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alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando los chinos compraban camisetas

Existe un perfil de aficionado que considera a Messi un problema, algo que no sucedía cuando cualquier superestrella nos parecía un cajero automático

Una persona mira una camiseta de Leo Messi en una tienda cercana a las instalaciones del Camp Nou.
Una persona mira una camiseta de Leo Messi en una tienda cercana a las instalaciones del Camp Nou.Quique Garcia (EFE)
Rafa Cabeleira

Hubo un tiempo en el que cualquier dispendio se financiaba vendiendo camisetas en Asia, especialmente a los chinos. Comprar caro salía barato porque los grandes futbolistas eran las nuevas estrellas del rock y los jóvenes del lejano oriente se rebelaban contra el sistema vistiéndose de Beckham a sesenta eurazos la pieza. Aquello se convirtió en un mantra inapelable, explicado hasta la saciedad en sesudos reportajes periodísticos que adjuntaban todo tipo de gráficos, opiniones de expertos en no sé cuántas materias y la foto de algún niño pekinés vestido de blanco y con el pelo a lo Ronaldo.

En los bares, antiguos templos del frenesí o el llanto, se empezó a hablar de economía. De repente, todo el mundo parecía capaz de comprender las estrategias de marketing implementadas por el club de sus amores y, lo que es peor, también de explicarlas. Florentino Pérez era una especie de Marco Polo moderno y con Laporta hizo fortuna el famoso “círculo virtuoso” en formato Power Point. La rueda se ponía en marcha contratando a una superestrella y a partir de ahí todo era coser, cantar, vender y nadar en dinero. “Ingresos atípicos”, se llamó al nuevo maná. Y nada parecía imposible –al menos en lo económico– para un club con la capacidad de vestir a medio mundo de futbolista hasta que nos enteramos del contrato que Josep Maria Bartomeu le firmó a Leo Messi en 2017.

La exclusiva de El Mundo colocó en el centro del tablero virtual a un nuevo tipo de aficionado: cuarentón, estudios superiores, soltero, activo en redes sociales, comprometido con la economía sostenible y buen conocedor de la obra completa de Damien Chazelle, el oscarizado director de La La Land. Es un hincha exigente, que se indigna con aquellos aspectos del fútbol que no le seducen y siente como suyo el dinero invertido por el Barça en pagar al mejor futbolista de la historia. A nuestro perfil no se la cuela cualquier economista de tres al cuarto dispuesto a defender la viabilidad de la inversión. Ni siquiera los informes del propio departamento de marketing del club, en los que se asegura que los ingresos generados por el argentino superan con creces la catarata de primas y retribuciones estipuladas en su contrato. Es, en definitiva, un aficionado que considera a Messi un problema, algo que no sucedía cuando los chinos compraban camisetas y cualquier superestrella nos parecía un cajero automático.

“Al presidente le dije que me iba a 6.000 km de distancia y que me dejara en paz. Pero no lo ha conseguido, no ha cumplido su palabra”, estalló Pep Guardiola contra Sandro Rosell cuando entendió que el dirigente estaba utilizando la enfermedad Tito Vilanova para dañar su imagen. El entorno culé siempre ha sido propenso a descubrir manos negras en terreno ajeno y a obviar las que se intuyen en el propio. Ese socio del Barça que no se creía los ingresos atípicos del eterno rival, que cerró filas con su presidente frente al mito airado, y que de un tiempo a esta parte carga sobre la espalda de Messi todos los problemas que azotan al club, también irá a votar el próximo 7 de marzo. Y lo hará pensando que el club necesita buenos gestores antes que a los mejores futbolistas, un nicho de mercado con el que nadie contaba si somos capaces de inocular este germen pernicioso del fútbol moderno en, aproximadamente, mil millones de aficionados chinos.

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