Cristiano Doni, trauma y redención en el Atalanta
El capitán y máximo goleador en la historia del club bergamasco se vio envuelto en un caso de amaño de partidos y no pudo volver al estadio durante un largo periodo
Cristiano Doni celebraba los goles colocándose la palma de la mano bajo el mentón. Metro noventa y media melena, corría hacia la banda y miraba a la grada como diciendo: “Yo aquí salgo al campo con la cabeza alta”. Doni era el capitán y la estrella del Atalanta. El jugador que más goles ha marcado en la historia del equipo bergamasco. Pero en el año 2001, cuando los atletas todavía podían apostar en los partidos, fue acusado de favorecer el amaño de un encuentro contra el Pistoia en la Copa Italia. Un proceso que salpicó también a Massimiliano Allegri y por cuyo delito terminó absuelto. Por eso Doni festejaba así cada uno de los 112 goles que marcó en sus 296 partidos con el Atalanta. El problema, se supo después, es que la acusación no era una fantasía del fiscal y 10 años más tarde le pillaron en otra. Se marchó, montó un chiringuito en Mallorca y hasta hace muy poco, cuando llegó su redención, no pudo volver a pisar el estadio de su equipo del alma.
El Atalanta de Doni no tenía mucho que ver con el que el martes se enfrentará al Real Madrid en el partido de vuelta de los octavos de final de la Champions (0-1 en la ida). El equipo peleaba cada año por la supervivencia y él era la máxima estrella, algo parecido a lo que fue en estos tiempos el Papu Gómez. Le querían tanto que, cuando decenas de carabinieri entraron al alba en su casa de Bérgamo y se lo llevaron esposado delante de su familia, media ciudad se opuso. Se pasó cinco días encerrado y esa semana hubo manifestaciones en la calle para defender su inocencia. Desfilaron por el centro de la ciudad unos 3.000 hinchas y amigos. Pero también algún político. “Quitad las manos del Atalanta”, rezaba una pancarta. Nadie imaginaban que su capitán, a quien el Ayuntamiento había convertido en ciudadano honorario, les había traicionado. Aquella defensa del jugador se transformó primero en odio y, más tarde, en indiferencia.
La sombra de los amaños, a menudo, pilotada por las mafias italianas, ha perseguido siempre al calcio. Sucedió antes del Mundial de España, en un caso que salpicó hasta a la estrella de aquel torneo, Paolo Rossi. Pero se ha repetido tantas veces y ha visto implicadas a figuras como el entrenador del Inter, Antonio Conte (suspendido tres meses por omisión de denuncia, el mismo delito atribuido a Doni). La práctica alcanzó la cúspide de la cloaca con el caso Calciopoli, en cuya torre de mando se encontraba el entonces director deportivo de la Juventus, Luciano Moggi. Un caso que le costó a la Vecchia Signora el descenso y el estigma eterno de la promiscuidad con los árbitros.
El escándalo de Doni, que jugó el Mundial de Corea y Japón en 2002, fue uno más. Pero le costó al Atalanta una sanción de seis puntos, que entonces no eran poca cosa para un equipo que vivía instalado cada jornada en la guillotina del descenso. La temporada del calvario, de hecho, acababan de subir a la serie A y se sentaba en el banquillo Stefano Colantuono. La revolución de Gasperini, el actual entrenador, no había llegado al sistema de juego. Desde la cuarta posición que ocupa hoy el equipo en la Serie A y los éxitos en Europa, el club ha vuelto la página de un recuerdo convertido en el agujero negro de su historia.
Doni, que tiene 47 años, gestiona hoy algunos negocios inmobiliarios y hace scouting para fútbol base. Justo antes de retirarse por la sanción que recibió y después de haber pasado un año en el Mallorca —donde abrió el chiringuito en Palmanova—, el club le renovó el contrato por dos temporadas más pese a que ya tenía 38 años. Su sueño era convertirse en directivo del Atalanta. “Después de la muerte, lo que me sucedió es lo peor que puede pasarte”, recordaba en una entrevista con Il Foglio el año pasado. Su delito prescribió. Pero durante años no pudo volver al estadio y cuando quería ver un partido de su equipo, lo hacía en algún desplazamiento. Justo antes de la pandemia, que golpeó a Bérgamo más que a ninguna otra ciudad, se lo pidió al presidente y lo hizo por primera vez.
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