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El juego inifinito
Columna
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Guardiola, del odio a la ‘master class’

Las emociones tienen buena memoria y el entrenador del City en el Bernabéu no es poca cosa para recrear aún más el mito del retorno

Pep Guardiola, el miércoles en el Bernabéu.
Pep Guardiola, el miércoles en el Bernabéu.David Ramos (Getty)
Jorge Valdano

Duelo a distancia. Como al fútbol le excita el mito del retorno (aunque sea por persona interpuesta), Messi en el altar de Maradona disparó la literatura. Esperábamos que el partido nos diera referencias científicas de quién fue mejor. Verlo como un duelo era una fantasía algo ridícula, porque Maradona fue santificado en Nápoles hace más de 25 años. El paso del tiempo es la escapatoria perfecta: cada uno fue el mejor de su época y a otra cosa mariposa. Pero el fútbol no es conciliador y, ya en el calentamiento, Messi fue recibido con el grito de “Diego, Diego, Diego”. Un voto por triplicado. El partido no cambió la percepción porque el Barça jugó a lo ancho, Gattuso lo encerró en una jaula y Messi es alérgico al exhibicionismo. Ya que la coartada temporal no sirve, hay que acudir a la territorial. En Argentina y en Nápoles, competir contra Maradona es imposible. La revancha, en el Camp Nou.

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Hagamos justicia con el odio. Las emociones tienen buena memoria y Guardiola en el Bernabéu no es poca cosa para recrear aún más el mito del retorno. En este caso, solo había que saber el tamaño de la antipatía. Y también cuál se imponía de las tres propuestas posibles. Un examen rápido deja las siguientes conclusiones: la de ser contraparte de Mourinho pasó al olvido, su condición de mito barcelonista no prescribe, pero son sus declaraciones en favor del independentismo lo que ha renovado la irritación. Es un malentendido muy actual. Guardiola no ocupa ningún cargo público y la fama no dota a nadie de más sabiduría, de manera que su opinión vale por una. Son quienes le dan trascendencia política a las palabras de un entrenador quienes las amplifican y las convierten en un manifiesto. Hay una sola razón para odiarlo, la master class futbolística que dan sus equipos cuando pisan el Bernabéu.

Heridas comunicantes. ¿Es más fácil caer derrotado cuando hay problemas internos, o es más fácil tener problemas internos cuando se cae derrotado? Al Barça la pregunta le resulta indiferente porque le ocurren las dos cosas. Arrastra heridas y le supuran cuando llegan los malos resultados. También cuando consiguen un buen resultado tras un pésimo partido, como ocurrió en Nápoles. Hay heridas estrictamente futbolísticas, porque cientos de millones en fichajes no lograron adaptarse a un club que padece nostalgia aguda. Enfermedad que solo se curará bailando a los rivales y ganando un sextete, como si el Barça de Guardiola fuera replicable. Y luego existen los problemas institucionales, donde se percibe una pésima comunicación, que no convence ni a los aficionados, que redescubrieron los pañuelos, ni a los jugadores, que no disimulan su malestar en las declaraciones. Lo curioso del caso es que, por la teoría de los vasos comunicantes, ha sido el Real Madrid el que parece haberse quedado con los problemas. Queda el clásico para devolvérselos.

Contar el fútbol. A los comentaristas nos da miedo quedarnos fuera de nuestro tiempo y hacemos esfuerzos para parecer modernos. En el empeño por encontrar rasgos nuevos del juego, descubrimos detalles insignificantes que tienen el defecto de tapar cuestiones esenciales. O contamos viejas cosas con palabras nuevas. Lo que antes era presión baja, media o alta, ahora es bloque alto, medio o bajo. Todo es bloque, como si un equipo fuera un montón de cemento. Así, terminamos hablando para entrenadores, olvidando que la audiencia la forman personas más casuales. Nuestra misión es encontrarle el nudo al partido, hablar del abanico de talentos que deciden mucho más que los dibujos tácticos, o reparar en los movimientos telúricos que producen los estados de ánimo. Buscar la épica que atraiga la emoción. Humanizar el fútbol, en fin, y aceptarle sus contradicciones. No convertirlo en una cuestión científica para subirse a la tendencia.

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