cedido dos años por el Madrid, le ha quitado el sitio a Dzeko. En el medio del campo Gonzalo Villar se ha convertido en la primera elección de Paulo Fonseca. En la delantera, Pedro y Carles Pérez salen casi siempre desde el banquillo. Pau López, exportero del Espanyol, ha recuperado su puesto tras algunos errores que tienen que ver con el cambio de modelo que se impone estos días en Italia.

El puente aéreo entre ambos países casi siempre ha sido un viaje rápido de ida y vuelta para los futbolistas. Estrellas como Mendieta —que fracasó estrepitosamente en la Lazio después de costarle 8.000 millones de pesetas—, De la Peña o Pep Guardiola, que duró media temporada en la Roma y se retiró en el Brescia, pisaron el césped transalpino con más pena que gloria. En sentido inverso, sucedió algo parecido con Antonio Cassano, que se autodestruyó en una sola temporada en el Madrid y en los reservados de las discotecas de la ciudad (durante un tiempo tuvo a un camarero que le traía mujeres y croissants a las tres de la mañana) o Francesco Coco, que no logró convencer a nadie en su única temporada corriendo la banda del Camp Nou.

En Italia los españoles que triunfaron, más allá de una clase media como Callejón, Albiol o Pepe Reina, fueron pocos. El más grande siempre será Luis Suárez, único Balón de Oro español y leyenda del Inter. O Luis del Sol, el primer español en la historia de la Juventus, que aterrizó con 27 años ya como estrella después de pasar por el Betis y el Madrid. Pero durante años, los que cruzaron los Alpes casi nunca fueron capaces de adaptarse al estilo de juego. Hasta que comenzó a cambiar.

El caso de la Roma es la cristalización de una tendencia que empezó a mediados de la década pasada. Especialmente cuando Luis Enrique aterrizó en la capital de Italia para encabezar lo que en Trigoria llamaron pretenciosamente “el proyecto”, y que luego se redujo a una ironía sobre el intento fallido de importar la filosofía del Barça. Unas bodas con higos secos, como se dice en Italia. Un gran guion sin los actores adecuados en la mayoría de casos.

El sistema de juego se está transformando y casi todos los equipos practican ahora lo que en Italia llaman “construcción desde abajo” y que en las últimas semanas ha sido la comidilla de todas las polémicas. Muchos entrenadores se empeñan en imponerlo, pero quizá la falta de jugadores adecuados o de costumbre ha producido graves errores en equipos como la Juventus (Bentancur falló un pase al portero Szczesny que les costó la eliminatoria de Champions con el Oporto hace dos semanas); la Lazio (a Musacchio le pasó lo mismo con un pase mal calibrado a Reina) o al propio Atalanta con el Real Madrid, cuyo portero le regaló la pelota a Modric para que le diera el primer gol a Benzema. Los amigos, tampoco en el fútbol, no siempre son lo que parecen.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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